El título de esta columna encierra un pronunciamiento y es también un homenaje, en la figura del Dante Panzeri, a los viejos maestros del periodismo deportivo que nos contagiaron directa y/o indirectamente la pasión por esta hermosa profesión, y también el sentido de la responsabilidad con la que debemos realizar nuestro trabajo. En pocas palabras, fueron esos viejos maestros quienes nos marcaron la cancha para que podamos jugar dentro de ella con la mayor libertad y goce posible.
Contamos en esta edición 1000 números del suplemento deportivo Líbero, casi 20 años de periodismo independiente, crítico y buen humorado. Desde estas páginas, sin cesar en la denuncia de la cara oscura del deporte, su corrupción, su violencia, sus turbios negociados, hemos insistido en la idea de que el deporte es pasión, alegría, confraternidad y, por supuesto, fair play. Buscamos desde aquí combatir todo lo malo y ponderar lo bueno, en la confianza de que desde esta posición contribuimos a su mejoramiento, lo que a esta altura no es poco.
En todos esos años, con el trabajo cotidiano dentro de la redacción de PáginaI12, con los debates diarios –que son tan necesarios para el enriquecimiento de nuestras ideas– fuimos aprendiendo y mejorando estilos, puliendo criterios, compartiendo experiencias. Va entonces por todo lo enseñado y todo lo aprendido el reconocimiento a los maestros de nuestra propia escuela: Daniel Lagares, Juan Sasturain, Juan José Panno, Pablo Vignone, el entrañable Diego Bonadeo, Daniel Guiñazú, Pedro Uzquiza, quien ya se había ido del diario cuando nosotros llegamos –a finales de 1996– pero sus anécdotas corrían por la redacción como si se tratara de una figura espectral.
De todos ellos hemos aprendido en estos años que al fútbol no se juega mejor corriendo, sino frenándose, haciendo la pausa para pensar; que jugar en equipo es mucho más efectivo y gratificante que hacerlo individualmente; que no da lo mismo cómo decidimos pararnos para conseguir nuestros objetivos; y que igual que como se juega al fútbol, hay también dos formas de hacer periodismo: bien o mal, y elegimos por convicción la primera.
Como le ocurre al Angel de la Historia, no podemos pensar en lo que viene sin recordar a los grandes periodistas y amigos que nos acompañaron desde el primer Líbero, en abril de 1998: Ariel Greco, Carlos Stroker y Gabriela Carchak; a los que se sumaron después: Leonardo Castillo y Leonel Lenga y en sus nombres a esa veintena de pasantes y colaboradores que nutrieron las páginas de este suplemento; y, por supuesto, a los que están siempre al pie del cañón: Adrián De Benedictis, Gustavo Veiga, Miguel Hein y Fabio Lannutti.
Llegamos al número 1000 de Líbero, y esperamos tener la oportunidad de ir por tantos más, aunque para ello debamos atravesar como lo hemos hecho en otras oportunidades tiempos tempestuosos, asfixiados económicamente por el Poder. El tiempo fue pasando y la simiente se hizo árbol. Eso es lo que festejamos en esta edición especial. Sabemos que los árboles –la sentencia es nietzscheana– necesitan tormentas, rayos y roedores que les permitan demostrar la fortaleza de su simiente, y sabemos también que, en cambio, a una semilla cualquier cosa la destruye sin siquiera refutarla.