Un fuego que abrasa, gritos desesperados, la imagen de un grupo de mujeres jóvenes observando el horror. Una de ellas gira la cabeza y su mirada parece atravesar el lente de la cámara y, por extensión, la pantalla, coincidiendo con los ojos del espectador. ¿A quién observa, desconcertada, Joanne? La solución al enigma llega noventa minutos después, cuando Los cinco diablos, el segundo largometraje de la realizadora francesa Léa Mysius, termina de desenrollar el extraño y fantástico ovillo de su relato, que parte desde el presente para revivir los rastros del pasado a través de Vicky, una chica de diez años con poderes más que especiales. Joanne, la madre de la extraña Vicky, tiene el inconfundible rostro de Adèle Exarchopoulos, una de las actrices más renombradas del cine galo contemporáneo, que no ha dejado de aportar su talento en títulos diversos desde el encandilador papel de Adèle en el film de Abdellatif Kechiche, La vida de Adèle.
Los cinco diablos llega a las salas de cine este jueves antes de su lanzamiento en la plataforma MUBI, que también está ofreciendo por estos días la ópera prima de Mysius, Ava, la historia de una adolescente que, como una manera de contrarrestar la pérdida gradual de la visión, comienza a crear su propio y particular mundo interior.
En Los cinco diablos, presentada en sociedad en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, la delgada tela de la normalidad comienza a ser horadada cuando Vicky (notable debut de la niña Sally Dramé) demuestra un extraordinario poder a la hora de utilizar sus fosas nasales. No sólo eso: ciertos olores la transportan mágicamente dentro de los recuerdos de aquellos que la rodean, en particular su madre. El regreso al pueblo de la hermana de Papá no hace más que potenciar esa capacidad para la “brujería” olfativa, mientras que en el resto de la pequeña sociedad de provincia esa presencia inesperada dispara la memoria de un trauma colectivo. Los cinco diablos no es un film de género en un sentido estricto, pero el tono de la historia, la manera en la cual está contada, habilita desde un principio las posibilidades de la ciencia ficción, como así también las de la vieja y nunca sepultada brujería.
“Lo cierto es que no fue mi intención hacer una película de género”. En conversación con Página/12 y otros dos medios periodísticos latinoamericanos, Léa Misyus detalló el origen y el concepto central de su nueva película. “En un principio, tuve esta idea de una chica con un don, que no necesariamente era algo del orden de lo mágico. Pero luego apareció el concepto de que es el sentido del olfato el que dispara los recuerdos, como si fuera un momento proustiano, magdalena mediante. Un olor que dispara los recuerdos, la nostalgia, la infancia. Finalmente, desarrollamos la idea de que los recuerdos no serían los de la chica, sino los de sus padres, y que ella podía ser capaz de trasladarse físicamente a esos recuerdos. Allí es donde aparece el giro fantástico del film, que veo como una ayuda que me permite acercarme a algo que es bastante cerebral y oscuro de una manera plácida y juguetona, con todos los elementos pop del género presentes. Una manera de lograr que un tópico oscuro sea un poco más divertido. Lo que me resulta particularmente interesante de la brujería es que es algo universal y está presente en todas las culturas. Por ejemplo, vengo de un ambiente rural en Francia que tiene sus elementos mágicos regionales. En esta película, Vicky está creando su propia magia, y me gusta que sea algo que se trasmite de mujer a mujer. Creo que el cine nos permite crear magia, especialmente el cine fantástico”.
Además de una carrera como realizadora, Mysius viene desarrollando en paralelo una destacable trayectoria como guionista. Entre otros trabajos, fue responsable de escribir o coescribir guiones para cineastas de la talla de Arnaud Desplechin (Los fantasmas de Ismaël), André Téchiné (L'adieu à la nuit), Jacques Audiard (París, distrito 13) y Claire Denis (Stars at Noon). A la hora de pensar en cómo su pasado personal influyó en sus decisiones de vida (y también las profesionales), recuerda que creció en un ámbito rural, “en una zona alejada y cerrada sobre sí misma, algo que me encantaba cuando era pequeña. Sólo de mayor comencé a tomar distancia y a poner las cosas en perspectiva, a darme cuenta de que de mucha gente era más bien conservadora, y en términos políticos, de extrema derecha. Salir de allí, ir a la ciudad y experimentar cosas diferentes, conocer gente nueva, fue un deseo casi inevitable. Tal vez por todo eso terminé en un trabajo poco tradicional. En cuanto a las convenciones y a las normas sociales, es algo que encuentro sofocante, y no creo estar sola en esto, ya que es algo universal. Pero ahora tengo un hijo y creo que he dado unos pasos en favor de ese sistema un poco más tradicional, aunque cuando caigo en la cuenta de eso entro en pánico. Es como si pertenecer a ese sistema tradicional implicara algo así como la muerte de la creatividad”.
