“Lo único que quiero es que Lucas descanse en paz, pero que por favor tenga la justicia
que se merece”, pidió al tribunal Cintia López, la mamá de Lucas González, al sentarse por primera vez frente a Gabriel Isassi, Fabián López y Juan José Nieva, los tres policías porteños acusados por el homicidio agravado de su hijo. En la segunda audiencia del juicio que se desarrolla en Comodoro Py, también declaró Héctor González, el padre de Lucas, quien sostuvo que a su hijo “lo
vieron, lo eligieron, lo encerraron y lo acribillaron". Además dieron testimonio los tres amigos que viajaban con Lucas al momento del crimen, quienes ratificaron que los integrantes de la brigada nunca se identificaron y que ellos en todo momento creyeron que se trataba de un asalto.
"Un calvario"
Cintia López ingresó al Salón Auditorium de Comodoro Py a las 11 horas de este martes. Se sentó frente a Ana Dieta de Herrero, Daniel Navarro y Marcelo Bartumeu Romero, los tres integrantes del Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) N°25 y allí esperó sola, los minutos que pasaron hasta que los catorce policías imputados comenzaron a entrar escoltados a la sala. Los últimos fueron los tres agentes de la brigada que, a su vez, por la disposición de los banquillos, quedaron enfrentados a Cintia por solo unos metros. La mujer no había podido asistir a la primera audiencia del juicio, por lo que esta fue la primera vez que pudo ver en persona los rostros de los acusados de asesinar a su hijo.
"Voy a contar lo que Lucas era", rompió el silencio Cintia, que de inmediato se corrigió: "Lo que Lucas es, en realidad", dijo. Instantes después, ante la pregunta de su abogado Gregorio Dalbón, comenzó el relato de lo que vivió aquel 17 de noviembre de 2021. Contó que la noche anterior le había dejado preparado el desayuno a Lucas, que la mañana del 17 no llegó a verlo porque él salió de su casa de Florencio Varela antes de que sus padres despertaran y que la primera noticia que tuvieron de lo que ocurrió alrededor de las 9.30 en Barracas, les llegó de costado: "Estábamos mirando la tele con mi marido y pasaron que habían agarrado a cuatro delincuentes, que uno se había dado a la fuga y al otro lo habían abatido o disparado. Le dije a mi marido 'mirá, cerca de ahí entrena Lu', pero no le dimos importancia y seguimos con nuestra rutina", relató ya entre lágrimas.
Su esposo, Héctor González, declaró más tarde que fue un amigo y vecino suyo quien les dio la noticia: "'Le pasó algo a Lucas', me dijo y yo me agarré la cabeza; pensé en lo que momentos atrás habíamos visto de Barracas". "Ahí empezó nuestro calvario", dijo Héctor y su esposa subrayó que no recibieron ninguna información por parte de la policía porteña ni de funcionarios de la Ciudad sobre lo ocurrido: "Nos enteramos por el vecino de un vecino de uno de los nenes que viajaba con Lucas", explicó. El "calvario" siguió con el arribo al Hospital Penna, donde Lucas había ingresado ya con un balazo en la cabeza y con custodia, "siempre de la Policía de la Ciudad", según precisó Cintia.
"En el hospital no me dejaban verlo, había un policía que decía que él no sabía nada, pero después cayó otro y nos decía 'viste los chicos de ahora, no le dicen nada a los padres y andan en cosas raras'. Me decían que mi hijo estaba detenido acusado de robo, por delincuente y recién me dejaron entrar después de una hora y media. Ahí lo vi a Lucas y fue lo peor que me pasó en la vida, tener que destaparlo para ver si era él" dijo Cintia, quien ratificó que allí encontró en la mano de Lucas una quemadura de cigarrillo. La autopsia del cuerpo arrojó que esa herida pudo haber sido infringida en el momento posterior a la balacera, por lo que la Justicia de instrucción consideró que fue producida por alguno de los policías a modo de tortura.
Cintia siguió: "Tuve que destaparlo todo porque no podía creer que era la personita que había criado, era lo más hermoso que me pasó en la vida y estaba irreconocible. Ellos dijeron 'le volaron el frasco', ¿cómo van a decir eso? Escuchar eso me dolió en el alma. Era la cabeza de mi hijo, no era ningún frasco", dijo sobre la llamada entre Rodolfo Ozán y Fabián Du Santos, dos de los comisarios imputados por el encubrimiento del crimen, en la que Ozán refiere que a una bala "le voló el frasco" a Lucas.
Los dos padres del chico de 17 años cerraron sus declaraciones con pedidos de justicia. "Lo único que quiero es que Lucas descanse en paz, pero que por favor tenga la justicia que se merece, que cada uno que haya participado tengan la justicia que se merece", dijo Cintia. Héctor, por su parte, sostuvo: "Yo no odio a nadie, pero a Lucas me lo asesinaron: lo vieron, lo eligieron, lo encerraron y lo acribillaron". Con la mirada firme en Navarro, el presidente del tribunal, el hombre concluyó: "Yo tengo la verdad y usted va a hacer justicia".
