En 1996 apareció A Irmandade das estrelas. No sólo se trató del disco debut en solitario de Carlos Núñez, sino también del álbum que puso en apogeo a la música celta en todo el mundo. Poco luego de que ese CD se distribuyera entre las disquerías argentinas, el gaitero se presentó en Buenos Aires. Visita que además ayudó a renovar el idilio con la patria gallega. Si bien los 25 años de aquel hito en la carrera del artista español se cumplieron en 2021, la pandemia frenó la celebración. Aunque no detuvo el deseo. Es por eso que este miércoles, a partir de las 19.30, el músico vigués finalmente podrá festejar el primer cuarto de siglo de la salida de ese trabajo y de su encuentro con el público argentino. Lo hará nada menos que en el Teatro Colón, como parte del festival internacional Unicos, y compartiendo la fecha con uno de sus primeros amigos y anfitriones locales: León Gieco.
A pesar de que la cultura gallega encontró sucursal en el Caribe, por intermedio de las diferentes diásporas que poblaron la inmensidad de la cuenca, la relación de Núñez con Argentina fue especial a partir de ese desembarco inicial. “Desde el principio, percibí a Buenos Aires como una nueva capital para las músicas celtas”, evoca el artista. “Aquí italianos, alemanes y españoles conviven con las culturas originarias y afroargentinas. Es un punto de unión para muchas cosas. Eso le va muy bien a la música celta, que tiene ese carácter de conexión y compenetración desde hace miles de años. No hay duda de que el público de Buenos Aires es uno de los mejores del mundo. Eso es algo que le agradezco a esta ciudad. Sin embargo, esta ciudad me volvió a premiar al permitirme tocar en uno de los mejores teatros del mundo. El Colón está al mismo nivel del Carnegie Hall de Nueva York o de la Filarmónica de Berlín”.
Cuando Núñez vino por primera vez a Buenos Aires, León Gieco estuvo entre el público. No en la primera, sino en la segunda función. “Y además se trajo a Mercedes Sosa”, recuerda el gaitero. “Aquella primera noche acabamos en casa de Mercedes, en una fiesta que ella organizó y en la que también estaban Inti Illimani y algunos amigos más. Desde el comienzo, León siempre fue súper generoso conmigo. Se apuntó a algunos conciertos, y fuimos grabando durante estos años algunas cosas preciosas. De manera que vamos a celebrar con este recital ese cuarto de siglo de amistad, así como de aventuras juntos. Mi experiencia con León es seguramente muy parecida a la que tuvieron mis maestros irlandeses, The Chieftains, con los rockeros con los que grabaron: Rolling Stones, Sting, Van Morrison y Sinéad O’connor. Lo que tienen en común todos ellos con León es su respeto y amor por el folklore y las raíces”.
A propósito de este reencuentro tan significativo, este diario le consultó a León Gieco sobre su relación con el músico de 51 años: “Estuve en sus shows todas las veces que vino, salvo una vez. Yo tocaba en el Luna Park ese día, pero él se acercó y tocamos juntos ‘Ruta del coya’ y ‘De igual a igual’. Para mí es un honor tocar con él. Es uno de los grandes melodistas e instrumentistas del mundo”, sintetiza el legendario cantautor argentino. “Aparte, es una excelente persona, y tiene una energía total para producir sus propios shows. Yo siempre le digo que es un jefe, que es como Bruce Springsteen. Chris Martin, cantante de Coldplay, le preguntó una vez a Bruce cómo hacía para mantenerse bien y hacer tantas cosas a su edad. A lo que el otro le contestó que se mantenía bien porque comía una vez por día y hacía gimnasia. Si hacía muchas cosas era porque le daba lástima irse a dormir. A Carlos le pasa lo mismo”.
