En el borde mismo de la autoexplotación, Byung-Chul Han ha publicado un nuevo libro. La compulsividad editorial que rodea al filósofo coreano es, paradójicamente, otro ejemplo del vértigo que denuncia en varios de sus trabajos. Pero quizás a modo de antídoto, en la flamante edición en español de Vida contemplativa (Taurus) resigna brevemente su rol de gurú del apocalipsis tecnológico para situarse en el terreno de la eudemonología. Propone un camino alternativo a la hiperactividad para que el ser humano intente ser feliz en la medida de sus posibilidades. No es, sin embargo, un manual filosófico de autoayuda, sino más bien un ensayo teórico-práctico sobre los beneficios del ocio y del "no hacer" en tiempos de conectividad permanente.
Han no está solo en la tarea de "desconectar" a sus congéneres. Al menos no está solo en términos del anclaje histórico de sus planteos. En todo momento acude, en busca de "ayuda", a sus filósofos de cabecera, pero también a escritores y poetas que imaginaron un mundo menos sometido a la ansiedad por el rendimiento.
Es evidente su deuda filosófica y espiritual con el taoísmo y el budismo, pero sus citas en este libro se circunscriben casi exclusivamente (salvo en un capítulo dedicado al exquisito Zhuangzi) a la tradición occidental basada en el pensamiento greco-romano.
Obviamente más platónico que aristotélico, se nutre de las ideas epicúreas pero no descarta a los estoicos; elige como aliado a un Heidegger relativamente tardío para sostener su defensa de la pausa, de la espera, de la renuncia (que no implica, en este caso, "darse por vencido" sino abandonarse a una "pasión por lo indisponible") e inclusive de la fiesta y el juego como "inactividades" que dan esplendor a la existencia humana. Han es taxativo en este punto: "el origen de la cultura no es la guerra, sino la fiesta".
Cuando el capitalismo de rendimiento transforma el tiempo en mercancía, Han destaca, siguiendo a Theodor W. Adorno, lo que denomina el "ceremonial de la inactividad". Y escribe: "hacemos, pero para nada. Este para-nada, esta libertad con respecto a la finalidad y la utilidad, es la esencia de la inactividad. Y es la fórmula fundamental de la felicidad".
Han rescata prácticas y estados de ánimo muy disímiles: la meditación, el tedio, la experiencia religiosa y la poesía, entre otras. Sobre ésta última sostiene lo siguiente: “La información es la forma de actividad que tiene el lenguaje. La poesía, por el contrario, suspende el lenguaje entendido como información. En la poesía el lenguaje se pone en modo contemplación".
El "flaneur" Walter Benjamin y los románticos Hölderlin y Novalis también son reivindicados por el filósofo coreano en este rescate genealógico de la inactividad. De estos últimos toma la idealización de la naturaleza y de la libertad. "La idea de libertad de los inicios del romanticismo se presenta como un correctivo o incluso como un antídoto contra la libertad lndividual actual. Esta libertad romántica no se basa en el querer-se o en la voluntad de sí, sino en el ser-con o el querer-con", señala Han.
Vida contemplativa refuta con crudeza el planteamiento ontológico de Hannah Arendt, que propiciaba la "acción" en su célebre La condición humana. Frente a la teoría de la filósofa y ensayista alemana, el coreano propone una suerte de mix: “la existencia humana se realiza únicamente en la interacción de la vita activa y la vita contemplativa”. Para ello subraya la necesidad de rescatar el tiempo libre, "que no pertenece al orden del trabajo y la producción".
Aunque su mirada puede parecer utópica o romántica en términos de adecuación a la vida actual realmente existente, en buena parte del ensayo Han busca mostrarse pragmático. Lo que él propone, sostiene, es un método para detener la destrucción de la naturaleza y el desasosiego tecnológico impuesto por el capitalismo neoliberal. Una apuesta pragmática que, en lo más profundo, contecta con un viejo imperativo filosófico: la posibilidad de encontrar el verdadero sentido de la existencia a través de un modo diferente de habitar el mundo.
A diferencia de sus trabajos más conocidos, atravesados más por un afán de concientización política que por indagaciones de tipo especulativas, aquí Han se corre -especialmente en la segunda parte del libro- de su rol de divulgador para sumergirse en arenas teóricas más complejas. Esto resulta casi inevitable cuando desmenuza el concepto de "meditación" en Heidegger.
El comienzo y el final del libro funcionan, en su disímil radicalidad, como diagnóstico actual y como resumen de las esperanzas de Han. Primero cita al Nietzsche de Humano, demasiado humano: "Nos estamos asemejando cada vez más a esas personas activas que 'ruedan como rueda la piedra, conforme a la estupidez de la mecánica'"; mientras que en el cierre, Han escribe, imaginando la utópica "sociedad venidera" descripta por Novalis: “En el reino de paz por venir se reconciliarán el ser humano y la naturaleza. El ser humano ya no será más que un conciudadano de una república de seres vivos a la cual pertenecerán las plantas, los animales, las piedras, las nubes y las estrellas”.
Es evidente que el filósofo, tantas veces tildado de apocalíptico, intenta aquí ofrecer una salida más amable, en plan bucólico, después de su diagnóstico lapidario. Cada lector podrá decir si siente que la humanidad está más cerca del principio (nietzscheano) o del final (romántico) del último libro publicado aquí de Byung-Chul Han, el gran metabolizador de las ansiedades de esta época.