En el amplio hall de Fundación Santander, en el Distrito de las Artes, se escucha el inesperado sonido de unos pájaros. La grabación integra PaRDeS: el jardín del tiempo suspendido, con flores deslumbrantes, exquisitas, hechas con la técnica milenaria japonesa neriage nerikomi, que Nicola Costantino, una de nuestras más grandes artistas, investigó y desarrolló desde el momento más álgido de la pandemia. Primero creó una serie de vajilla y cuencos (pequeñas esculturas para servir alimentos). Luego vendió con imbatible éxito flores con esta técnica en la primera edición de ArteBa post pandemia.
“PaRDeS es una palabra del hebreo antiguo, que significa paraíso –señala la artista—. El paraíso para ellos era algo que estaba dado para que todos tomen de él. En el momento en que alguien tomaba más de lo que necesitaba para acaparar, quedaba expulsado del paraíso. Me parece la síntesis del gran problema de la humanidad”.
“Crear belleza es mi antídoto para el terror del fin de la humanidad. Quisiera que me vean como un gusano del compost que transforma la podredumbre en poesía”, dice la artista, que representó a la Argentina en la Bienal de Venecia hace una década con una videoinstalación en la que personificó a Eva Perón.
Sus flores de cerámica, que flotan en el gran hall de Fundación Santander, son como ramos fulgurantes que llevan colgajos de cabelleras devenidas raíces peludas, suspendidas, indomables: un mix que cautiva. “Las geometrías que se generan –dice la artista– son como fractales de la naturaleza, tienen perfección. Yo creo que si en algún lugar está Dios es en los fractales de la naturaleza y en las flores”.
El memento mori (“recuerda que morirás”), el cuerpo y su degradación, lo vivo que se astilla y descompone, se encarna de distinto modo en su extensa producción. “Siento que esta es mi obra más barroca”, dice en diálogo con Radar Constantino, artista reconocida internacionalmente, que ya en 1998 representó a Argentina en la Bienal de San Pablo, y desde entonces participó en muestras en museos de todo el mundo. En 2000 su Corset de peletería humana ingresó en la colección del MoMA.
Desde sus inicios, en sus obras habita una tensión dicotómica entre belleza y tragedia. En sus piezas, el cuerpo es un territorio de debate: desde los jabones con esencia de Nicola, con su propia grasa para aludir a los parámetros estéticos dominantes, hasta la violencia que se ejerce sobre el cuerpo animal.
Empezó su carrera haciendo taxidermia y momificación de animales para usarlos como moldes para sus esculturas. Momificó terneros, hizo animales embalsamados envasados al vacío y una performance en la que esos animales fueron servidos para comer. Durante una década hizo Chancho-bolas, cadenas de pollo, hocicos de animales, peletería (calcos de cuerpos, tapados de piel, carteras y zapatos con símil piel humana que llamó Peletería humana).
Sus Chancho-bolas son joyas singulares. Para hacerlos, la artista usó cerdos a los que les quitó la carne. Con el cuero, la cabeza y las patas –cuenta— formó una especie de tela flexible que momificó y apretujó dentro de una esfera hueca. Así hizo el molde que daría origen a una de sus piezas escultóricas hiperrealistas e hipnóticas.
A partir de una experiencia en el campo donde vio cómo les quitaban los fetos a las vacas muertas preñadas, trabajó con fetos de caballos y terneros. Los momificó para hacer un friso de nonatos, en el que imaginó tuberías dentro de las paredes (también hizo una serie de máquinas ortopédicas para animales nonatos). Para la artista esta obra representó “todo lo que no ve la luz: los sueños que no logramos realizar”. Eran fetos atascados en el vientre materno, abrazados, acurrucados, a algunos se les veía el cordón umbilical: una especie de hallazgo tenebroso, como cuando se encuentran fosas o cuerpos enterrados.
“Creo que en la combinación de técnicas aparecen fuerzas que llevan la obra más allá de la voluntad del artista y es así como la obra empieza a tener un gran poder. El poder de detener el tiempo, frenar lo inevitable, la degradación de la materia que indefectiblemente se va a corromper, eso es lo barroco en mi trabajo que estoy rescatando para el arte contemporáneo”, dijo la artista en su presentación, en el auditorio de la Fundación Santander.
Sus performances gastronómicas incluían flores de cristal tan magníficas como las de ahora. Seres andróginos con regaderas llenaban con brebajes de color flores que eran copas, había también plantas carnívoras que colgaban de cuencos con rolls. Los exóticos banquetes tenían como elemento central la fuente de la vida de El jardín de las delicias de El Bosco, un símbolo clave en la obra de Costantino (que incluyó también en la instalación El verdadero jardín nunca es verde, en la galería Barro, en 2016).
Con la milenaria técnica oriental con barro que utiliza ahora, Costantino no pinta las piezas, sino que aplica los pigmentos directamente en la arcilla fresca. Luego, al cortarla con alambres obtiene los diseños. Trabaja “a ciegas”: por más que domine todas las variables, el resultado siempre la sorprende.
“Quiero restarle valor a la pieza única, propiedad exclusiva de la pintura y rescatar el trabajo en equipo y en colaboración”, dice la artista, quien confiesa que toda su vida despreció la cerámica por un prejuicio que le enseñó el arte contemporáneo. También había aprendido que “el artista que pinta flores es un artista sin compromiso”.
Durante los meses de la exhibición, irá sumando nuevas obras en este proyecto site-specific que es también un work in progress colaborativo y sustentable, donde utiliza esta técnica ancestral con arcilla, junto con integrantes de la fundación "Todavía es Tiempo", a quienes capacitó. Será un jardín vivo, mutante, que irá cambiando. Y, además, se activará con performances y talleres.
Naturaleza muerta, jarrón con flores, una fotografía ubicada cerca de la escalera que conduce a la terraza, inspirada en La flor azteca, muestra un calco de la cabeza de la artista que emerge como pitonisa moderna y que integra un bello ramillete, en simbiosis con la naturaleza.
Habrá además una obra en el sector de la escalera que comunica con la terraza, donde ahora dos muralistas trabajan con mosaicos y cerámicas a partir de un diseño suyo. El público podrá participar en este mural colectivo que, una vez terminado, se donará a una institución benéfica. “Me interesa mucho enseñar, formar gente. Mi idea es armar fundaciones que trabajen con cerámica y que puedan aprender la técnica para producir sus cosas: que el arte genere fuentes de trabajo”, dice la artista, que ya les enseñó a los ceramistas la técnica para que ellos puedan hacer sus propios diseños.
Las flores seguirán creciendo, expandiéndose en el amplio hall de entrada de Fundación Santander. Frágiles, están destinadas a perecer con el paso del tiempo. Quizás sus pétalos de cerámica se quiebren o desprendan como las de una rosa. En diálogo con Alfredo Aracil, curador de la exhibición, Costantino señaló: “Para mí, el arte es la posibilidad de pensar en el más allá. Cuesta sacarle el sentido trágico a la muerte, pero en la muerte hay composición y descomposición, regeneración y transformación; se puede pensar en la muerte como continuidad”.
PaRDeS: el jardín del tiempo suspendido, intervención site-specific de Nicola Costantino se podrá ver hasta noviembre en Fundación Santander (Av. Paseo Colón 1380). Entrada gratis. El 1 de abril a partir de las 15, el público podrá participar de la construcción de un mural, en el marco de Gallery Distrito de las Artes.