El primer testimonio público, por experiencia directa, sobre los centros de detención, tortura y muerte bajo la dictadura de Pinochet lo dio Tejas verdes: Diario de un campo de concentración en Chile, de Hernán Valdés. Libro publicado en España, en 1974, de inmediato tuvo traducciones al sueco, inglés, holandés, danés, noruego, alemán, portugués, húngaro e italiano. Desde entonces, hasta el presente, es una obra -primera y originalmente: una literatura de exilio, de urgencia, testimonial, de denuncia- que no ha dejado de reeditarse. En Chile pudo aparecer nada menos que veintidós años después, recién en 1996, por Lom, y luego, en 2012, por Taurus una nueva edición, que se publicó otra vez en 2017. En una nota preliminar que ya acompaña la segunda edición española (Barcelona, 1978), Valdés explicó por qué habría podido circular libremente (sin el secuestro de los ejemplares) una obra que no había obtenido la aprobación de la censura del régimen de Franco: “Justamente por aquellos días del lanzamiento de Tejas verdes, la Junta Militar chilena faltaba al cumplimiento de un compromiso comercial con el gobierno español: en vez de comprar camiones en España, decidía hacerlo en Estados Unidos. Un pequeño acto de venganza franquista fue, pues, la libertad de circulación de este libro”.
Luego de estar detenido durante un mes por los militares en ese campo ubicado en San Antonio, región de Valparaíso, del 12 de febrero al 15 de marzo de 1974, Valdés -que siendo de izquierda no tenía militancia partidaria en el período del gobierno de la Unidad Popular y Salvador Allende- se exilia. Su periplo comienza en España, donde reside por años, luego Inglaterra, para finalmente instalarse en Kassel, Alemania, sin regresar a Chile nunca. El pasado 15 de febrero, a los 89 años, Valdés falleció. Se encontraba trabajando en una novela con Kafka y Milena como protagonistas: sobre su correspondencia, y los enigmáticos cuatro días que pasaron juntos.
Poeta y narrador, Hernán Valdés había publicado antes del golpe de Estado dos poemarios: Poesía de salmos (1954) y Apariciones y desapariciones (1964), y dos novelas: Cuerpo creciente (1966) y Zoom (1971, reeditada en 2021 como Zoom. Indagación de objetos perdidos). A partir del fin (1981, reeditada y ampliada), La historia subyacente (1984, 2007) y Tango en el desierto (2011) son las narrativas que suceden a Tejas verdes, al igual que el libro de memorias, Fantasmas literarios. Una convocación (2018, otro trabajo previo, reeditado y ampliado). Un par de esas novelas revisitan la época del gobierno de Allende críticamente, tal como aparecen en Tejas verdes: “Hablamos con indignación de los errores y discrepancias internas de la Unidad Popular, de la desinformación en que fueron mantenidos los trabajadores respecto a los planes golpistas y respecto al caos político y de autoridad en que se encontraba el gobierno. ¿Hasta qué punto el temor a la guerra civil, al enfrentamiento armado entre ciertos dirigentes de la Unidad Popular desarmó a los trabajadores y a sus mismos simpatizantes dentro de las fuerzas armadas? ¿Hasta qué punto ese temor facilitó o estimuló la ofensiva reaccionaria?”.
Son similares opiniones a las particulares que ha expresado el autor en distintas entrevistas. Por último, el año pasado se publicó en Chile Reunión de versos 1964-2018, una edición al cuidado de María Teresa Cárdenas con piezas de los dos poemarios junto a otras inéditas. Hasta el momento del exilio, Valdés estaba ligado a lo que se dio en llamar generación del ‘50 (Stella Díaz Varín, Armando Uribe, Jorge Edwards, Enrique Lafourcade, Mercedes Valdivieso), y fue amigo de poetas como Enrique Lihn y Jorge Teillier.
En Tejas verdes –testimonio reconstituido obligadamente a posteriori– aparecen las coordenadas políticas y sociales (como la oralidad de soldados, los tonos y modos y exclamaciones de poder y mando), ideologías y detalles significativos: “22 de febrero, viernes. Hoy, efectivamente, nos llevan a bañarnos, rasurarnos y a lavar nuestras ropas. Hace un radiante sol. La ducha es una jaula construida con módulos de fierro en los que todavía se leen las marcas: US Army”. “8 de marzo, viernes. Han llegado aún más detenidos. Las cabañas están abarrotadas. La máquina represiva funciona de una manera masiva. Casi todos los días, a eso de las diez de la mañana, pasan por el puente multitudes de jóvenes con camisas y pantalones blancos. Son los nuevos conscriptos. Corren en un apretado bloque y gritan. No cesan en ningún momento de gritar en coro mientras corren, golpeando las sílabas. Dicen cosas como: ‘¡Mi vida por la patria!’, ‘¡Sol de Chile, sol de Chile!’. Me recuerdan ciertos viejos noticiarios cinematográficos que he visto en alguna retrospectiva”.
“Las historias de los interrogatorios son infinitas”, escribe Valdés. La experiencia concentracionaria (los interrogatorios, las torturas) y las maniobras y subterfugios para sobrevivir, conviven con los dilemas de la política, con intuiciones y confirmaciones, resquemores y juicios, conclusiones tumultuosas, súbitas: “Hay revelaciones que sólo se adquieren de una vez y para siempre. En las llamadas democracias liberales, como era la nuestra, es muy difícil sospechar que el discurso reaccionario de la burguesía y las manifestaciones de intolerancia y descontento de la pequeña burguesía -su ‘avanzada popular’– hayan de tener fatalmente un desenlace histérico de tipo fascista. Parece que en ciertas circunstancias históricas los ‘espíritus liberales’ tienden más fácilmente a involucionar que a evolucionar; o, en otras palabras, como sabíamos teóricamente y habíamos olvidado: que, ante la imposibilidad de seguir conservando por las vías ‘democráticas’ su poder y sus valores culturales, cuando la sociedad está en el umbral de efectuar un cambio revolucionario, la burguesía opta muy fácilmente por el fascismo”.
Por su parte, la crítica Nelly Richard destacó sobre Tejas verdes en un texto: “La textura literaria de Valdés fue capaz de adelantarse en los huecos y agujeros de la destrucción, modulando el drama con una escritura que actuaba íntimamente como un recurso de sobrevivencia frente a la voluntad aniquiladora de la conciencia por cómo dicha escritura salvaba el habla (en tanto sustancia expresiva y capacidad significante) de toda la catástrofe orgánica y corporal que atentaba contra la integridad del sujeto bajo tortura” (Latencias y sobresaltos de la memoria inconclusa, Eduvim, 2017). Ariel Dorfman recuerda en uno de sus libros autobiográficos una conferencia en La Haya, en 1976, donde asistieron Antonio Skármeta y Valdés, como también “el considerable éxito de críticas y ventas en Europa” que tenía por entonces aquella narración de experiencia. Y escribió Diamelta Eltit: “Creo que la ficción literaria que aborda la dictadura (sus bordes, su despliegue) resignifica y repone. Y que los testimonios de las víctimas directas representan la experiencia que muestra y demuestra la dimensión de lo ocurrido. Entre muchos libros, recuerdo ahora Tejas Verdes de Hernán Valdés o Sobrevivir a un fusilamiento de Cherie Zalaquett”.
Eltit además agrega que estos son testimonios que “circulan de otra manera por los espacios públicos”, junto a sutiles hipótesis de que podrían estar censuradas imperceptible y hasta inconscientemente estas obras, y, ante eso, “la necesidad de que se lean y conozcan más”.