Hablar en una mesa que da a la pared en un café de la zona del Congreso, mientras afuera las luces y el ruido de los colectivos avisan que está por anochecer, es un espacio apropiado para charlar con Ricardo “Patán” Ragendorfer. Es una entrevista, pero el momento reclama un clima de conspiración con este periodista de sonrisa fácil, que habla bajo cuando busca la claridad en la respuesta. "Patán" es una mezcla de serpiente y águila: avanza despacio en la oración escogida, pero sabe exactamente donde impactar.
Pedir el primer café invita a recuerdos que van desde el tren del ALCA, hasta el anecdotario eterno de este hombre que cuenta entre risas una extraña casualidad, que derivó en que todos los jueves de hace muchos años, era invitado por Bioy Casares a su casa a ver el show de Benny Hill con él y Silvina Ocampo.
Entre sus muchos trabajos, hay uno que cumple diez años: Mujeres de Lesa Humanidad, donde confronta la vida familiar de algunos represores, con el recuerdo que los sobrevivientes de la dictadura tienen de ellos.
-No solo la serie de Mujeres de Lesa Humanidad, que hice con Javier Diment, que es mi compañero, sino que desde hace mucho tiempo y para más de un libro que escribí, vengo entrevistando a represores. Lo cierto es que por algún raro resorte de mi psiquis me interesa más entrevistar a represores que a víctimas. Los relatos de víctimas me laceran, me afectan mucho, porque me pongo inevitablemente en el lugar de ellos, en cambio, periodísticamente hablando, los represores son para mí como los escorpiones para un entomólogo. En ese sentido hay una historia y una prehistoria mía que alimentan ese interés: yo soy hijo de judíos austriacos que se rajaron del holocausto, y yo mismo me rajé de Argentina durante la dictadura. O sea que con esos personajes tengo algo personal. Y eso también implica explorarlos, porque de ellos se sabe muy poco; apenas sus nombres, donde prestaban servicio y algunas -no todas- aberraciones que cometieron. Me interesa de ellos el plano humano, porque no son monstruos, son personas que tuvieron cargos ejecutivos de sistemas cifrados en el exterminio. Y eso es lo que los hace más monstruosos. Y en mi laburo me ha sido necesarios entrevistarlos. Ahí hay una diferencia con muchas de las entrevistas que vi a represores: la mayoría de los periodistas pica el anzuelo y discute con ellos.
-Sí, algo notable en tu trabajo es que les das cuerda y los dejas hablar.
-Claro, porque cuando les das cuerda se ahorcan solos. Fijate la entrevista a la esposa del represor (Pedro Edgardo) Giachino, el “héroe de Malvinas” que si no lo hubieran matado en las islas estaría en cana por delitos de lesa humanidad. A mí no me suma preguntarle a ella cómo es vivir con un tipo que en Mar del Plata picaneaba mujeres embarazadas. Por eso le pregunto cómo lo conoció, si era romántico, me cuenta que se enamoró de él bailando un tema de Julio Iglesias, que era amoroso, buen amante, ¡único! Yo no tengo que discutir con ella, lo que ella dice confronta con lo que recuerdan del tipo, los torturados por él. Todo con ella fluye hasta que me cuenta que un día él vuelve de su trabajo, blanco, descompuesto, llorando y le dice “mamita no me preguntes por qué lloro. No me preguntes, mamita”. Y listo, ahí está: ahí ves que ella ignora a conciencia.
-Todo el país era un campo de exterminio, pero en Mar del Plata la sistematización fue brutalmente impecable.
-Es que Mar del Plata era un coto de la marina. Ahí mandaban ellos. La base naval.
La mirada veloz de "Patán" gira con una velocidad que quiebra el ritmo tranquilo de la charla: se hace urgente un segundo café y otras anécdotas, como cuando investigando el Batallón 601 se cruzó con el Mayor Despañadero, un militar casi desconocido pero que era el estratega del armado de inteligencia en la infiltración de ERP y Montoneros. Pactó un encuentro en los “36 Billares” y una seria de equívocos hizo que Despañadero creyera que Ragendorfer lo había emboscado.
La ronda de café llega, la atención apaga los ruidos de la calle y ayuda a ignorar inclusive a la señora de atrás que cuenta voz en cuello las hazañas de nieto que ¡es tan inteligente que yo ya no sé!
No había delito que no tuviera su precio
-En su momento te metiste duro con la Policía de la Provincia de Buenos Aires, con datos. ¿Vivías tranquilo o esperando el balazo?
-Afortunadamente los de la bonaerense no matan por razones literarias, pero además creo que tiene que ver con describir la realidad.
-Bueno, eso no es garantía, o peor: sí, es garantía.
-Si, pero por ejemplo, uno que era un poronga en la época de “Maldita Policía”, el gordo Naldi, tuvo que malvender por mi culpa un yate de seiscientos mil dólares, no obstante, cuando nos encontramos la relación es muy cordial.
-Me estás jodiendo.
-No, en serio, mirá, con los tipos más peligrosos de la bonaerense tuve menos problemas que con algunos civiles que se ofendían por pavadas.
-¿Es el juego “noble” de que el calavera no chilla?
- Es muy posible! En todos lados hay códigos.
