Antonio Musa Azar es, fue y será "el nombre del miedo” en la provincia de Santiago del Estero. El genocida, excomisario y represor, que falleció en 2021, fue el responsable de cientos de desapariciones, torturas, abusos sexuales y exterminio de miles de santiagueños. Pero cómo un policía rural de Árraga -una localidad ubicada a 30 km de la capital santiagueña-, que se dedicaba a cuidar animales, controlar bailes y levantar muertos en incidentes de tránsito sobre la ruta 9, llegó a convertirse en uno de los hombres más poderosos de la Provincia, creador de la "Gestapo santiagueña".
Esa pregunta se propuso desentrañar el periodista santiagueño Ernesto Picco, quien junto a un equipo de trabajo conformado por Marcelo Argañaraz, a cargo de los registros audiovisuales, y Antonio Castiñeira, responsable de las ilustraciones, llevaron adelante una minuciosa investigación periodística, para intentar desvelar “cómo se construye un genocida”.
El trabajo, que incluyó varias entrevistas con el propio Musa Azar, tareas de archivo, trabajo de campo, y recolección de numerosos testimonios, quedó plasmado en una crónica multimedia seriada, que se titula: “Musa, el nombre del miedo”.
“Musa fue un hombre que causaba miedo, que daba temor. Era un nombre que se usaba para amenazar: 'Mirá que te va a venir a buscar Musa', 'Mirá que le voy a avisar a Musa', 'Mirá que soy amigo de Musa', e incluso él jugaba a eso. Le gustaba ostentar ese poder”, contó Picco, en diálogo con Página/12.
Sin embargo, Picco -junto a su equipo periodístico- se plantearon en este trabajo ir más allá del personaje, de esa figura construida como “el monstruo santiagueño”, y demostrar que Musa Azar no fue un sujeto salido de la nada sino un producto de sus ambiciones y de las redes de contacto con el poder con las que se topó, ya sea por destino o casualidad.
Los orígenes de Azar en Árraga
La serie de capítulos comienza relatando los orígenes de Azar en Árraga, un pueblo del departamento Silípica, ubicado a más de 30 kilómetros de la capital provincial. Allí, en una zona prácticamente inhóspita, a la vera de la ruta 9, se había instalado Azar Azar, el padre de Musa, en la segunda década del siglo XX, en busca de una nueva vida. Ese hombre inmigrante de Siria, que era tan bruto como trabajador, primero se dedicó al obraje, hasta que pudo comprar muy baratas seis hectáreas en medio de la nada.
En esas tierras plantó parras y se dedicó a cosechar uvas y a hacer vino, con la ayuda de sus ocho hijos, Musa era el tercero del linaje Azar. Pero la prioridad del viejo Azar era que sus hijos se educaran. Entonces, a medida que el negocio fue creciendo – aumentaron y diversificaron la producción, luego pasaron a la alfalfa y los chanchos, y hasta contrataron empleados- la familia pudo comprar una casa en la Capital, a cuatro cuadras de la Escuela Zorrilla. Musa completó allí la primaria y después la secundaria en la Escuela Industrial.
Cuando se fundó la Policía de Santiago del Estero, en 1952, Musa tenía 16 años y cursaba los últimos años del secundario. Apenas se graduó, en 1954, entró a la fuerza, en parte porque algunos de sus compañeros elegían ese camino, y porque su hermano mayor, Jorge, también era policía y ya trabajaba en Árraga.
Musa se graduó de la Escuela de Policía en 1960 como el mejor de su clase, y pudo elegir a donde ser asignado. Su destino entonces fue volver a Árraga, y después trabajó en distintos pueblos de la zona. Siempre al borde de la Ruta 9. Siempre cerca de su finca natal.
Desde entonces, y casi sin imaginarlo, ese joven policía rural, flaco y espigado, con un bigote finito y un andar lento, pero firme, comenzaría una carrera meteórica al servicio del poder tanto en democracia como en dictadura. ¿Un poder que le llegó por destino o casualidad?
En noviembre de 1972, con ya once años de servicio como policía rural, persiguiendo a los cuatreros, a los almaceneros “vivos” y a los curanderos, lo mandarán a llamar para trasladarlo a la Capital.
