Es difícil hacer una mejor síntesis de su biografía que la que él mismo hizo en su breve RW.

“... Nací en ChoeleChoel, que quiere decir 'corazón de palo'. Me ha sido reprochado por varias mujeres.

Mi vocación se despertó tempranamente: a los ocho años decidí ser aviador. Por una de esas confusiones, el que cumplió fue mi hermano. Supongo que a partir de ahí me quedé sin vocación y tuve muchos oficios. El más espectacular: limpiador de ventanas; el más humillante: lavacopas; el más burgués: comerciante de antigüedades; el más secreto: criptógrafo en Cuba.

(...) En 1964 decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía.”

Rodolfo Walsh empieza como traductor del género policial. Conoce así a los mejores escritores. Es admirador de Conan Doyle y en su cuento Pruebas de imprenta, le hace un homenaje tras otro. Así se prueba a sí mismo como escritor de policial. Su primer cuento, publicado con apenas 23 años, fue Las tres noches de Isaías Bloom. En la trama del cuento, Isaías Bloom es un estudiante de medicina que comparte un cuarto de pensión con la víctima de un asesinato. En las dos noches previas sueña y anota sus sueños porque está estudiando psicoanálisis. De la interpretación de esos sueños surgirán luego las pistas para develar el crimen. En la tercera noche, cuando Isaías está de guardia, se comete el crimen. Por supuesto el policía descree de este método, como el Treviranus de Borges descree de “una solución rabínica” para el asesinato del rabino.

En este primer relato policial, la posición de Walsh en relación a la violencia policial es muy distinta a la que después tendrá en Operación Masacre. El comisario --compañero de investigación de Isaías como es Treviranus de Lönnrot en el cuento de Borges-- censurando a los estudiantes dice: “Pero si usted los mira fijo, le dicen torturador”.

Hasta acá, a pesar de que en Asesinato a distancia Daniel Hernández se expone a riesgos para develar el crimen, abandonando el fairplay e incursionando en el hardboiled, Walsh trata de poner el foco en el enigma y para esto la realidad debe ser susceptible de ser ordenada. Por un lado el bien, por otro lado el mal.

En la serie que sigue, Daniel Hernández ya no va a hacer pareja con Jiménez sino con Laurenzi. Esta serie está conformada por los relatos Zugzwang, Trasposición de jugadas y En defensa propia, y se publican en 1956. Laurenzi es un comisario retirado que le cuenta sus fracasos a Daniel en un bar mientras juegan al ajedrez. Varias cosas cambian. Por un lado Daniel ya no actúa, ahora escucha. Podríamos decir que toma testimonio. Por otro lado, las cosas están contadas en pasado, ya no hay ningún crimen que resolver ni posibilidad de hacer justicia. Ya no hay narrador omnisciente, ahora Daniel cuenta en primera persona. Utiliza el recurso de la narración enmarcada para contar las historias de Laurenzi. Como si dijéramos, hay una Historia y en ella están contenidas las muchas historias que la explican.

Estos textos son contemporáneos a Operación Masacre, donde el Walsh que empieza la investigación con una idea de las coordenadas políticas, estando de acuerdo con el derrocamiento de Perón. Sin embargo, al escuchar a los testigos de la masacre de José León Suarez, esa idea va empezando a mellarse. La seguridad de dónde está el bien y dónde está el mal va a vacilar. En el primer prólogo intenta todavía pensar en un grupo de policías malos dentro de un sistema razonable, pero con el correr de los prólogos y la certeza de que “los muertos siguen bien muertos y los asesinos probados pero sueltos”, ya su posición política va a cambiar radicalmente, hasta “abominar” de sus relatos policiales y lanzarse con pasión a la búsqueda de una literatura que opere en la realidad. Encontrar esa literatura o abandonar la literatura. Así de desesperada es la búsqueda.

Pero volvamos a Daniel Hernández y al comisario jubilado.

Laurenzi se jubila porque ya no puede usar más un instrumental lógico para resolver los crímenes. Este método lógico y las dificultades con las que finalmente se encontró están ilustradas en el problema del lobo, la cabra y el repollo. Cómo llevar de un margen al otro del río a los tres en el menor número de viajes posible. Resolución: Llevar primero a la cabra, ya que no hay riesgo de que el lobo se coma al repollo. Después buscar al lobo y dejarlo en la otra orilla, volver a subir a la cabra para buscar el repollo. Ese problema se le presentó a Laurenzi con una joven de 17 años embarazada, el padre que quería matar al novio y el novio que venía de cuatro meses de estar ausente. Cómo transportar a los tres con un solo bote. Lleva primero al padre, pero cuando lo deja se da cuenta de su error así que vuelve lo más rápido que puede a la otra orilla, donde el novio, sintiéndose traicionado durante su ausencia ya ha ahorcado a la joven. El problema, dice Laurenzi, no está en la aplicación de las reglas lógicas, sino en saber quién es el lobo, quién es la cabra y quién es el repollo de la historia. “¿Cómo saber que la cabra no se comportará como un lobo, o inclusive como una cabra?”

Este cambio que se va operando en Walsh en la investigación de los fusilamientos se va notando en sus ficciones y, claro, a la inversa. En la medida en que las investigaciones van avanzando, Walsh iba perdiendo referencias, certezas. Comienza a dudar. Abandona el espacio homogéneo del policial de enigma. Abandona la confianza en la posibilidad de mapear la realidad.

En 1969, cuando publica ¿Quién mató a Rosendo?, ya no es un detective solitario, un desencriptador individual como Daniel Hernández. Ya trabaja en el periódico de la CGT y tiene un equipo de investigación. Este equipo implica una red de informantes que son militantes de bases, dirigentes sindicales, simples trabajadores. Ya no sólo lee con lentitud, sino que escucha a una red de testigos que también son protagonistas. El pasaje del detective a la acción política lo lleva a procedimientos literarios propios de la literatura de testimonio, de la literatura militante. Ya no se trata de un detective individual, ni la verdad es el tesoro de un juego de ingenio. La verdad descubierta por muchos, escrita por un escritor y devuelta a la multitud, debe actuar, debe modificar la realidad.

 

En este aniversario de su asesinato, sin embargo, decido quedarme con el Walsh que descubre las connotaciones políticas del texto después de haberlo escrito. Un oscuro día de justicia contiene la lección más importante para cualquier pueblo. Una lección que nuestro pueblo se niega a aprender, esperando siempre que el héroe --o la heroína-- venga al rescate y convierta este desastre en un luminoso día de justicia: “... el pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza...”