Al promediar el final de una cena, el anfitrión apartó los vasos, limpió con una servilleta la mesa y luego apoyó el catálogo George Grosz in Berlin: The Relentless Eye que publicó el Museo de Arte de Nueva York en respuesta a su frustrada exhibición sobre el pintor alemán en 2020 producto del brote de covid.

Mientras ojeábamos la envidiable edición que reúne dibujos, caricaturas y algunos de los óleos más satíricos, más crueles y perturbadores que nos hizo ver Grosz sobre la Europa de principios del siglo XX, es decir, mientras mirábamos su obra realizada entre los años 1912 y 1933 nos ganó a todos un febril deslumbramiento: Grosz, que huirá de Alemania antes de la llegada de Hitler, se había atrevido a dibujar en las paredes del infierno el huevo de lo monstruoso: muchedumbres corriendo sin dirección en ciudades de pesadilla, hombres y mujeres deformados por el aire intoxicado de la pólvora, por el olor de la sangre coagulada, del gas ácido, del sexo barato y de los billetes sucios; despojos humanos en el largo viaje hacia el fin de la noche iluminada por los obuses de la Primera Guerra, por los candelabros de la burguesía y por los antorchas de las revoluciones. Entonces, mientras ojeábamos ese libro fue notorio para el anfitrión advertir que todos buscábamos la misma imagen.

--Sí, la de Panizza está y es de una calidad tremenda --dijo.

Oskar Panizza.

El Funeral es un óleo que mide 140 cm. por 110 cm. y que Grosz pintó desde octubre de 1917 hasta noviembre de 1918. Primera pincelada en tiempos de la revolución rusa y último retoque con los disturbios anteriores a la República de Weimar. En el medio, las líneas agotadas del futurismo, el nervio Dadá, el rechazo al individualismo, la búsqueda de una simplificación en el dibujo (Grosz fue un autodidacta de la pintura), junto a la experiencia traumática en el frente y la adhesión a los movimientos de izquierda. Dijo Grosz sobre El Funeral: “En 1917 comencé a dibujar lo que me conmovía. El arte por el arte me parecía una estupidez. Yo quería protestar contra ese mundo de destrucción, todo en mí protestaba oscuramente. Vi miseria, necesidad, estupor, hambre, cobardía, horror. Pinté unos cuadros grandes con una calle siniestra durante una procesión infernal de figuras deshumanizadas, caras representando el alcohol, la sífilis, la pestilencia. Sobre esta multitud cabalga la muerte en un ataúd negro, todo un símbolo, el hombre de los huesos. El cuadro tiene que ver con mis maestros medievales, El Bosco y Brueghel (el viejo). Ellos también vivieron en el crepúsculo de una nueva época y se expresaron contra la humanidad enloquecida. Pinté en estado de protesta”. En el reverso de su pintura Grosz anotó: “Dedicado a Oskar Panizza”. ¿Por qué?

Oskar quería ser cantante pero su madre lo soñaba cura. En sus cartas, junto al envío de dinero, ella le recodaba que a los 12 años (Panizza nació en Baviera en 1853) lo había encontrado rezando durante un episodio de sonambulismo. Pero el joven no hizo caso, siguió cantando baladas populares en bares nocturnos de Munich y frecuentando prostitutas. A los 24 años empezó Medicina. Fue elogiado primero por su desempeño y luego despreciado por su extraña forma de caminar: una llaga supurante en la tibia derecha delataba una sífilis incurable. Ingresó como alienista a un manicomio cerca de Bayreuth, y escribió poemas. En 1885 durante un viaje a Inglaterra optó por la escritura de cuentos para apaciguar ciertos episodios de furia contra la realidad. Escribir demora la enfermedad. Su modelo fue la risa amarga de Jonathan Swift y las atmosferas oníricas de Edgar Allan Poe. Los relatos de Panizza suelen empezar con un personaje que pierde el rumbo y halla sin quererlo un camino que lo conduce hacia un pueblo, una casa o una iglesia donde sucederán hechos increíbles y monstruosos. En esos cuentos se pueden oír las carcajadas sobre la hipocresía de la sociedad alemana bajo el gobierno de Guillermo II. Panizza blasfema contra gobiernos y curas, defiende la libertad, el onanismo, la prostitución y proclama la caída de los papas. Su guerra anticlerical alcanza el punto máximo al escribir El concilio de amor, sátira teatral donde un Dios decadente, una María lujuriosa y un Jesús opa le piden al diablo que envenene a la humanidad para castigarlos por sus excesos. Ese veneno, le advierten, no debe exterminar los humanos, porque al fin de sus padecimientos deben ser redimidos. El diablo agita un frasco al que bautiza sífilis.

La censura no tarda en llegar. Oskar es juzgado por pornógrafo. El fiscal estatal consigna 93 blasfemias contra Dios. Se lo condena a un año de cárcel. Luego se exilia en Zúrich y escribe contra todos los que usan sotanas. Una tarde la policía lo detiene junto a una prostituta demasiado joven llamada Olga ("Era hermosa como la luna llena”) y otro día por correr por las calles desnudo. Su madre le retira el saludo y los cheques. La enfermedad avanza, lo deteriora. Escribe relatos, poemas, obras de teatro y ensayos médicos paródicos sobre la manía persecutoria y la psicosis criminal. Pierde todos sus bienes y en 1901 logra frenar la avanzada judicial aceptando el ingreso en un manicomio alemán. Grosz fue un lector apasionado de la obra de Panizza y encontró en el derrotero de la vida del escritor una fuente de inspiración para agudizar su ojo fascinante a la hora de describir la decadencia europea en dirección al abismo nazi.

El funeral, de George  Grosz.

--La pintura nos ofrece una visión, la literatura nos invita a buscarla --dijo el anfitrión sin nombrar a Octavio Paz para luego acotar que la primera vez que se leyó y publicó a Panizza en Argentina fue en 1968, y fue sólo un fragmento de El concilio de amor. El mérito se lo debemos a Néstor Sánchez y Dolores Sierra, quienes lo tradujeron e incluyeron en el Libro Negro del Humor de Antología, compilación en espejo con la famosa Antología del Humor Negro de André Breton. Y aunque Breton lo definió como “un escorpión en el cáliz” no incluyó a Panizza entre sus seleccionados. La edición argentina sí. El libro es, además, una rareza: tiene tapa y diseño del gran artista gráfico Lorenzo Amengual (“El perfil fotografiado fue una tira de cartulina rellena con objetos torneados de madera. Hasta hoy sigo haciendo cosas con el mismo criterio”, recordó Lolo para esta semblanza) y fue editado por el mismo sello que publicó su primer y hermoso libro Así en la tierra como en el cielo. Estamos hablando de Editorial Universitaria de Córdoba S. R. L., que antes del golpe de Onganía fue Eudecor, dirigida por el médico Gregorio Bermann y el sociólogo José Aricó.

 

--Habría que agregar --concluyó satisfecho el anfitrión-- que Panizza nunca supo de Grosz. Lo declararon insano en 1904 y murió de un derrame cerebral en 1921. Su cuerpo fue al pozo común. Dicen que Grosz antes de irse a Estados Unidos vendió la pintura en 2500 marcos y le pidió al coleccionista que la montara en un marco de color negro profundo. “Nada de bordes dorados ni adornos elegantes --dijo--, el infierno no fue concebido para esos insignificantes detalles”.

Tapa del libro que publicó en Argentina a Panizza.