Entre todos los grandes maestros musicales del tango argentino, Sebastián Piana emerge como el más conectado a la tradición negra, tal como resulta de buena parte de su obra. De esas milongas inoxidables: la sentimental, la del 900, la triste, la de Puente Alsina, la de Juan Manuel (en honor a Rosas, claro). O de aquellas tenidas por milonga-candombe como “Aleluya” o “Pena mulata”, arropadas con letras de dos poetas que también pintaron de negro al tango: Cátulo Castillo y Homero Manzi. Pero tal vez haya sido el de “Tinta roja” el nombre que ha sellado a fuego su trascender en el tango, y en la vida. Compuesta con la pluma del mismo Castillo en 1941, la pieza no solo fue tema de batalla del tándem Fiorentino-Troilo -y estelar orquesta- cuando la grabaron en octubre de 1941, y clave en los repertorios de Susana Rinaldi, Alberto Marino, Rubén Juárez y Jorge Sobral durante la década del '70, sino que fue a parar a nombre elegido por Nacho Piana, nieto del maestro, y su mujer, la pianista japonesa Shino Onaga, para titular el libro que ambos acaban de publicar Editorial Mil Campanas mediante: Sebastián Piana en Tinta Roja.

Consiste tal en la transcripción para piano de los doce temas que pueblan Sebastián Piana por Sebastián Piana, disco publicado por el maestro en 1969, en el que recrea todas piezas suyas ejecutadas a piano solo. “Siempre pasa que cuando escuchás al compositor tocar su obra, sentirla, te genera algo distinto. Con Shino nos pareció interesante mostrar esto y además publicarlo para que se tenga como material de estudio”, sostiene Piana nieto, en una primera aproximación al libro que fue editado en español, inglés y japonés y cuenta con testimonios de Juan Falú, Lidia Borda y Susana Rinaldi. “En el disco de mi abuelo que tomamos para transcribir están todos los condimentos y los yeites del tango y de la milonga puros, compás a compás, como si fuera un jugo concentrado. Nos pareció de suma importancia hacer un libro basado en este disco al que conozco como las palmas de mis manos para que las nuevas generaciones puedan conocer la forma de tocar el tango directamente desde los maestros”.

Fue un trabajo arduo, por cierto. La nipona Shino se tomó con paciencia de araña budista el tiempo necesario para escuchar nota por nota cada tema del disco y bajarlas a papel. “Fue complicado, además, porque el disco original tiene un sonido bastante difícil. El piano se escucha mal, está en 449 y no en 440 o 442, y hay un micrófono mal colocado, pero ella puso sus orejas nota por nota, y logró algo asombroso”, agrega Piana nieto.

-Decís que conocés el disco de tu abuelo como las palmas de tus manos. ¿Por qué?

Nacho Piana: -Porque conozco a mi abuelo. No olvidaré jamás cuando nos sentaba en su falda a mí y a mí hermano para enseñarnos a tocar el piano, o cuando lo escuchábamos tocar los domingos, después del almuerzo familiar. También influyó mucho la manera en que mi madre me presentó su muerte cuando yo tenía 9, 10 años. Ella me dijo que se había ido a un lugar más lindo, a juntarse a tocar con sus amigos. Lo sentí mucho, lo lloré e hice una especie de duelo de escucha musical con Sebastián Piana por Sebastián Piana. Escuché ese disco hasta que se gastó.

Nacho, que no es pianista como quería su abuelo sino baterista, no solo conforma un dúo de percusión-batería con su mujer, sino que toca batería para Silvina Garré, Victoria Birchner y Zamba Quipildor, además de integrar el grupo NAN. Onaga, en tanto, es una pianista nacida Hyogo, Japón, egresada como licenciada en musicología en el Osaka College of Music, y curtida en el tango porteño a través de sus clases con Nicolás Ledesma y su paso por la Orquesta Escuela de tango Emilio Balcarce. “Cuando llegué a Buenos Aires, pude aprender todos los estilos dentro del género, algo que me sirvió para tocar en una orquesta real, con muchos integrantes”, expresa Shino, pianista además de Vanguardia Vieja, Sciammarella Tango y el Cuarteto de Renato Venturini.

De entre las doce piezas de su abuelo que hoy gozan de sendas partituras “de primera mano”, Nacho Piana se queda con “De barro”, que su abuelo concibió junto a Homero Manzi. “Me emociona cada vez que la escucho. Y da la casualidad que es el tango sobre el que mi abuelo decía que era el más logrado. Se ve que mi intuición fue clara”, ríe.

-Gran hallazgo el de “Juan Manuel”, milonga que Piana y Manzi ofrendaron a Rosas durante el primer lustro de la década del '30, y que la intelligentzia ocultó, para variar: “Juan Manuel, para luchar por la gloria / de tu estrella federal / con tamboril, los morenos”.

N.P.: -Sí. Es una milonga que mezcla ciudad y campo, y fue dedicada a Juan Manuel de Rosas, que tuvo mucha consideración por la comunidad afroargentina del momento y tenía buena onda con ella. Por eso, la milonga tiene una introducción bien candombera: es como para ponerle un tambor, cerrar los ojos, y estar en África o en aquella Buenos Aires, ¿no?

Shino Ohnaga: -Valoramos la negritud porque la forma de rebelión que tuvieron los esclavos negros en el mundo entero fue la música y el tango existe en parte gracias a los negros, que pusieron lo suyo en este género.

N.P.: -Lo que pasa es que todavía nos cuesta asimilar que hubo negros en Buenos Aires, y en la Argentina. Por suerte, hubo músicos como mi abuelo que pusieron en valor la negritud en la música, porque lo fácil hubiese sido poner la lupa en lo europeo, pero esta gente se preocupó por aquellas personas que no tenían voz y trataron de llevarlas a lo más alto, so pena de bancarse que las grandes editoriales le dieran la espalda.