Se puede tomar un poco azarosamente como punto de partida el libro que Francis Ponge publicó en 1942, Le Parti pris des choses (que se tradujo como De parte de las cosas o Tomar partido por las cosas): en su poesía las cosas toman la palabra. La Segunda Guerra mundial era el paisaje trágico que en parte hizo que el poeta corriera su interés de lo humano hacia las cosas, para que estas tomaran la palabra y salieran de su estado mudo. En la búsqueda de darle voz a los objetos cotidianos, Ponge se mete en la lógica propia de las cosas, en su materialidad y su funcionamiento, hasta tal punto, que el hombre pasa a ser una cosa más.
Para seguir tentativamente por el mismo camino, una intensa rama de la filosofía política comenzó a proponer, en etapas de oscuridades más recientes, una cadena de solidaridades: una suerte de frente muy extenso que uniría lo humano con la naturaleza, los animales y las cosas para contrarrestar la depredación y la violencia antisolidaria del capitalismo avanzado.
En esa línea -aunque sin pretensiones ni altisonancia-, puede colocarse el libro de cuentos Del cielo a casa, de Hebe Uhart, que la escritora publicó hace veinte años y del cual se tomó el título para la gran exposición que en estos días se presenta en el Malba.
Hebe Uhart, sin teorizar, ejerció en la práctica una clara solidaridad con el mundo, con las personas, los lugares, los animales, las plantas y las cosas. En su obra la narración exhibe uno de los horizontes más democráticos de la literatura argentina, trazado por una escritura de mirada inteligente y oído absoluto para pescar tonos, registros, particularidades y así hacer hablar al mundo, siempre con picardía.
Aquel libro de 2003, editado por quien firma estas líneas, tiene una tapa realizada por Eduardo Stupía. Como puede verse en la foto inferior que acompaña esta nota, en la portada -armada con recortes de revistas de decoración de los años cincuenta y sesenta- se recompone una metáfora del título, en la que al carácter (¿celestial?) de una sala vacía se lo contrasta con el mismo espacio lleno de mobiliario y objetos. La sala, para volverse una casa (un hogar) se completa con las cosas que a través de sus diseños y funciones conforman en parte la vida cotidiana.
Podría pensarse que no solo en el título, sino también en los cuentos que lo componen y en la tapa (y en algunas frases del texto de la contratapa), es decir, en el libro todo, se anticipa buena parte del concepto que subyace a la exposición.
La muestra del Malba, con un despliegue casi inabarcable en una sola visita, exhibe constelaciones de objetos, obras de arte, tecnología, vehículos, mobiliario, videos, fotografías, documentos -todo hecho en Argentina- para generar sentidos y lecturas según se explica en el texto curatorial, en la búsqueda de un punto de vista etnográfico del abordaje de la cultura material: “El entramado de objetos, espacios de vida y obra, teje una red de sentido ampliada: nos conecta emocionalmente con lo propio a partir de una porción de ese archivo de la vida común en el que el diseño, el arte, la industria y la historia se hibridan. Nos convocan a viajar a un pasado cercano, para conjurar nuevamente los sucesos y anhelos de futuro que allí se inscribieron”.
La enorme cantidad de piezas incluidas en la exposición, provenientes de repertorios públicos y privados, cuidadosamente elegidas, de algún modo hablan también -ex profeso, no exhaustivamente- de una memoria social, política, económica, industrial, creativa.
Entre los centenares de objetos: mencionamos dos historias (que confluyen con el mes de la memoria) de objetos incluidos en la exposición. Por una parte la de las zapatillas flecha, un emblemático producto nacional, y la dirección de la flecha roja que simboliza la marca. Aquella flecha señalaba hacia la izquierda hasta que llegó la última dictadura y se produjo un giro hacia la derecha: dirección a la cual apunta la flecha desde entonces. La frase publicitaria era explícita: “Flecha va en tu mismo sentido”. Para sumar tragedia, las zapatillas flecha, que no estaban preparadas para el frío, fueron el calzado del que se proveyó en 1982 a los combatientes en el clima extremo de Malvinas, como parte del infinito maltrato.
La segunda historia es la que está detrás (dentro) de cajas de alfajores Havanna como las exhibidas en la muestra. Aprovechando la imagen de producto regional (y nacional) fuera de toda sospecha, el escenógrafo Juan Lázaro transportó en 1979, en un doble fondo con filminas, imágenes a modo de hábeas corpus, para denunciar desapariciones. Las había preparado Chicha de Mariani, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo y, en París, Lázaro se las entregó a Elda y Ada D’Alessandro. Poco después, acompañó a Chicha y a otras abuelas a reunirse con Danielle Mitterrand, esposa del que sería presidente de Francia (entre 1981 y 1995), François Miterrand. La caja de alfajores sirvió como vehículo para denunciar internacionalmente el Terrorismo de Estado.
* La exposición Del cielo a casa, conexiones e intermitencias en la cultura material argentina, curada por Adamo Faiden, Leandro Chiappa, Gustavo Eandi, Carolina Muzi, Verónica Rossi, Juan Ruades, Martín Wolfson y Paula Zuccotti, sigue en el Malba (Figueroa Alcorta 3415) hasta el 12 de junio.