Por su prometedora carrera fue elegido para realizar un curso en la Escuela Superior de Guerra de Buenos Aires sobre la siniestra “doctrina francesa de contrainsurgencia e inteligencia” que había sistematizado el método de tortura en Argelia, con instructores como Alcides López Aufranc y el propio Jorge Rafael Videla, que luego se convertiría en dictador.
“A él lo elige para mandarlo (Humberto) Montenegro, que en ese momento era director de la escuela de Policía, y luego terminaría como jefe de la fuerza. Lo elige a dedo. Mandan el pedido a cada provincia y dicen ‘bueno lo mandamos a éste que es buen alumno’”, contó Picco.
Y agregó: “La situación es que cuando (Musa) vuelve, empieza a avanzar el tema del Operativo independencia, la injerencia de los militares en ese periodo es cada vez mayor, y ahí él empieza a ganar poder. Aparte traía un saber hacer que aquí nadie tenía. La policía de Santiago se crea en la década del 50 oficialmente y casi que no había tal institución. No hacía falta formarse para ser policía, y Musa era un tipo súper capacitado, en cosas horrorosas sí, pero no había uno más capaz que él en cuestiones que tenían que ver con la inteligencia, con el espionaje, con tortura, con métodos de interrogación”.
Tal es así que, a su regreso, Musa aplicaría y formaría cuadros en Santiago del Estero con la nefasta metodología de “guerra sucia” que comenzará aplicar en plena democracia, antes, durante y después del golpe militar en la provincia, bajo la protección de Carlos Juárez y los mandos castrenses.
Torturas
A principios de 1976, antes del golpe militar, en Santiago ya era público y se sabía que el gobierno de Juárez usaba la violencia ilegal para perseguir y eliminar a sus enemigos y a la propia oposición dentro del Partido Justicialista: mandaba a secuestrar personas, sus hombres atracaban casas y torturaban en los centros de detención en plena democracia.
De hecho, en la provincia se contabilizaron 14 desaparecidos antes del Golpe, comenzando por el caso de (Emilio) “Chongo” Abdala, quien encabezó un levantamiento popular en Clodomira contra el candidato de Juárez que había ganado en elecciones sospechadas de fraude.
Y en este sistema, el papel de Musa Azar fue central: a su regreso, en el ‘74, asumió como máxima autoridad del Departamento de Informaciones Policiales (DIP), un “un órgano policial que se encargaba del espionaje fundamentalmente”, explicó Picco. “Musa lo construye a su medida, con lo que él había aprendido en Buenos Aires, en la escuela de guerra. Primero lo usa para espiar y perseguir al enemigo interno y al comunismo, pero después para espiar a todo el mundo: a los empleados públicos, a los partidos opositores, a los mismos compañeros del Partido Justicialista”, añadió.
Pese a que a Musa se lo conoció como “el hombre fuerte del Juarismo”, su relación con el gobernador nunca fue buena: ambos se soportaban en pos de intereses comunes. “Uno le era funcional al otro. Incluso Juárez no confiaba del todo en él, y tenía sus propios guardaespaldas metidos donde estaba Musa para espiarlo, para controlar lo que hacía. Era una relación de conveniencia”, afirmó Picco. Y agregó: “Además, Musa tenía una muy mala relación con la esposa de Juárez (Mercedes “Nina” Aragonés de Juárez).
Sin embargo, recuerda Picco, la especialidad de Musa era “cinturear”. “Lo iban poniendo y sacando de lugares a dedo, y él se iba acomodando porque no tenía problemas en traicionar a los superiores si lo tenía que hacer”, contó el periodista santiagueño.
Esto quedaría en evidencia, más que nunca, la tarde del 23 de marzo de 1976, cuando el coronel Virgilio Correa Aldana, el mandamás del Batallón 141 (la guarnición militar de Santiago del Estero), lo mandó a llamar para darle “las nuevas instrucciones” que venían desde Buenos Aires.
-Usted se queda aquí. No sale más, dice Correa Aldana.
-¿Estoy detenido, Coronel?, pregunta Musa.
