En sus memorias tituladas Boy Erased, el escritor y activista norteamericano Garrad Conley relata que, cuando tenía diecinueve años, su padre le dio dos opciones: asistir a “Love in Action”, una pseudoterapia religiosa de un ministerio evangélico para curar su homosexualidad o abandonar la casa y nunca más volver a ver a su familia. En “Love in Action”, Garrad fue sometido a torturas físicas y prolongados encierros, castigado a escuchar pasajes del evangelio que condenaban el erotismo entre varones y hostigado a rezar para anular sus deseos.
Eso no ocurrió en el medioevo, ni hace un siglo, ni siquiera hace cincuenta años sino en pleno siglo XXI. Luego de martirizar por más de cuatro décadas a incontables adolescentes, a arruinar la existencia o inclusive ser un motivo más para el suicidio de otros tantos, en noviembre de 2014, el fundador de “Love in Action”, John Smid, se casó con su pareja del mismo sexo, Larry Mc Queen. Antes, su tan religiosa institución había sido denunciada por facilitar tráfico de niños y jóvenes para redes de prostitución y por abuso infantil.
La segunda y última temporada de El reino sigue los avatares de Emilio Vásquez Pena (Diego Peretti) y su siniestra esposa Elena (Mercedes Moran), pastor y pastora de la Iglesia de la Luz, una organización evangelista ultramontana ficticia que, en su discurso y accionar, no dista mucho de “Love in Action”.
En esta etapa de la distopía política -con ciertos ecos de El cuento de la criada de Margaret Atwood- creada por Marcelo Piñeyro y Claudia Piñeiro, el pastor Emilio deviene presidente de la Nación: una pesadilla que no parece tan lejana a realidades globales contemporáneas tras las experiencias de gobierno de ultra derecha- religiosas de Bolsonaro, Trump o que parecen materializarse en Hungría e Italia.
En la ficción, mientras Argentina se desmorona a base de ajustes económicos excluyentes característicos de las recetas neoliberales, el flamante presidente y su esposa insisten en buscar y perseguir a los culpables de la crisis. Estos son los sospechosos de siempre: las mujeres abortistas, la ESI, las diversidades sexuales y todo lo que se presente como amenaza a la familia heterosexual, blanca y cristiana. Para esta cruzada, el pastor está dispuesto hasta a disolver el Congreso y recurrir a las Fuerzas Armadas reciclando la unión de espada y la cruz propia de los golpes militares latinoamericanos.
De esa manera, a medida que avanzan el conjunto de los seis capítulos, la batalla toma la forma de una cruenta guerra civil y la metáfora de una lucha entre el bien y el mal. Y, evidentemente el bien no está del lado de aquellos que se autodenominan como la bondad y la pureza sin ambages. Por el contrario, la última esperanza de redención está liderada por Tadeo (Peter Lanzani), un dulce muchacho adoptado por los evangelistas y que se volvió contra ellos tras conocer las corruptelas económicas de la Iglesia de la Luz y los abusos sexuales contra niños cometidos por el pastor ungido presidente.
Para asumir este liderazgo rebelde, resultará clave la tierna y amorosa relación de amistad entre Tadeo y Jonathan (Uriel Nicolás Díaz) que tiene ecos de una de las más bellas historias de amor de la Biblia: la de David y Jonatan. Es tras perder a su adorado amigo que Tadeo se une a un ejército conformado por víctimas del pastor pedófilo y otros tantos desposeídos que no tienen nada que perder salvo sus cadenas para emprender esa batalla final en la que parece cifrarse el destino de la Argentina.
Tal, como en “Love in Action”, en “El reino”, la prédica religiosa moralista sirve para encubrir los actos más aberrantes. En efecto, el pastor Emilio insiste en caracterizar como búsqueda de la divinidad, sus sentimientos de posesión y sus deseos sexuales inconfesables hacia los niños.
A su vez, la represión de la sexualidad tendrá sus efectos en la familia del matrimonio de pastores: mientras Ana (Vera Spinetta), la joven hija, parece encontrar respuesta a su larga depresión en el postergada consumación de su amor por las mujeres; Pablo (Patricio Aramburu), el hijo, termina conformando una familia erótica triangular alternativa junto a su cínica esposa Celeste (Sofía Gala Castiglione) y un concupiscente y perverso personaje encarnado por el cantante cordobés Juan Ingaramo.
La segunda temporada de El reino II alerta sobre riesgos siempre latentes: los que vemos consumados en hechos como los narrados en Boy Erased y materializados en propuestas políticas concretas que ponen en tensión la idea de democracia. Frecuentemente tras procesos de avances y expansión de derechos, las conquistas de las libertades y los placeres sexuales demuestran más que nunca sus fragilidades, su provisoriedad y su necesidad contante de ser militadas.