Estimadísimos (por no decirles "carísimos", que lo son) lectóribus, compañeros de deuda, camaradas de consumo, correligionarios de salario mínimo (lo de “vital” y “móvil” sería parte de las nuevas subjetividades, la mayoría de los sueldos están más bien quietos y deprimidos):

Quiero recordaros que ya hace aproximadamente un año que nuestro Primer Alberto ha declarado la guerra contra la inflación, y con lacrimal tristeza os contaré nuestro fracaso y os diré nuestra condena: “Estamos perdiendo”.

Hace casi un año, levanté estandartes beligerantes y por demás patrióticos, y corrí, al mando de un regimiento de Imaginarios Consumidores a Caballo Regalado, hacia el fuerte enemigo más cercano a mi domicilio: un supermercado con nombre de vinilo y capitales, sospecho, de origen galo, el cual --previendo quizás la ignominiosa derrota de la que deberían hacerse cargo meses después en Catar-- elevó "por las dudas" sus precios a niveles tales que mis lanzas y las de mis seguidores no llegaban a capturarlos y llevarlos prisioneros en nuestros respectivos changuitos de batalla.

Quizás esté de más decirlo, pero ir a la guerra armado con un changuito y una tarjeta de débito puede no haber sido la mejor de las ideas. Pero ¡otras armas no me dieron! ¿Y a ustedes?

Quizás les comenté que esto de la guerra contra la inflación no era una novedad en mi vida. Que soy un veterano del Rodrigazo, un condecorado con la Orden al Ahorro Forzoso, un Involuntario en la primera y la segunda Batallas de la Híper. Que me hicieron tragar Tequila; que quedé “corralítico” en el 2001; que aún recuerdo aquello de “el que puso dólares recibirá promesas” cuando estábamos condenados al éxito; que sentí cómo la lluvia de inversiones se transformaba de golpe en un granizo de deudas esperando un segundo semestre más lejano que Godot.

Y ahora, un año de guerra y el mundo que tampoco nos ayuda. Primero, porque los grandes dirigentes están muy ocupados en explicar que el régimen de Ucrania puede ser un poquito facho pero es simpático; que la actual ultraderecha es agradablemente democrática; que la derecha a secas es cool, progre y fashion; que es mucho mejor defender derechos imaginarios que a personas reales víctimas de la falta de derechos; que “equidad” puede ser sinónimo de “castidad”, y que el deseo es “feo, sucio y malo”. Y segundo, Francia.

Antes (o después, no lo sé) de volverme loco, decidí llamarlo al licenciado A. Para mi asombro, me atendió él en persona auditiva.

--Disculpe, Rudy, que lo atienda en persona --como siempre, se anticipó a mis pensamientos--, pero es que han cortado la luz, y mi contestador automático tiene la desdicha de ser eléctrico.

--¿Y usted cómo sabía que era yo?

--Porque los demás pacientes se fueron a comprar velas, luces a batería, antorchas medievales o veladores que se autoperciben a pila.

--¿Todos están sin luz?

--Están, o temen estarlo. Y usted sabe que el psicoanálisis puede curar a un neurótico, pero hacer que vuelva la luz es otra cosa…, ya entraríamos en el terreno de lo sobrenatural.

--Bueno, licenciado, no es para tanto, depende del buen funcionamiento de una empresa.

--Ay, Rudy... usted tiene varias décadas de existencia y otras tantas de diván… ¿A esta edad, sigue creyendo en las empresas?

--Bueno, licenciado; en todo caso, estamos cerca de Pascua, quizás al tercer día la luz resucita.

--Ay, no, en Pascuas no pasan esas cosas. Según el calendario religioso, en Pascuas aumenta el precio del pescado y de los huevos de chocolate, y las roscas, y las empanadas , y las prepagas, y la luz, y el gas, y la carne.

--Licenciado, ¡en Pascuas los creyentes no comen carne!

--¡No insista, Rudy, que lo van a acusar, recusar y cancelar! Van a venir los defensores de las vacas comestibles a gritarle: “¡Mi precio, mi decisión!”.

--Hablando de eso, estoy mal con lo de la guerra contra la inflación. ¡Ayúdeme!

--Bueno, Rudy, pero no se angustie, que los ansiolíticos están por las nubes. Recuerde lo que está escrito en “La Interpretación de los Precios”: “los precios son deseos infantiles que emergen a la consciencia, no debemos reprimirlos”.

--¿Eso lo escribió Freud?

--Nooo… ¡Me lo decía mi analista cada vez que yo me quejaba porque me aumentaba los honorarios!

Di por terminada la charla. Esto de la guerra contra la inflación me tiene mal. ¿Conocen algún lugar adonde desertar que sea lindo y económico?

Propongo al lector compañar esta columna con el video “La resistencia”, de Rudy-Sanz. ¡Véalo, antes de que aumente!