Cuántas cosas se pudieron leer desde que ganó la calle este suplemento. Pero otras tantas permanecerán en el recuerdo, y muchos lectores ni siquiera podrán imaginarlas. La trastienda fue tan rica como lo publicado. Millones de anécdotas. Pero algunas marcan más que otras. Como aquel duro debate que la sección Deportes por completo mantuvo con uno de los mejores escritores como el Gordo Osvaldo Soriano, que hoy ya no está. Eran tiempos de Alfio Basile como entrenador de la Selección Nacional. La década del ‘90  era jugosa, intensa y el equipo argentino debía buscar su clasificación al Mundial de Estados Unidos en el ‘94. Un inesperado repechaje ante Australia en el ‘93 era el pasaporte al torneo. Pero las charlas, las peleas y las diferencias futbolísticas estaban marcadas en la época, por quienes debían ser parte del seleccionado. Eran tiempos de un mediocampo con el distinguido Fernando Redondo, en la zona central. Pero a muchos no los conformaba su juego. A Soriano tampoco. Al Gordo le gustaba Hugo Pérez, un rústico jugador que había pasado por Racing e Independiente. Osvaldo se acercó a la sección y dijo: “Basta de Redondo. El repechaje lo tiene que jugar Perico Pérez”. No había terminado de pronunciar el apellido cuando todos aquellos que estábamos en el lugar lo empezamos a criticar. La charla comenzó a subir de escalones, hasta que, enojado y con su inefable cigarro en la mano, se fue directo a la oficina del director. Salió de allí con una sonrisa. Había decidido volcar su pensamiento en la contratapa del diario. Al día siguiente se publicó. Muchos periodistas de otros medios tomaron sus palabras como propias. Y se instaló el debate. Hasta que el entrenador dio la lista para jugar esa final de ida y vuelta con los australianos. Pérez apareció en la nómina. El día que se conoció la noticia, Soriano, irónico como siempre, llegó al diario, pasó por la sección y nos miró. Pensábamos que iba a seguir de largo, pero se detuvo, se sentó en una silla y pregunto: “¿Qué día juega Argentina?”. Se levantó y se fue, esta vez, más tranquilo. Llevaba en su mano un recorte de diario. Lo mostraba, pero sin querer mostrarlo mucho. Era aquella contratapa donde pedía por Hugo Pérez.