A diario, el periodista media entre la noticia y el lector. El acontecimiento deportivo –para ponernos en el contexto de Líbero– da la materia prima que el hombre de prensa presenta a partir de una óptica singular. Elige las palabras, pero también la forma que considera ideales para que lo que está contando resulte auténtico en un ciento por ciento y decida avalarlo con su nombre y apellido. Y es a partir de la forma en que va a transmitir su parecer cuando aparecen una multitud de mediadores que lo ayudan a ser eficaz en su rol. Como mediador pasa a estar mediado por la tecnología –objetiva, dura–, pero fundamentalmente por numerosos actores –subjetivos, críticos– que lo ayudan a darle a la noticia el carácter con el cual quiere reflejarla, aquellos que quedan del otro lado de la línea de cal cuando empieza el partido. Es así como el redactor es acompañado por una serie de profesionales imprescindibles para que Líbero logre una identidad y la mantenga. Es por eso que en el racconto de estos 1000 números hay que darle el justo relieve a la tarea de los reporteros gráficos, los retocadores digitales, los diagramadores, los correctores, los archivistas y otros tantos especialistas cuyo trabajo se fue extinguiendo en la misma medida en que la tecnología revolucionó la industria gráfica. Obviamente, esos cambios sirvieron para enriquecer el punto de vista que refleja Líbero en cada una de sus ediciones semanales. Los fotógrafos, por ejemplo, ya no deben ponerse a rogar en silencio para que la imagen captada emerja del proceso de revelado con la calidad exigida para ser impresa. Tampoco angustiarse calculando mil veces si será suficiente la cantidad de rollos que pueblan los bolsillos de sus chalecos. Las cámaras digitales que ahora frecuentan les muestran en el momento los aciertos y los errores de su trabajo, qué les falta y qué les sobra, como bien lo saben Arnaldo Pampillón, Alejandro Leiva y Julio Mancini, entre muchos otros. Por otra parte, la masificación de la informática también les trajo un oasis a los diseñadores, quienes pasaron de estar compelidos a dibujar contrarreloj en el papel el primer diseño de página que acudía a su mente para aplacar la ansiedad de los editores a hacer y deshacer en la pantalla tantas variantes como su creatividad les dictara y la noticia requiriera. Walter Molina e Ignacio Otamendi pueden hablar con mucha autoridad de este ejercicio. Ni qué hablar de las posibilidades que abrió la generalización de la impresión en color de los diarios. Agradecidos con la computación también estuvieron los correctores, que pudieron enfocar su atención en detectar erratas periodísticas y malas prácticas gramaticales, dejando de lado la pesca de los saltos de ojo. Ese enriquecimiento de cada tarea significó un recurso extraordinario para acompañar la evolución que se dio en el deporte y que se hace evidente en el repaso de los 1000 números de Líbero. Los records, los entrenamientos personalizados, las dietas según cada deporte, la confluencia interdisciplinaria en los equipos de entrenadores, las actualizaciones de los reglamentos a partir de la evolución atlética nutrieron las páginas de este suplemento de PáginaI12 y obligaron a sus hacedores a agudizar su profesionalismo para ofrecer una mirada sobre el deporte acorde con los valores editoriales que expresa el conjunto del diario.