Sobre la performance que presentará en esta ocasión, el autor del flamante disco El hombrecito del mar (2022), donde Carlos Núñez colabora, adelanta: “Hicimos muchas canciones juntos, por lo que es probable que hagamos ‘Dios naturaleza’, que grabamos en mi último disco. Está muy linda cómo quedó. También puede que hagamos una versión de ‘Sólo le pido a Dios’, pero cantada en varios idiomas indígenas: mapuche, guaraní, quichua y qom”. Sin embargo, las propuestas no terminan ahí. “Le dije para hacer ‘Canto en la rama’, baguala maravillosa de Leda Valladares. Y con la orquesta hicimos un arreglo hermoso para ‘Ruta del coya’, canción que a mí me encanta y que es bastante mántrica. Si bien eso es lo que pensamos, en la galera tenemos ‘Príncipe azul’, ‘Mañana campestre’ y ‘Galleguita”, el tango de Carlos Gardel que cantamos juntos en España cuando Carlos celebró sus 30 años de carrera artística”.
En simultáneo, el gaitero destaca a su camarada. “Argentina tiene mucha suerte de tener a León y a Gustavo Santaolalla, quienes vieron en las músicas tradicionales una fuente de inspiración”, reflexiona el artista. “Eso en España no es así. Argentina me recuerda mucho a Irlanda. En un pub irlandés puedes ver tocando a U2 junto a The Chieftains. Y aquí los rockeros argentinos sienten respeto por las tradiciones. Seguramente vi en León ese amigo venido del rock que no tuve en España. Si bien más tarde ese hermetismo se abrió allá, de los primeros que estuvo ahí apoyando fue León. Así que ese concierto en el Colón será una celebración a nuestra amistad. Pero, además de León, habrá otras colaboraciones. Estará el Chango Spasiuk, otro gran amigo mío, con el que juntaremos el chamamé y la música celta. Y también estará María Elena Lamadrid, artista nonagenaria que redime las músicas afroporteñas”.
Núñez adelanta igualmente que en el recital sinfónico, en el que estará apoyado por la Orquesta Unica de Buenos Aires, habrá gaiteros de Escocia, de Galicia y de Irlanda. También estará la artista bretona Bleuenn Le Friec y el percusionista gallego Xurxo Núñez. Pese a que todo este hervidero celta pareciera ajeno a la carrera de León Gieco, el músico directa o indirectamente estuvo familiarizado con esta cultura. Más allá de que fue el periodista Guillermo Pardini, gran conocedor de esta música, el que lo introdujo al trabajo de Carlos Nuñez, el cantante, compositor y músico santafecino reconoce en la película australiana Los hermanos Kelly (1970), dirigida por Tony Richardson y protagonizada por Mick Jagger (ese papel significó el estreno del líder de The Rolling Stones en la pantalla grande), su primer acercamiento a la música celta. A partir de una de sus escenas.
“Desde chico, escuché mucha música. Desde Elvis Presley, a quien veía en las películas que pasaban en mi pueblo, hasta el folklore. La revista Folklore la compraba todos los meses”, comparte Gieco. “La edición de febrero no me la perdía porque traía un resumen de lo que había sucedido en Cosquín. Yo adoraba a Cafrune, y escuchaba tango porque a mi papá le gustaba cantarlo. Para mí la música no tiene fronteras. Me gusta hacer de todo. Por eso hicimos De Ushuaia a la Quiaca, donde fuimos a recopilar la música de todas las provincias. Si algo tiene Argentina de particular es música distinta en cada provincia, y eso se debe a las inmigraciones. Esa variedad musical es lo que te ayuda a entender qué tanto te podés entender con el folklore, con el rock, el rap y la música celta. Ahora estoy escuchando mucho rap, y me parece increíble lo que hacen los pibes. ¿Cómo hacen para acordarse de esas letras o para improvisarlas?”.
Mientras Gieco se muestra sorprendido por el auge que tiene la música urbana argentina a nivel internacional, su álbum más reciente, El hombrecito del mar, incluye el tercer rap de su obra: “Alimentación.com”. Sin embargo, ese repertorio da cuenta de su gran vocación y versatilidad para mezclar la música. “En 1978, cuando salió mi cuarto disco, puse al chamamé a dialogar con el rock”, explica. “Mi papá me advirtió que iba a tener problemas con la gente del rock, y los tuve. A la larga se entendió que no tenía problema con los idiomas musicales. A los que dicen que escuchan un estilo y nada más que ese estilo, les puedo decir que lo siento por ellos. Se están perdiendo un montón de música increíble. Cuando escuché por primera vez a Carlos Núñez, me encantó. Y aún hoy me sigue encantando su búsqueda. Es parecida a la mía. Por eso dialogamos permanentemente”.
