Cada 24 de marzo conmemoramos en nuestro país el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia para homenajear y recordar a las víctimas de la última dictadura cívico-militar. Cada 24 de marzo escucho en una mesa, en una reunión con gente cercana (y no tanto) algún comentario que expresa cierto hastío sobre la consigna que propone esta fecha: hacer memoria.
Hay evidentemente una asociación muy marcada para algunes entre esta conmemoración y una supuesta filiación partidaria, política. Me parece que muches creen que insistir con la importancia de este día nacional está directamente relacionado con cuán kirchnerista/cristinista/peronista (el -ista que prefieran) es uno. Nada más lejano de lo que yo pienso.
Para mí el ejercicio de recordar, hacer memoria, es fundamental, independientemente de cualquier cercanía correligionaria. ¿Por qué es importante esta práctica? Bueno, porque esa permanente mención, esa reflexión y esa revisión es la que permiten que se empiecen a sumar a esto que se llama «memoria colectiva» las historias de quienes nunca tuvieron voz. Ya lo comentaba en el último artículo: los colectivos trans también fueron víctimas de la última dictadura cívico militar. Su historia recién se está contando y haciéndose justicia.
Gracias al trabajo de compañeras como María Belén Correa, una de las creadoras del Archivo de la Memoria Trans, entre otras organizaciones de derechos humanos, se pudo reconstruir una historia sangrienta.
Durante la última dictadura cívico-militar hubo muchas formas de ser considerado subversivo: ser estudiante, tener participación política o gremial, tener una sexualidad no heteronormativa eran solo algunas de las razones para ser encerrado y o torturado. La memoria, relatos de las madres y sobre todo de las personas secuestradas entre las que se encontraban varias travestis que hoy son querellantes en un juicio de lesa humanidad, dejaron en evidencia una estructura de asociación ilícita con el fin de exterminar todo lo que ellxs consideraran peligroso.
Hacer memoria también implica rastrear las consecuencias de ese periodo nefasto. Sería muy ingenuo creer que de un día para el otro, por asumir un presidente de modo democrático, todas esas prácticas antiderechos instaladas en las fuerzas de seguridad iban a desaparecer. Se habla muy poco de que la persecución policial hacia las travas no terminó con la dictadura. Mientras todxs pensaban que los Falcon verdes eran exclusivos de aquella época, hoy podemos contar, gracias a la memoria colectiva y los documentos gráficos de la época, que muchas de esas personas que pertenecían al grupo de operaciones en la dictadura y se dedicaban a torturar y secuestrar obrerxs, estudiantes, travas y demás fueron asignadas a programas en plena democracia que se dedicaban hacer algo que ellxs consideraban «limpieza social». Se preguntarán ¿qué era eso? Una iniciativa surgida desde el área de «moralidad» del propio Departamento Central de Policía. Como ya no podían meterse en los hogares de las personas, se cazaba gente por las calles: vagabundos, travestis, meretrices, entre otros. Incluso —como ocurría en la dictadura— existía una vocación por la documentación en libros de estadísticas policiales. En la provincia de Buenos Aires había un área parecida, pero con otro nombre.
Esta policía de la moral utilizaba los mismos autos verdes para juntar toda la «basura social». Es decir, todo lo que no entrara en los cánones de moralidad de la época: la conducta lesbiana, las costumbres demasiado liberales, el amaneramiento, el temperamento afeminado, los invertidos. Se sospechaba de cualquiera que no hubiera sido visto acompañade por personas del sexo opuesto.
En el año 84, según las sobrevivientes y los registros periodísticos de la época, la matanza de travestis en la Panamericana fue una de las violaciones más grandes de derechos humanos en plena democracia. Actos que siguen impunes porque ni familiares ni amigues de las víctimas denunciaron los hechos. ¿Cómo podían ir a denunciar si se sabía que entre los verdugos había policías?
Pasarían muchos años para que nos convirtiéramos en sujetos de derechos. Tal como afirma María Belén Correa, la democracia y la construcción de la memoria trava comienza en el año 2012 con la Ley de Identidad de Género, cuando el Estado dejó de perseguir a nuestras compañeras, una población en riesgo.
Los diarios sensacionalistas de los años 80, hoy se convirtieron en un documento con registros valiosísimos que se hubieran perdido con el paso del tiempo. Estos documentos y el uso de la memoria colectiva de les sobrevivientes son esenciales para la construcción de la memoria de nuestro país. Memoria para reflexionar, memoria para proyectar y memoria para no olvidar.