-Pero aún así es un terreno rudo, y vos lo transitas. Me decís que ahí te lleva tu historia: a interesarte por el “factor humano” de esa gente.
-Con respecto a los represores, y a la bonaerense, mi atracción radica en que es una travesía por una novela negra, por un policial duro. Esto comienza cuando me mandan de la revista Noticias, pero siempre se hablaba de “gatillo fácil”, que es el único delito sin fines de lucro que cometen. Y con Carlos Dutil, mi compañero, nos llamó la atención el estilo de vida de estos tipos, su la gran “movilidad social ascendente”, con autos de alta gama y mansiones del millón de dólares para arriba. Había uno que tenía una mansión en Beverly Hills y yates. Ahí descubrimos que había una forma de supervivencia de la policía a través de cajas delictivas. No había delito que no tuviera su precio. Ahí publicamos la nota “Maldita policía” y allí arranca la idea de hacer el libro. El tema era cómo relacionarnos con ellos, porque de hacer coberturas ya nos conocían todos. Pero como el tema de la plata no se podría preguntar en directo, el sistema fue hacer un cuestionario con cuatro preguntas: tres de temas que les interesaban a ellos y la cuarta sobre las matufias del otro, y cuando íbamos al otro, hacíamos lo inverso. Y así salió todo.
-¿Volverías a hacerlo hoy?
-Si no lo hubiera hecho antes, sí. Ahora ya no porque sería repetir lo mismo.
-¿Y qué estás haciendo ahora?
-Preparo un libro sobre el intento de magnicidio contra Cristina (Kirchner).
-Es una trama complicada.
-Sí, y me permite explorar, así como en su momento exploré a la policía bonaerense.
-Escribiste un libro sobre Patricia Bullrich y ahora un libro sobre el intento de magnicidio, donde Bullrich tiene lazos con el gobierno de la ciudad. ¿Vas de nuevo sobre ella?
-En parte sí, es una protagonista de esta historia. No en carácter de personaje principal, pero revolotea en esta historia. El libro de Bullrich fue por un ofrecimiento, y al principio no me gustó la idea, era tedioso dedicarle seis meses de mi vida a esa mina. Pero vi que a través de sus sesenta años, el libro me permitía reflejar sesenta años de historia argentina, y aún de antes, haciendo pivot en ella. Máxime porque en su juventud andaba con personas que yo conocí muy bien. Y también remontarme en sus ancestros, que me dejaba hablar de historia argentina del siglo diecinueve.
Las nuevas amenazas somos nosotros
-Viendo los sucesos de los últimos años, cómo la situación de Ecuador, lo que pasó con Lugo en Paraguay, el intento de golpe Lula en Brasil, el golpe en Bolivia. ¿Qué prevés, vos conoces los cuarteles de Argentina?
-Si pudiera prever me dedicaría al turf. Lo que si veo, es que el mundo se ha convertido en un enorme tobogán muy parecido al momento entre el fin de la primera guerra mundial. Eso duró hasta el año 1933 en que surge el huevo de la serpiente. Bueno, hay un resurgimiento del fascismo sin esvásticas ni camisas pardas, lo cual lo torna más peligroso. Es un fascismo con ropaje pseudo democrático, algo así como lo que dice Boaventura de Sousa Santos: un fascismo societal, un proceso de ultra derecha. Eso no surge de un partido político, sale del cuerpo social. Es un fascismo pluralista, sin jefes, de gente que ni sabe lo que es el fascismo. Y eso tiene que ver con una serie de circunstancias que sorprendieron a quienes desde el siglo veinte no vieron a dónde iba el mundo, un mundo desindustrializado, de la timba financiera, que hizo que en todos los países sobraran millones de habitantes. Yesos millones dejaron de pertenecer a una clase social y en consecuencia dejaron de tener conciencia de clase. Ahí habría que tratar de visualizar la configuración actual del mundo, y en ese contexto, sí, la doctrina de la seguridad nacional fue reemplazada por la doctrina de las nuevas amenazas. Y las nuevas amenazas somos nosotros. Más la suma de otros factores, como el lawfare, las cuestiones ambientales, los partidos judiciales y todo esto sin, aparentemente, el derrame de sangre.
Son procesos genocidas. Y estamos a punto de tomar conciencia de la inmundicia que nos rodea.
Aquí cuando se habla de la Corte Suprema se reacciona con indignación y asombro como si fuera un problema en sí mismo y no una cuestión sistemática. Y fue lo mismo en Brasil, Ecuador, y en Perú, del que no se habla y hay un golpe con masacres todos los días.
Pagar los cafés, salir a caminar para fumar y recordar algunas cosas suele ser un buen fin de la tarde-noche, y casi con el saludo de despedida, suelto la última carta:
-Me quedé pensando en el tema de los represores y de tus libros y artículos sobre ellos y aun sobre tu trabajo de desmadejar la cuestión de la bonaerense y el primero de tus documentales de la serie “Mujeres de Lesa Humanidad” donde dejas que la mujer de Giachino hable del amor tierno que ella recibía de el, y luego lo contrapones a los testimonios de los torturados por él. ¿Te consideras un personaje oscuro?
-No, no digo que soy la luz que ilumina la vida, pero oscuro, no.