RIEN À FOUTRE 7 puntos

Francia/Bélgica, 2021

Dirección: Julie Lecoustre y Emmanuel Marre.

Guion: Mariette Désert, Julie Lecoustre y Emmanuel Marre.

Duración: 115 minutos.

Intérpretes: Adèle Exarchopoulos, Alexandre Perrier, Mara Taquin, Arthur Egloff, Tamara Al Saadi.

Estreno en MUBI, con el título internacional en inglés Zero Fucks Given

Si se tiene en cuenta que tanto el título original en idioma francés, Rien à foutre, como el nombre internacional en inglés Zero Fucks Given se imponen como expresiones bastante vulgares (“me chupa un huevo” o “me importa un carajo” serían aproximaciones locales apropiadas), resulta lógico que la ópera prima de los franceses Julie Lecoustre y Emmanuel Marre se haya lanzado comercialmente en diversos mercados con gracias menos chocantes (Bienvenidos a bordo en Brasil, Generación Low Cost en España). La plataforma MUBI presenta el largometraje bajo el título global, que describe bastante bien la actitud general hacia la profesión (y un poco hacia la vida) de su protagonista, una joven auxiliar de abordo cuyo trabajo en una compañía aérea de bajo costo es exhibida como una rutina poco amable. Cassandre (notable, como suele ser el caso, Adèle Exarchopoulos) es presentada en medio de las faenas cotidianas, caminando con tacos altos por el angosto pasillo del avión, cerrando las puertas de los compartimientos para el equipaje, sentándose en la silla indicada durante el descenso.

Hay que vender y vender más durante el vuelo -cervezas, snacks, perfumes–, y cuanta mayor competencia haya entre las azafatas, mejor. La vida aérea de Cassandre es de cabotaje: va y viene desde Lanzarote, una de las islas del archipiélago canario, hacia alguna ciudad europea. En cuanto el último pasajero descendió del avión, la sonrisa carmesí dibujada a fuerza de costumbre desaparece. Es el momento de salir y despejarse, ir a un boliche, tomar un trago y tal vez alguna pastilla, mensajear a un posible candidato en la app de citas.

Lejos del glamur que la profesión solía irradiar décadas atrás, la repetición de actividades se asemeja a cualquier oficio más o menos normal. Claro que ahí están las chicas de una línea aérea lujosa de Medio Oriente, con sus sofisticados uniformes, un sueldo mucho mayor y el tránsito por Tokio, Dubái y otros destinos exóticos como atractivo extra. Lecoustre y Marre siguen a la protagonista a todos lados, durante el trabajo y también el descanso, en tierra y en el aire. Rien à foutre se impone como un estudio de personaje, aunque a mitad de camino se produce un quiebre esencial en la trama.

Más allá de sumar porotos al aceptar con gusto los turnos durante las fiestas de fin de año, excusa ideal para no visitar a su padre y a su hermana, un par de errores profesionales la ubican en la lista de espera para un puesto mejor. De regreso al casillero cero, como tres años antes, cuando comenzó con el métier, y de vuelta obligada a la casa familiar en Bélgica por algunas semanas. Allí y entonces, el trance alienado se rompe, y la fachada del maquillaje y el peinado inmaculados le ceden el lugar a la fragilidad, a un recuerdo traumático que Cassandre mantenía encerrado bajo varias vueltas de llave. Tal vez no sea cierto que a la protagonista le importa todo tres carajos, y se trata apenas de una forma de rechazar los miedos y desligarse de las emociones más dolorosas.

Además del notable trabajo de Exarchopoulos, una de las actrices más cotizadas del cine galo, cuya caracterización está poblada de matices que a veces solo se intuyen a partir de pequeños gestos, los realizadores aportan una precisa construcción de ambientes. El mundo de los aeropuertos, con sus oropeles publicitarios y ofertas de lujos y conforts varios, pero también los cursos para los futuros comisarios de abordo, la competencia entre empleados, la siempre frágil estabilidad contractual. El oasis de la vuelta al terruño, donde las sonrisas son genuinas, aunque también lo son los conflictos, se corta cuando una nueva posibilidad laboral asoma en el horizonte. Los últimos planos de Rien à foutre, con los fondos artificiales de los hoteles siete estrellas de Dubái, son agridulces. No solamente por las luces y sombras que seguramente esperan a Cassandre a la vuelta de la esquina, también por la súbita aparición de la realidad más específica: los barbijos tapando bocas y narices, el distanciamiento social de dos metros, las aguas danzarinas compitiendo con la llegada del covid19.