Durante algunas clases de un taller de escritura al que asistía, la periodista Catalina Lascano creyó que estaba escribiendo sobre unos souvenires de plástico que tenía de chica. Le cuesta la página en blanco y pensó que de ese modo -describiendo un objeto- podrían aparecérsele historias, personajes. Efectivamente: pronto se encontró con su infancia en distintos países, con recuerdos en los que hacía mucho no pensaba y con Pipo, su hermano tres años mayor que murió a los diez, producto del deterioro que le provocó una parálisis cerebral.
Entonces supo que aquel libro -hoy convertido en la novela Aquí estoy yo hablando todo el rato, de reciente publicación por Rosa Iceberg- sería sobre él. O, mejor dicho, sobre cómo ella volvió a sentirse su hermana.
No es raro que para escribir su historia tuviera que recurrir a fotos, documentos, registros orales, cartas. De otro modo hubiera sido difícil recordar los detalles de una infancia y adolescencia divididas en cuatro países –Argentina, España, Estados Unidos y Uruguay-, a los que se trasladaba cada algunos años por el trabajo de su mamá.
Lo que es novedoso, sobre todo para alguien que tiene su debut narrativo, es la destreza con la que la autora oscila entre la investigación autobiográfica documental y el relato de una época. Y es que a través de canciones, del recuerdo de tiendas de moda y de programas de televisión, Lascano inscribe su propia vida y la de su hermano en la cultura e idiosincrasia de toda una generación.
“Me di cuenta de que tenía muchas lagunas en mi historia y empecé una investigación más seria, o más bien obsesiva, buscando pistas y puntas entre papeles y cajas viejas. Los documentos más formales me sirvieron como mojones de verdad, estacas que iba marcando en un camino de versiones más sinuosas”, cuenta la autora en la entrevista a Página/12. En una de las últimas páginas del libro escribe: “Traje a mi hermano de vuelta a mi vida y entendí que yo también había sido su hermana. Que lo había querido siempre”.
--Decís que en la escritura reflexionaste sobre el ser hermana. ¿Cómo te sentís hoy respecto a Pipo? ¿Pudiste “des-olvidarlo”?
--Hoy te puedo decir que está inserto en una construcción de mi pasado en la que antes no estaba, en todo sentido. La escritura del libro operó como una reconstrucción de la memoria; ya no me resulta un fantasma, tiene presencia en mi historia. Creo que lo más valioso fue recuperar la sensación de tener un hermano, de sentirme su hermana. Para eso fueron importantes los documentos que usé. En el texto terminado me gusta que aparezca esa información más dura, ese carácter documental.
--Es muy interesante la escritura sobre tu madre, una mujer separada que tuvo que arreglárselas sola con una situación compleja. ¿En esta época donde se habla de los cuidados y los feminismos, sentís que adquiriste otra perspectiva sobre ella?
--Siempre fui consciente de que mi mamá ocupaba tanto el rol de madre como el de padre, de que ella lo cubría todo. De chica los roles domésticos no los pensaba desde una cuestión de género, sino como algo relacionado a la adultez y la responsabilidad. Qué inútil un hombre que no sabe coser un botón, pensaba. Con los años fui cambiando el foco y durante el proceso de escritura del libro sí tomé conciencia del gran movimiento que tuvo que hacer, porque ella venía de una familia muy conservadora y su plan era casarse, no trabajar y tener hijitos, y esa fantasía desapareció. Se hizo cargo ella sola de sostenernos y de cuidar a mi hermano, a diez mil kilómetros de su familia, su red original de contención. Fue mi referente de mujer independiente y hoy leo esas experiencias como una gran introducción al feminismo.
--En el libro contás las diferentes versiones que tiene tu familia sobre la enfermedad de Pipo. ¿Vos pudiste llegar a una conclusión/versión propia?
--Sí, la tengo. También aprendí a no pelearme con las versiones de los otros. Cada uno se cuenta a sí mismo la historia que necesita para sostenerse de tal o cual manera, cada uno hizo lo que pudo.
--El relato sobre tu vida está lleno de referencias a canciones, actores/actrices, bandas, tiendas de moda. ¿Crees que, además de tu historia, armaste el relato de una época, de una generación?
--Sí, definitivamente. Tiene bastante de recorrido personal por la cultura pop y mainstream de los ochenta y noventa. La música y las revistas eran consumos culturales que todavía tenían un formato exclusivamente físico y creo que eso también es un buen indicador de época. Las modas, qué sonaba en las radios, en los rankings, los programas de la tele, todo eso era parte de mi mundo, de mi paisaje.
--Cursaste una maestría en Historia y Cultura de la Arquitectura y la Ciudad y en el libro hay mucho de narrar y mapear ciudades. ¿Fue un objetivo?
--Sí. Quería mostrar algunas características que para mí eran distintivas de cada lugar. Siempre tuve la sensación de que en cada ciudad en la que había vivido había tenido vidas diferentes, como si fueran películas, cada una con sus escenarios y locaciones, y quería que algo de eso se pudiera ver. Además me gustó escribir sobre esos lugares y volver a verlos, tratar de entenderlos. Creo que de esa vida errante me quedó una curiosidad muy grande por aprender a leer ciudades. Qué historias hay detrás de estas construcciones, de estas formas, cómo se vive, cómo eran antes. Supongo que es una obsesión que viene por querer recuperar lugares perdidos.
Rosa Iceberg
La novela de Lascano es la última publicación de Rosa Iceberg, editorial independiente que toma su nombre de “una variedad de rosa que no crece sola, sino en arbusto junto a otras y que tiene como cualidad ser floribunda, es decir, que da muchas flores”. Dirigida por la periodista y escritora Marina Yuszczuk, la colección tiene la misión de integrar a una comunidad de escritoras muchas veces sin lugar en los grandes sellos. A cinco años de su creación, hasta ahora ha publicado dieciocho títulos, que se pueden ver en rosaiceberg.com.ar/libros.
“Me gusta ser parte de un catálogo que también habla de una época y tiene una visión tan clara, que jerarquiza la escritura y las historias de mujeres”, dice a este diario la autora, que cuenta que sigue al sello desde que empezó y todavía no puede creer compartirlo con autoras que admira. Además de ella, tienen libros publicados Gabriela Bejerman Romina Zanellato, Adriana Riva, Ana Navajas, Flor Monfort, Majo Moirón, Dana Madera, Agostina Luz López, Cecilia Fanti, Larisa Cumin, Vanina Colagiovanni, Lía Chara, I Acevedo y Rosario Bléfari, además de la propia Yuszczuk.
En cuanto a la estética, Rosa Iceberg también es dueña de una muy particular: la tapa de cada uno de los libros es una foto -actual o vintage, más casual o artística- de cada autora.