La renuncia formal de Mauricio Macri a su candidatura sólo puede sorprender, o impactar, a quienes no terminan de asumir que hay aspectos de la contienda electoral ya decididos hace rato.
Simplemente, Macri histeriqueó con su postulación por razones internas que, en lo básico, se ligan al resentimiento personal contra Larreta.
Esperaba que el alcalde porteño se mostrara más dispuesto a convenir con él los “tempos” de su lanzamiento. Considera a Larreta su hijo político y no le gustó nada que se mostrara con juego propio; aunque a la vez estimará, en la intimidad, que el intendente es quien trabajó en la ciudad para que él, Macri, pudiera lanzarse a la aventura presidencial que le salió bien en 2015. Trabajar es exactamente lo que Macri detesta, como bon vivant que se siente más cómodo viajando por la FIFA y ofreciéndose cual guía conceptual del cambio que deben retomar los argentinos. No hay más vueltas que ésas.
Ahora, convenido con Larreta que el candidato de CABA será el primo Jorge, les queda el problema de la Comandante Pato. El discurso ultrista de ésta le sienta muy bien al “halconismo” del hijo de Franco, quien le dispensa cariño y agradecimiento personal. Pero no cierra ni con los números de las PASO —el aparato es de Larreta— ni, sobre todo, con lo comprobado de que, frente a elecciones presidenciales, el electorado decisivo se corre al centro. En La Provincia, además y nada menos, el larretista Diego Santilli asoma como el único capaz de darle batalla a Axel Kicillof (esto es: al único que, por buena gestión, por ser un laburante a tiempo completo, por saber elevarse sobre los chiquitajes de la interna oficialista, porque no le pueden entrar por lado alguno con acusaciones de corrupción, puede acercarle al peronismo la probabilidad de conservar el territorio bonaerense).
Y antes de seguir con el tema, sería imperdonable no interrumpirlo con lo que el viernes volvió a ser la Plaza y tantas plazas.
Hace ya muchos años que la previa, el durante y el inmediato después de los 24 de marzo trazan muy buena parte de lo mejor de esta sociedad.
Es la parte recordatoria, y activa, acerca de que hay entre nosotros una reserva de significado enorme, capaz de impedir que pueda imponerse así nomás cualquier aventura autoritaria e incluso fascistoide.
Que la llamen y lo llamen como quieran.
Minoría intensa. Feriado peroncho. Militancia K. Camporistas. Curradores de los Derechos Humanos. Relatores de sólo una sección de la historia. Revolucionarios de Puerto Madero que gozan de indemnización por el terrorismo estatal que salvo al país. Clase media acomodada y obnubilada por La Porota. Chorros. Parientes de guerrilleros. Violentos. Amantes de la corrupta. Kukas. Montoneros. Zurdos de mierda. Feminazis. Putos. Cómplices de la banda. Peronistas y punto. Loquitos de cargos en el Estado. Aborteras. Sucios que dejan hechos pelota los espacios públicos que pagamos con nuestros impuestos. Quilomberos de padres progres. Viejas barderas.
Ese tamaño del odio da una magnitud de las reservas que quedan.
Reservas de las más grandes del mundo.
¿Dónde hubo la ejemplaridad universal del Juicio a las Juntas desde un gobierno civil? ¿Dónde la derogación de la impunidad? ¿Dónde que siga habiendo la búsqueda de justicia a 47 años?
¿Dónde hay una persistencia de la memoria como la que rige acá?
Los franceses podrán reventar París con multitudes, muy de vez en cuando, por episodios puntuales como el aumento de la edad jubilatoria y, antes, la rebeldía del “interior” blanco agropecuario. Los ingleses se acuerdan de salir a la calle cuando el ajuste de los tories toca de lleno a los servicios públicos del otrora Estado benefactor. En América Latina, se busque por donde se busque, las manifestaciones masivas también remiten a protestas contra episodios y bestialidades determinadas. Los españoles, otro tanto cuando comprimen la Cibeles. Y otro tanto los taiwaneses, los hongkoneses, los esrilankeses, las minorías étnicas de Myanmar. Algunos yanquis se animan a prender fuego aislado y coyuntural cuando el racismo de la policía asfixia un negro hasta matarlo. Y llegado el caso, hasta toman el Capitolio en defensa de una caricatura grasa que la va de pastor nacionalista.