-No. Hay orden de arriba de que usted se quede con nosotros. Esta noche a las 12 hay Golpe de estado. Pero usted se queda aquí. Porque, si lo largamos, va a ir y le va a avisar a Juárez, responde el militar.
-Juárez no está aquí, le dice Musa. Juárez está en Buenos Aires, completa.
-La Nina sí está, le retruca Correa Aldana.
Y en ese dato radicaba lo verdaderamente importante, y Musa, que siempre había sido un sabueso con dos amos, en ese momento debería elegir de qué lado estaba.
Tras comunicarle las novedades, Correa Aldana le dice a Musa que las órdenes no son solo retenerlo en la guarnición hasta la medianoche, sino que también querrán probar su lealtad:
-Yo voy a ir a Casa de Gobierno, le dice Correa Aldana, -Pero antes hay que tomar la Jefatura de Policía y al mismo tiempo detener a todos los diputados ¿Usted tiene gente de confianza que pueda seguirlo para organizar ese operativo?
Musa no duda ni un instante y le responde que sí, aunque la orden también implicaba detener a la “Nina”, entregarla en el Batallón y averiguar dónde estaba Juárez (el gobernador, que había viajado a Buenos Aires por una audiencia con la presidenta Isabel Martínez de Perón, no volvería a Santiago durante los próximos siete años). Y así lo hizo, cumplió con su deber, durante las primeras horas del miércoles 24 de marzo.
Ya consumado el Golpe de Estado, el ahora exjefe de inteligencia fue ascendido a Comisario General, y estaría en la guarnición con Correa Aldana, quien tomó el gobierno en Santiago y se mantuvo en el poder durante unas semanas, hasta que llegó César Fermín Ochoa, el militar que mandaron desde Buenos Aires para gobernar la provincia.
En plena dictadura militar, Musa se convertirá en amo y señor de la represión, en estrecha colaboración con los mandos militares de Tucumán y Córdoba.
“El rol de Musa fue central. Él era quien manejaba operativamente la red de espionaje, persecución, tortura y desaparición en Santiago. Siguiendo las órdenes de Ochoa, del Batallón y de los militares que bajaban línea desde Buenos Aires. Operativamente él era el engranaje fundamental”, sostuvo Picco.
Sin embargo, en el 78, Musa pidió el retiro. La dictadura llevaba apenas dos años, pero el Comisario no tenía una buena relación con el gobernador de facto, Ochoa, y había quedado atrapado en una interna feroz entre policías, militares, empresarios y parapoliciales, que podría haber terminado con su muerte.
“Otro dato que no es menor es que Musa ha estado muy poco tiempo en los lugares de poder. No ha llegado a estar 10 años, pero le alcanzó para hacer lo que quiso" precisó Picco. Para ese entonces, según las cifras conocidas oficialmente ya se habían denunciado más de 18 desapariciones en la provincia, sin contar los cientos de torturas y amenazas por parte de la gente de Musa.
Entonces, fue así que, a sus 42 años, se alejó de las luchas de poder y volvió a Árraga. Compró una finca más grande que la que tenía su padre, y se dedicó al campo y a los animales.
Sin memoria y sin vergüenza
Antes, durante y después de implantada la dictadura, Santiago del Estero soportó el terrorismo de Estado. Y eso quedó visibilizado, en su máxima expresión, cuando el exjefe del aparato de inteligencia y represión -del juarismo primero y luego de los militares-, volvió al poder.
Fue en el ’95, cuando se abrió un nuevo capítulo de la relación ambivalente con el juarismo, que pese al repudio nacional lo designará al frente de la subsecretaría de Informaciones. Azar se mantendrá en ese puesto hasta 2003, cuando se hundirá con el Doble Crimen de La Dársena en el que fue el principal condenado.
“El aparato represivo se aplicaba de la misma manera en dictadura y democracia, en especial a partir de los 95 cuando vuelve Musa. Es explicita la continuidad de un personaje que era una figura clave de la represión que de pronto asume un cargo de subsecretario de información en un gobierno democrático. Es como el colmo. Ha sido tan explícito como bizarro”, señaló Picco.
