Dos de los principales aprendizajes que dejó la pandemia de la covid se vinculan, en primer lugar, con la importancia de la vigilancia epidemiológica y, por otra parte, con el enorme respeto que merecen los agentes microscópicos que se propagan a expensas de otros seres vivos y que la comunidad científica denomina virus. La referencia, en esta oportunidad, es para uno de tipo estacional y de gran presencia en la región: el dengue. Entre febrero y marzo, los casos se multiplicaron de una manera considerable y los boletines informativos que confecciona el Ministerio de Salud a nivel nacional brindan los datos suficientes como para que cada quien pueda corroborarlo por sus propios medios. En tan solo una semana, las infecciones reportadas pasaron de 4.828 a 9.388.
Como sucedía en el peor momento de la covid, el problema de salud pública no solo se refleja en los medios, sino que se advierte en la propia experiencia de familiares y cercanos que tienen los síntomas compatibles con el dengue, o bien, que directamente comprobaron su estado clínico con un médico de confianza. Hay que tener en cuenta que --como también ha enseñado el Sars CoV-2-- los brotes pueden ser explosivos: con uno o dos casos, el dengue puede dispersarse e infectar a toda una ciudad. Y, en su versión más grave, puede representar un problema: no en vano la enfermedad que provoca es conocida como “fiebre rompehuesos”, por el dolor muscular, la cefalea y el malestar general que la caracteriza.
En este marco, Teresa Strella, directora nacional de Control de Enfermedades Transmisibles del Ministerio de Salud, dice: "Los casos registrados se encuentran por encima de lo que uno espera respecto de lo que ha sucedido años anteriores y con una curva que va in crescendo”. Y completa: “El escenario es de un incremento sostenido de casos”. A su turno, el ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires, Nicolás Kreplak, coincide con el diagnóstico y comenta: “Estamos en el momento máximo de la epidemia, una situación que sabíamos que iba a suceder hacia el final del verano”.
Un incremento notable y repartido
Según los datos que se desprenden del boletín epidemiológico y que permiten evaluar la situación en aspectos específicos, se observa que el incremento de una semana a otra fue del orden del 95 por ciento. Del total de infecciones, 8.504 no tienen antecedentes de viaje, 582 se encuentran en investigación y 302 fueron importados. Asimismo, el dengue tiene presencia en 13 jurisdicciones y ha provocado, al menos, seis fallecimientos; dos en Salta, uno en Santa Fe y tres en Tucumán.
Desde esta perspectiva, lo comprende la médica infectóloga Leda Guzzi: “Estamos ante un brote de magnitud, con mucha circulación comunitaria. Esto se puede ver muy claro porque la gran mayoría de los casos se ve en pacientes que no tienen antecedentes de viaje, sino que se contagiaron la enfermedad en sus residencias, o bien, en sus lugares de trabajo”. “En lo que hace a casos normalizados por población se ven muchísimos en Tucumán, Salta, Santa Fe. Debemos seguir atentos, pienso que se está haciendo muy buena vigilancia y habrá que esperar que ocurre en las próximas semanas”, expresa Humberto Debat, virólogo del INTA.
Kreplak describe que desde la Provincia de Buenos Aires se focalizan en la prevención del virus y el trabajo que realizaron en los meses previos. Más allá de la alarma por la suba de infecciones, llamó a la cautela porque se trata de un pico menor si se lo compara al de 2020. Al momento, en Buenos Aires hay un fallecido como caso probable de dengue. Corresponde a una persona que provenía de un viaje desde el exterior y que todavía queda confirmar, de manera definitiva, si fue por el virus en cuestión. Asimismo, hay otras 38 individuos con “signos de preocupación” y “mucha gente que va a las guardias con los síntomas de la enfermedad”. El funcionario también apunta que las condiciones de vigilancia de su cartera provincial eran mejores que en décadas previas. “Tenemos una capacidad de diagnóstico y realizamos una prevención que supera a lo que sucedía en el pasado”.
¿Son muchos o pocos casos?
Para poner en contexto, siempre es útil comparar la situación con los años anteriores y, sobre todo, con los picos de infecciones. El último había sido registrado en 2020. “A nivel epidemiológico la curva de casos está creciendo de manera sostenida, de manera muy similar a lo que a lo que fue la temporada 2020. Quizás, como estábamos en un contexto de pandemia de covid, pasó desapercibido. Según los informes de Nación, tenemos un 30 por ciento menos de infecciones que las que había a esta altura del año. En 2021 y 2022 realmente hubo muy baja incidencia”, explica Debat.
Se trata de un virus que se manifiesta de forma estacional: si bien en una temporada puede emerger con mucha intensidad, luego su propagación disminuye hasta que vuelve a resurgir. Para ello hay una razón: según suele explicar el virólogo del Conicet Juan Manuel Carballeda, como gran parte de los infectados con dengue son asintomáticos, se puede estimar que haya una inmunidad activa de aquellas personas que se contagiaron y que la protección se prolongue por uno o dos años.