Las otras víctimas
Lucas González no fue la única víctima del 17 de noviembre de 2021. Sus tres amigos, Julián Salas, Joaquín Zuñiga y Niven Huanca, también son querellantes en la causa por los delitos de tentativa de homicidio, torturas y privación ilegal de la libertad, ya que estuvieron detenidos hasta la mañana siguiente, pasando la noche en el Instituto Inchausti. Joaquín, amigo de Lucas desde que eran chicos, cuando se conocieron jugando en Racing Club, se sentó frente al tribunal pasadas las 14.30 del martes. Llevaba consigo un portarretratos con una foto junto a su amigo; la apoyó frente a él, justo antes de comenzar a declarar: "Tengo todo el tiempo una misma pesadilla", contó tembloroso, "estoy caminando con un amigo, se baja gente y disparan, mi amigo se pone enfrente mío y siempre le disparan a él y a mí no".
Joaquín, que tenía 17 años en el momento del hecho y ahora 19, dijo que desde que sufrió la balacera policial "no volví a ser el mismo". Contó que no pudo salir de su casa por dos meses y que hasta perdió posibilidades futbolísticas porque ya no se anima a salir solo de su casa. Dijo que ese día estaban contentos porque él había pasado la prueba en Barracas Central y que así iba a cumplir junto a Lucas, el sueño que tenían desde chicos: "Jugar juntos en AFA".
Sobre los hechos, los tres amigos testificaron que salían del entrenamiento en el predio "Cacho" de Barracas, que pararon a comprar jugo a unas cuadras y que en la intersección de las avenidas Iriarte y Vélez Sarsfield, un auto comenzó a encerrarlos. "Me encierra y ni bien lo hace, se bajan con un arma; por eso pienso que me van a robar. En ese momento empiezan a disparar sin sentido alguno, lo que hago es volantear y subirme a un cordón", relató Julián, también de 19 años, que ese día manejaba la Surán de su padre.
Los tres coincidieron en que los policías nunca se identificaron, ni con su ropa, ni con voz de alarma, ni con sirenas o balizas. Dijeron que escucharon "muchos" disparos y que en todo momento pensaron que se trataba de un robo. Incluso en horas de la tarde, cuando estaban demorados en Alvarado y Perdriel, la esquina en la que finalmente los detuvieron, seguían creyendo eso. También los tres dijeron que no sintieron ninguna embestida o choque cuando Julián aceleró, lo que contradice la versión que los acusados dieron en la etapa de instrucción, cuando aseguraron que los disparos fueron para "repeler" una embestida del auto.
Los chicos también señalaron que, mientras estaban detenidos en la calle, los policías les dijeron "villeros", "negros de mierda" o "¿dónde tenés la falopa?". Joaquín identificó al agente Sebastián Baidon como uno de los que dijo esas palabras.
"¿Actuaron en legítima defensa?", se preguntó Javier Salas, el padre de Julián, uno de los familiares de los chicos que declaró pasadas las 18 horas. El hombre se refirió así a la breve indagatoria que Isassi, López y Nieva brindaron en la primera audiencia del juicio, en la que señalaron que actuaron en "cumplimiento del deber" y en "legítima defensa". "Julián actuó en legítima defensa cuando se escapó. Gracias a Dios que mi hijo hizo esa maniobra porque si no hoy estarían los cuatro muertos", se respondió.
Javier Salas, el padre que estuvo en Alvarado y Perdriel tras el crimen, contó que comenzaron a sospechar por la tarde cuando "nos decían que los chicos venían evadiendo un retén policial o se enojaban porque estábamos nerviosos". "En un momento, Ricardo --en referencia al papá de Joaquín-- empieza a sospechar más y le dice a un oficial en la cara que le diga la verdad. '¿Quién le tiró a los chicos?', le preguntó. Ese hombre dijo 'le tiró la policía', y ahí empezamos a los gritos", relató.
Javier también estuvo presente en el momento en que la policía científica de la Federal, que se hizo cargo del procedimiento en horas de la tarde, sacó del auto la réplica del arma de fuego. Eso fue ya hacia las 19 horas, casi diez horas después de los hechos. "Yo venía hablando con gente amiga y me decían 'no te muevas de al lado de la camioneta' porque a los chicos les van a querer hacer algo, y cuando la Federal empieza a hacer las pericias a la camioneta, en un momento dicen 'vamos a proceder a sacar un arma'. Se me vino el mundo abajo porque me di cuenta que los quisieron engarronar. Hicieron un circo, el viento movía el arma porque era de juguete", contó.