La debacle: el crimen de la Dársena
En 2008, Azar fue condenado como autor intelectual del doble crimen de La Dársena, por el que estaba detenido desde 2003. La sentencia del caso, que dejó muchas dudas, señala que a Leyla Bshier, de 23 años, la mató el dueño de una carnicería que estaba vinculado a uno de los hijos de Musa. Y que Patricia Villalba, de 26, fue secuestrada, torturada y asesinada porque sabía lo que había ocurrido.
Los cuerpos de ambas se encontraron en un descampado en la zona de Árraga, en 2003, y dieron lugar a las movilizaciones de protesta que terminaron con la caída del juarismo y la intervención federal en 2004.
Con este caso, Musa se convirtió en el criminal más condenado de la historia judicial de Santiago del Estero con cuatro penas de prisión perpetua. Las otras tres condenas, que llegaron en juicios que se realizaron después de 2010, fueron por delitos de homicidio, violación sexual, violación de domicilio, privación ilegítima de la libertad y tormento, cometidos entre 1974 y 1978.
Durante más de quince años, Musa estuvo preso en la Escuela de Policía, en una Unidad Regional en la ciudad de La Banda, en Gendarmería, en el Penal de Colonia Pinto, en dos hospitales y en una cárcel de Chaco. Pasó tres años y medio en el Penal de Ezeiza, donde compartió pabellón con otros genocidas y represores, como Reinaldo Bignone, Luciano Benjamín Menéndez, Luis Patti, el Tigre Acosta, y Miguel Etchecolaz.
En 2018, un tribunal de Santiago del Estero le otorgó el beneficio de la prisión domiciliaria, aunque horas después, esta medida fue suspendida. Sin embargo, en enero de 2018, obtuvo dicho beneficio.
Finalmente, falleció el 25 de septiembre de 2021, a los 85 años, tras permanecer internado varios días en un centro de salud privado de su provincia, luego de sufrir un ACV.
Ni olvido ni perdón
Hasta sus últimos días, Musa, el hombre que construyó una de las organizaciones parapoliciales más sangrientas y duraderas de la historia de Argentina, se mantuvo firme en sus ideales, convencido de que había cumplido con la misión de defender a la patria del comunismo durante los 70; y de haber cumplido un rol fundamental para la política santiagueña durante el juarismo, como funcionario de seguridad e inteligencia.
Y así lo expresó en las entrevistas que mantuvo con Picco en su domicilio de la calle Moreno, de la capital santiagueña, mientras transitaba la prisión domiciliaria. “Jamás lo hemos notado arrepentido. Para nada, cero. Por el contrario, estaba enojado con los políticos que le soltaron la mano. La política nos abandonó, ese era su discurso”, recordó Picco.
Agrega Picco: “De hecho, fue muy curiosa una anécdota que nos contó. Él ha pasado un tiempo en el penal de Ezeiza con otros represores y allí hablaban entre ellos, hacían su catarsis de que los políticos los abandonaron. Tenían mucha esperanza de salir, cuando vino el gobierno de Macri, cuando empezó el tema del 2x1, pero terminaron enojados con ellos. Decían: 'nos prometieron y no nos cumplieron'. Su reclamo era ‘por qué nos mandan a juicio a nosotros si estábamos defendiendo a la Patria de la amenaza terrorista’”.
Así fue como aquel policía rural, de una localidad casi inhóspita del sur santiagueño llegó a convertirse en uno de los hombres más poderos y temidos del país, a cargo de un aparato represivo sangriento y despiadado.
Un hombre que fue presentado como un monstruo, pero que Picco prefiere definir como “el resultado de una coyuntura y de una serie de procesos que hay que entenderlos en su complejidad”, porque “el riesgo de pensar en la figura del monstruo es que puede aparecer cualquier otro en cualquier momento, como un loquito suelto, y no es así”. “Eso se construye, es el resultado del contexto social y del entorno”, subrayó.
Y eso no significa justificarlo ni quitarle responsabilidad, explicó el periodista, sino visibilizar que también hubo muchos otros que obraron con él, que fueron tanto o más responsables que él, y cuyas historias han sido voluntariamente opacadas por la pesada sombra del policía de Árraga.
* Musa, el nombre del miedo, puede leerse en la revista digital santiagueña subidadelinea.com.