-En Ava, tu ópera prima, una condición médica le hacía perder la vista a la protagonista. En Los cinco diablos, Vicky tiene un sentido del olfato desarrollado mucho más allá de los límites normales. ¿Ese interés por los sentidos continuará en otras películas futuras?
-Creo que podría abordar todos los sentidos, y también su pérdida. En los casos de ambas películas eso es lo que hace a los personajes tan especiales; en cierto sentido son seres con un don. Lo que encuentro interesante es cómo pueden desarrollarse esos sentidos hasta hacernos únicos. No sé bien la razón, pero el del olfato es un sentido que siempre me interesó. Tuve una charla con mi coguionista, que también es el director de fotografía de Los cinco diablos, Paul Guilhaume. Él creció en un centro urbano y me decía que se había criado aprendiendo a cerrar su sentido del olfato, porque los malos olores eran algo corriente. En mi caso, por el contrario, al crecer en el campo aprendí a olerlo todo. Durante el rodaje de Ava tuve varias crisis de migraña que afectaron mi vista. Como consecuencia de ello, tuve que ponerme una venda en los ojos, como hace el personaje, para que los dolores fueran menos intensos. Eso hizo que el resto de mis sentidos se potenciasen. El olfato es un sentido al que se le suele dar poca relevancia, e incluso es ignorado, pero creo que a causa del covid19 mucha gente comenzó a descubrir su importancia al perderlo por el virus.
-La infancia y la adolescencia son etapas que parecen interesarte particularmente, al menos si se juzgan tus dos largometrajes y el puñado de cortos previos.
-Es difícil hablar de las obsesiones personales. Es una pregunta que me hacen bastante seguido, por lo que he intentado formular una manera de hablar sobre la relación entre mis películas. Creo que mis personajes suelen ser extraños, excéntricos, de una forma que suele llevarme a mi propia infancia. Por ejemplo, tengo una hermana melliza y eso es algo que se ve reflejado en mi cortometraje Les oiseaux-tonnerre (2014). También está la cuestión del bosque, de los animales que lo habitan, y hay algo un poco místico en las cosas que imagino y que me gusta llevar a la pantalla. Cuando era chica imaginaba que había un cementerio de dioses. Todas esas cosas terminan de alguna manera en mi obra, pero por encima de todo eso está mi visión sobre la infancia. No creo en la mirada Disney de la infancia, sino que es una etapa de la vida mucho más compleja, llena de preguntas existenciales. La sexualidad y la sensualidad son otro aspecto relevante.
-¿Sentís mayor libertad y menos presión cuando escribís guiones para otros realizadores o cuando estás desarrollando una historia para una película tuya?
-Creo que eso ha cambiado con el paso del tiempo. Solía ocurrirme que era más libre cuando escribía para mí misma, por la sencilla razón de que eran mis propias ideas y podía hacer con ellas lo que quisiera, y cuando lo hacía para otros realizadores debía adaptarme a sus visiones. Pero ahora me ocurre lo contrario: siento que puedo confiar en el material de base de otros y jugar con él, y eso me da cierta libertad. Supongo que influye el hecho de tener bastaste más experiencia que antes. Lo que ocurre ahora cuando escribo mis propios guiones es que comienzo a tener muchas dudas existenciales sobre mi trabajo, lo cual aporta una dificultad extra.
-Tu película ha sido leída en clave queer desde su estreno en Cannes. Sin embargo, es evidente que no se trata de un film “de nicho”, en el sentido de que no está pensado para espectadores puntuales y apunta a una audiencia universal.
-Creo que es importante que los cineastas, tanto los hombres como las mujeres, cambiemos la manera en la cual se representan los personajes, de manera que haya más diversidad. Eso viene ocurriendo de un tiempo a esta parte. Ahora hay muchas directoras construyendo historias y personajes diferentes, pero también los directores varones. Lo más importante no es representar las voces femeninas, sino todas las voces que aún no aparecen en la gran pantalla. Creo que nosotros, como artistas, tenemos una obligación de ponen en pantalla la enorme diversidad de voces y puntos de vista existentes.