La fiesta de los campeones del Mundo en el estadio Monumental no hizo más que confirmar el romance de los hinchas argentinos con la Scaloneta. Casi seis horas de espera, entre shows musicales, desfile de personajes, apariciones de famosos, tuvieron finalmente su premio cuando los jugadores argentinos salieron al campo de juego a disputar el amistoso internacional contra Panamá.
Se dirá que el rival no parecía estar a la altura del compromiso que implicaba enfrentar a un equipo consagrado como campeón del Mundo. El hecho de que Panamá presentara un equipo alternativo, más allá de la justificación fundada en la necesidad de reservar a sus titulares para un partido clave de la Concacaf, es una muestra de que las cosas se pueden hacer mejor, siempre.
Pero claro, poco importó el rival, porque realmente la tarde-noche prometía mucho más que un partido de fútbol. Lo que los campeones querían mostrar y los hinchas argentinos querían ver era por tercera vez en estas tierras la Copa del Mundo –esta vez en las manos de Messi, como antes en las de Kempes y en las de Maradona–.
La Selección tuvo su fiesta, que se completará la semana que viene en el estadio Madre de Ciudades en Santiago del Estero con los hinchas del Interior, y todo estuvo mejor organizado que el fallido intento de diciembre de festejar el título en el Obelisco en medio de una marea humana que imposibilitó el recorrido del micro que transportaba a los futbolistas.
Y luego de la música hubo baile, la Selección ganó 2 a 0 ante un rival a todas luces inferior, que mantuvo su arco en cero casi 80 minutos. Algo anecdótico el resultado, porque lo que quedó claro en el Monumental no fue la jerarquía del equipo de Lionel Scaloni, sino la hermosa relación que la Scaloneta construyó con los hinchas argentinos: ese romance que se inició cuando Messi levantó la Copa América en Brasil y que con la Copa del Mundo ganada en Qatar quedó marcada para siempre, como un pacto de sangre.