Si bien el artista argentino se refiere al vínculo de músicas de origen mestizo, Carlos Núñez tiene un problema milenario al debatirse constantemente entre la redención del pasado y la renovación de la tradición. Al menos en su último single, “Danza de espadas” (lanzado en diciembre de 2022), establece la dialéctica entre la música celta y la música electrónica. “Con The Chieftains aprendí que la música tradicional, en especial la celta, es universal. Y lo más bello que hay es conectarla con las diferentes tradiciones y músicas”, cavila. “Desde joven, cuando estuve con ellos, los vi hacerlo. Y eso me marcó mucho. He ido aplicando esa forma de vivir con las posibilidades que nuestra música nos da. En España, le abrí la mano al flamenco y al pop. Vamos a tocar las músicas celtas desconocidas de Beethoven, que tiene casi 200 obras. Pero últimamente con lo que más trabajé fue con el trap”.
-¿Cómo ha sido esa experiencia?
-Acabo de sacar un single en el que juntamos la gaita y el trap. Lo que se llama el “triplet flow”, de la parte del rapeo, tiene que ver con ritmos parecidos a la muñeira gallega. Y en el Colón haremos ese guiño a las músicas urbanas. Pero yo venía trabajando con la música electrónica desde los años noventa, con productores de Londres como Afro Celt Sound System. O Héctor Zazou. Trabajamos con la música electrónica de la misma forma que un pintor trabaja con la técnica. Ahora esto coincide con que grabamos dos singles con productores del género. Uno de ellos con Baiuca, y el otro con Yung Denzo, quien colabora con C. Tangana.
-Te diste a conocer cuando todas las músicas que tenían un condimento étnico las clasificaban como world music. ¿Qué pasó con esa etiqueta? ¿Cómo la industria llama ahora a lo que hacés?
-Es curioso. Desde muy pequeño siempre fui consciente de que hacía música celta, que es un género que va más allá de uno, dos o siete países. Es un género transnacional que puedes mezclar con herramientas de la música electrónica o de la música clásica. A pesar de que tiene muchos siglos, se renueva continuamente. Hay música celta medieval, del barroco, y de los años 70. Y de pronto en los noventa, con la world music, le da un complemento un poco diferente. Las etiquetas lo que permitieron es que la música celta llegara al mainstream, que en los ochenta era exclusivo del rock. Yo le guardo cariño a esa época porque nos permitió popularizar algo para las minorías. Por más que pasen las modas, la música celta tiene la capacidad de adaptarse.
-Por más que su origen sea milenario, ¿pudiste seguir estudiando y reinventando las técnicas de tu instrumento?
-Claro que sí. Continuamente. De la misma manera que Paco de Lucía se rompía la cabeza para que la guitarra flamenca siguiera innovando, pasa lo mismo con la gaita, que tiene más de mil años. Sigue sorprendiéndonos. De pronto, la juntas con la electrónica, y aparecen cosas que no existían. En el single “Danza de espadas” le aplico los efectos que usa la música urbana.
-A pesar de la gran oferta musical que existe, ¿ves a los jóvenes interesados en la música celta y en la gaita?
-Es cierto que nos conocemos entre todos. Al igual que en la pintura, en la que podía coincidir un Picasso con un Dalí, algo así sucedió con este movimiento. Con la gaita hubo impulsos. En España, en la época en la que aparecieron los buenos gaiteros fue en los noventa. Cuando saqué A Irmandade das estrelas, todas las multinacionales querían fichar a un gaitero o una gaitera. Toda esa moda pasó. Pero de repente aparece gente talentosa en Escocia, en Irlanda o en Bretaña. Esperemos que también suceda en Latinoamérica. Si ya hay grupos celtas. Hasta en Cuba. Sirve para recuperar la memoria de los inmigrantes que llegaron hasta aquí.