Esta semana representa un período bisagra, un antes y un después que podría marcar el futuro de esta epidemia. Para esta época, en 2020, los casos registrados de dengue en el país superaban los 14 mil, mientras que en el último registro hubo 9388. Mario Lozano, virólogo e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes, plantea una realidad dual cuando detalla lo que sucede con los casos de dengue en este 2023: “La situación es paradójica: aunque los números de infecciones reportadas son dignos de tener en cuenta, también hay que decir que esperábamos una epidemia todavía mayor porque venimos de brotes muy fuertes en Brasil y Bolivia”. Y continúa con su hipótesis: “El pico se está retrasando con respecto a otros años, probablemente, debido a que la población de mosquitos no tuvo tanto éxito gracias a la sequía. Aunque hizo mucho calor, faltó agua y eso pudo haberlos afectado”.
Guzzi discute la paradoja presentada por Lozano y refiere: “Aunque para esta época de 2020 había más casos, lo que se ve en el último tiempo es que la velocidad de crecimiento es superior. Hay que pensar que lo que en Argentina sucede con el dengue tiene que ver directamente con lo que ocurre en la región. Cuando tenemos aumento en Paraguay o Bolivia, inmediatamente impacta en nuestro territorio”.
Un verano que no termina
Aunque por calendario el otoño ya comenzó, por las temperaturas, el verano se obstina en no abandonar el paisaje. Durante diciembre, enero y febrero --sobre todo-- Argentina presenta un escenario con temperaturas elevadas que, además, coinciden con las vacaciones. Las personas viajan y trasladan las infecciones con ellas, al tiempo que los casos importados devienen en autóctonos y despliegan la enfermedad fronteras adentro.
En esta línea lo plantea Guzzi: “Es complejo, además, porque la temperatura y las condiciones son óptimas para el crecimiento y el desarrollo del mosquito vector, que es el Aedes aegypti. Este descenso de temperatura leve en las últimas semanas, lejos de amilanarlo, lo volvió más activo. Las condiciones de humedad y de lluvia también facilitan la creación de criaderos, a través de recipientes que quedan expuestos a las precipitaciones y se van llenando”. El hecho de que en las próximas semanas la temperatura pueda disminuir por debajo de los 20 grados podría constituir una buena noticia. Por encima de ese parámetro, el mosquito cumple con su ciclo de vida, conquista la adultez y transmite el virus.
En este marco, desde el ministerio que conduce Carla Vizzotti informan que si bien se trabaja durante todo el año, a partir de septiembre y octubre se articula con las jurisdicciones y municipios, con el propósito de eliminar los potenciales criaderos y evitar la puesta de huevos. Invitan así a revisar los recipientes con agua estancada, las macetas, las piletas y hasta los floreros; así como también utilizar repelente en abundancia puede resultar decisivo. Vale destacar que las lluvias contribuyen a dispersar el fenómeno, en la medida en que incrementan las posibilidades de reservorios que, en última instancia, terminan por facilitar la proliferación del virus.
Aunque el dengue es una problemática de salud pública característica del país y la región, lo cierto es que se trata de un virus con una incidencia global muy marcada. En la actualidad, según la OMS, cerca de la mitad de la población mundial corre riesgo de contraerlo y cada año se producen entre 100 y 400 millones de infecciones.
Sin solución a la vista
Aunque el dengue es un virus con una marcada propagación desde hace décadas en el planeta, no hay una vacuna ni medicamento ni tratamiento que sea lo suficientemente eficaz como para cortar su circulación. Es por ello que, a partir de una marcada estacionalidad, reaparece cada uno o dos veranos. Así es como, a la par que el mosquito pone sus huevos, vuelven los dolores de cabeza para las autoridades sanitarias y las poblaciones que afrontan las consecuencias de la enfermedad.
Sin embargo, que no haya soluciones disponibles no equivale a que no se hayan buscado. Existen en el mercado más de una decena de vacunas para prevenir dengue en etapa preclínica y clínica. De todas ellas, una de las opciones más atractivas es Dengvaxia, diseñada por Sanofi Pasteur y aprobada en varios países. Prevé un esquema que consta de tres dosis (separadas por seis meses) y está indicada para personas que tienen entre 9 y 45 años. A pesar de tener una buena eficacia (del orden del 80 por ciento) para evitar el dengue grave para los serotipos 3 y 4, no reporta los mismos resultados para el 2. Eso no representa un dato menor, sino todo lo contrario: fue el detonante para que la OMS diera marcha atrás y no recomendase su aplicación masiva. ¿Por qué? Porque podría conllevar problemas de inmunidad incompleta.
Resulta que existen cuatro serotipos del virus: 1, 2, 3 y 4. Bajo esta premisa, si un individuo se enferma con uno de ellos, solo obtendrá inmunidad para ese y no para el resto. Si la situación, en el futuro, se pusiera peor y además se enfermara con otro serotipo, el cuadro clínico podría pasar de fiebre y malestar generalizado, y afrontar panoramas más comprometidos y riesgosos. En el país, por caso, no hay prácticamente circulación del serotipo 4, que sí está en Paraguay. Pero los mosquitos no saben de fronteras y los virus tampoco.