Acá, no. Acá, todos los 24 de marzo, se llenan la Plaza y las plazas por una grandiosidad de memoria que es casi exclusivamente argenta.
Del mismo modo, que es una forma de decir: si cortan la luz, si se enseñorea el gatillo fácil, si no anda un semáforo en un cruce complicado, si matan a un comerciante, si el narco copa Rosario, si se cargan “un negrito” que parece no importarle a nadie, hay quilombo.
Cosas de ese tipo suelen perderse de vista y hasta son amenazadas cuando se toma nota, sin ir más lejos, de que un esperpento concita atracción. Juvenil, sobre todo.
Ahí es donde aparece lo de las reservas de las minorías antes significativas que representativas. Las que el viernes volvieron a reventar la Plaza y las plazas. Las que impedirán, y no es consignismo romanticista, que se lleven por delante cuanto se les ocurra.
Con esa base es francamente penoso que no se confíe un poco más, siquiera un poco, en la capacidad social para afrontar dificultades y proponer desafíos. Si son bien explicitados, ante todo.
El acuerdo con el FMI está caído de facto. Sólo a un delirante se le ocurre que Argentina, en medio y encima de una sequía atroz que reduce a lo bruto sus probabilidades de ingreso de divisas, puede afrontar los pagos comprometidos. El mundo central, entero, revisa cómo sigue en materia de sus papeles pintados. Emite moneda, sale en rescate de sus bancos, contradice los manuales.
Las reservas monetarias están exangües en un país virtualmente sin moneda. Y la ¿novedad? de estos días es que se echó mano a lo que la derecha llama simplotamente “la plata de los jubilados”, como si esos fondos fueran inamovibles en lugar de buscar la mejor forma financiera para sostener su valor.
Apoyadas en eso, las autoridades de Economía resolvieron cambiar por pesos los bonos dolarizados de organismos públicos. En muy rápida síntesis, por ahora reducen deuda externa y controlan que el mercado de divisas no se desmadre. Como siempre corresponde, aspectos técnicos más sofisticados deben quedar a cargo de especialistas.
Pero nada quita la pregunta, o la certeza, de que la movida de Sergio Massa, y por ende de ambos Fernández, es meramente defensiva. Apurada por las circunstancias. Para proteger reservas.
Tal vez esté bien porque no queda otra.
Sin embargo, en lugar o además de defensa, ¿no hay ofensiva alguna?
¿Apenas resta ir detrás de la extorsión de “los mercados”, para instrumentar lo que ya no solamente la derecha denomina como Plan Aguante (para llegar a agosto, u octubre, o diciembre?).
Quien está relamiéndose es la derecha ésa, aunque tampoco tenga claro, a través de alguno de sus figurones presuntamente enfrentados, de qué modo salir de la encerrona.
Javier Milei es un “chiste” por muchos votos que pueda sacar, y por muchos pelos de punta que pueda erizarle a los cambiemitas ya advertidos de que les parte el electorado. No debe subestimárselo. Pero de ninguna manera podría pensarse que un personaje de esa naturaleza sería apto para articular algún consenso que, por fuera de sus chances electorales, no conduzca a un incendio que le conviene a nadie.
Y los cambiemitas no llegan a generar confianza, sino todo lo contrario, en el Círculo Rojo de las corporaciones dominantes que tienen intereses enfrentados. Los oligopolios agroexportadores no son lo mismo que la parte de la industria ligada al mercado interno. Y en ésta no es lo mismo el productor chico o mediano que los grandes concentradores.
¿A ese despelote le conviene apostar por una derecha que a la primera de cambio rejuntará al peronismo?
Respuesta dudosa.
Sí no es incierto que ni la forma ni el fondo de enfrentar a ese “conglomerado” puede pasar por la triste imagen de divisionismo, de chiquilinadas, de egos, de enconos personales, de combates mediáticos, de medición de larguras, entre miembros del Frente de Todos que, ya para cansar, a la hora de implementaciones concretas no tienen diferencia sustantiva alguna.
¿O alguien puede afirmar de manera sensata que “el cristinismo” representaría una dirección revolucionaria, cuando la propia Cristina convoca a acuerdos básicos, con sus odiadores, para salvar al país?
¿O alguien puede sostener que “la moderación” a ultranza está conduciendo a un camino mejor que “la gente” registre como tal?