En tanto Carlos Núñez le sugiere a Gieco que grabe con Ry Cooder, el de Cañada Rosquín le dice a su colega que haga lo mismo con el dobrista Jerry Douglas. Este último es uno de los invitados de El hombrecito del mar. “Es un disco muy especial porque teníamos pensado viajar a Los Angeles para grabar allá, y se destapó la pandemia. Cuando teníamos las canciones, el productor, Gustavo Borner, nos sugirió hacerlo por streaming. Grabamos a través de cámaras, y acá revisamos todo a través de una computadora”. Si algo caracteriza al disco, aparte de ser su primer álbum de estudio en 11 años, es el resto de los nombres que atraviesa al disco. Gustavo Santaolalla, Lila Downs, Emma Shapplin, Silvio Rodríguez, Roger Waters y Carlos Núñez son algunos de ellos. Al momento de consultarle cómo hizo para juntarlos, el músico de 71 años desliza: “El destino desde lo alto decide”.
-¿Para cuándo se viene tu nuevo disco, Carlos?
-Hay tanto trabajo y tantas giras que tuve que momentáneamente dejar de lado la idea del disco. Pero este año tendremos uno o dos nuevos. Y muchas de esas canciones las estrenaremos en el Colón.
Aniversario para León
“No sabía que se cumplían 50 años”, reacciona sorprendido León Gieco ante la consulta de si hará algún tipo de festejo por la celebración en 2023 del primer medio siglo de su álbum debut, titulado igual que él. “Lo que pasa es que tengo 72 años, y me preocupa más cómo hice para llegar hasta acá, cómo hice todo lo que hice, y cómo hice una canción que está traducida a varios los idiomas y que cantaron Bono, David Byrne y Bruce Springsteen. No haré nada con motivo de ese disco, pero sí lo recuerdo como una de las cosas más maravillosas que me pasó en la vida. Fue mi primer disco, y para colmo producido por Gustavo Santaolalla. En ese momento, él quería producir a otro artista. Así que fue su primera producción. Estoy orgulloso de que haya sido él, al igual que me enorgullece que esas hayan sido mis primeras canciones. Tenía como meta venir a Buenos Aires, grabar mi simple, tocar un poquito, ganarme unos pesos y volverme a mi pueblo a ponerme un bar. Sin embargo, Buenos Aires me esperó con los brazos abiertos, y me dio la sorpresa más grande de mi vida. La realidad superó totalmente las expectativas. Siento que hice todo. Ese disco significa para mí el primer escalón de una larga escalera”.
El historial de Núñez
De la misma forma que sus antepasados se pusieron patas arriba cuando se enteraron de que el Cabo de Finisterre no era el final del mundo, Carlos Núñez puso patas arriba al mundo al dejar en evidencia que la música celta no tenía fin. Ya lo había demostrado cuando, en calidad de enfant terrible de la gaita, The Chieftains lo reclutó tras descubrirlo en uno de sus atracos en Vigo. En 1989, a sus 18 años, probó suerte en Irlanda. Y siete años después, al lado de Los Lobos, Ry Cooder y Kepa Junquera, estaba entre los colaboradores estelares de uno de los mejores discos de sus mentores: Santiago. Apareció en 1996, año de su debut solista. Lo que decantó en que la música celta le jugara de tú a tú al flamenco, y que los jóvenes se sintieran atraídos por lo que se pensaba que era mitología pura. Pocos lograron semejante hazaña. Por eso, para celebrar el 25 aniversario de ese trabajo, en 2021 salió una versión en vinilo de que incluyó temas inéditos, canciones nuevas grabadas especialmente para la ocasión y colaboraciones con artistas como Rozalén, Andrés Suarez e Iván Ferreiro. Una forma de tributar a un artista cuyo virtuosismo lo llevó a ser comparado con Jimi Hendrix y John Coltrane.