Anne Boyer me saluda con su abanico sentada en una mesa del Tano Cabrón con la complicidad de haber compartido por la mañana una experiencia intensa: entre varias de las actividades que realizó invitada por el Festival Poesia Ya!, brindó un taller gracias al cual varias de sus lectoras pudimos conocerla.

No creo en los espacios seguros, pero de algún modo la calidez de Boyer genera rápidamente un nivel de intimidad que permite que las que estamos ahí podamos hablar de nuestras enfermedades y tratamientos, violencias y abusos en primera persona. Desmorir, su primer ensayo, que empieza a escribir luego de ser diagnosticada de un cáncer de mama “triple negativo” y por el que en 2021 obtiene un premio Pultizer, es un libro del que es difícil salir ilesa. Tampoco lo fue respecto de su proceso de escritura. Con una serpiente en la portada, Boyer cuenta que cada vez que lo abre “todavía ve salir los demonios”.

¿Cómo fue tu experiencia al contactarte con esas mujeres y saber que tus libros las acompañaron en sus procesos de enfermedad?

--Nunca es fácil, porque ya de por sí escuchar el dolor de otras personas y poder expresar el mío no hay forma de que sea algo fácil de hacer. Pero en el caso de la literatura, es particularmente más difícil porque no se trata de un contacto terapéutico. Lo que pasa, sin embargo, es que estas experiencias suelen ser siempre confinadas a ese ámbito. Solo pueden existir como enfermedades, desórdenes mentales o patologías sociales y rara vez ingresan al reino de lo literario. Por eso, una gran parte de la experiencia humana está excluida de la literatura.

¿Y por qué crees que pasa esto? ¿Tiene que ver con cómo se construye el canon literario?

--Bueno, justo estaba pensando en eso mientras leía crítica literaria sobre ciertas novelas del siglo XIX. El esquema básico es el de un protagonista masculino que, transido por su deseo o movido por algún destino heroico, es llamado a la acción. Este tipo de literatura tiene implícita una idea de autonomía, puramente individual, representada desde el protagonista de una novela, que creo es también un poco la misma que se traslada a la figura misma del novelista. Siempre se trata de las aventuras de los héroes de este mundo. Y me preguntaba: la asunción de que todo se trate de la capacidad de elección individual, del poder autónomo ¿en qué lugar deja a las mujeres? ¿Y a los pobres? ¿A las personas que fueron brutalizadas por el racismo? ¿Dónde deja a la historia del trabajador cuya vida es matar una hora tras otra? ¿Esta representación no nos está dejando afuera de la literatura? ¿No se suponía que era para nosotrxs?

Un ático propio

Leo a Anne Boyer como una marxista muy singular. De las que no abandonaron las preguntas profundamente materialistas -que suelen coincidir con ser las más éticas (gran lectora de Rosa Luxemburgo y de Simone Weil)- y de las que intentaron responderlas con feminismo. De las que escriben fragmentariamente, componiendo lo que piensan mientras lo miran. “La poesía es el arte equivocado de las personas que aman la justicia” dice en su último libro editado en Argentina de la mano de la editorial independiente Triana, Prenda contra las mujeres.

Allí, Boyer compara la escritura con la costura y el planchado, intercalando recetas, listas de compras y diálogos con su hija. Lo que nos lleva a discutir acerca de otro valor que suele ser suntuario en la vida de la mayoría de las mujeres e idealizado especialmente por las escritoras: la soledad.

"Me gusta la soledad. Me gusta estar sola cuando puedo estarlo. Pero como soy madre soltera, conté siempre con la presencia de una pequeña niña –su hija Hazel, que ahora tiene 18 años- la mayor parte del tiempo que estuve escribiendo. Con el tiempo fuimos desarrollando una “soledad paralela” para hacer algunas cosas juntas y otras por separado y nos va muy bien. Actualmente, el prejuicio a cerca de escribir en soledad o el mandato de tener que estar en soledad para escribir, produce, creo yo, un tipo de literatura distinta que la que puede producir un escritor que sabe que su lugar es con los demás. La persona que tiene una gran casa, la oficina, cantidades de tiempo y ocio infinitos, seguramente vaya a escribir algo muy diferente que lo que escriba una madre con su hija, o el trabajador o quien acaba de sumarse a la larga fila de los desempleados. No creo en la soledad como esa contemplación distante de la vida versus la vida tal como es, en la cual las cosas son reales y las usamos y estamos involucradas en los elementos de su producción, reproducción y cuidado. Creo que hay que desafiar la idea de que tenemos que estar solas para escribir". 

Para Boyer hay en cambio otro tipo de literatura en la cual “vos misma te involucrás y contemplás desde adentro tratando de comprender las relaciones sociales que llevaron a la producción de un objeto, dando lugar a pensamientos del tipo “¿cómo fue hecho este papel? ¿qué trabajo hizo el árbol? ¿qué es el plástico?”.

En Manual para destinos defraudados, su primer libro editado en Argentina por la editorial Zindo y Gafuri analiza los poemas de Karen Brodine (1947), una poeta socialista y lesbiana que trabajaba como tipógrafa. Sobre uno, titulado “Mujer sentada frente a la máquina” comenta: “trata sobre el momento en que interrumpe la poesía: el trabajo. Cuando los poemas eran escritos y la gente aún podía tener trabajos de tiempo completo, el momento que interrumpía la poesía duraba de 9 a 5”. En Prendas va un poco más allá, describiendo todo lo que las mujeres hacemos cuando no estamos escribiendo, no solo trabajar, sino cuidar los cuerpos y la salud mental de otras, criar animales, tener plantas, dormir, deprimirse, sacar fotos, enamorarse.

¿Cómo se te ocurrió escribir precisamente sobre no-escribir?

--La idea surgió a partir de una visita de una poeta joven con la que estaba trabajando, y a la que se suponía que yo tenía que guiar en su proyecto de escritura. Cuando llegó me sentí un fraude porque en ese momento hacía varios años que yo no estaba escribiendo. Y ella me preguntó entonces qué hacía.

Así, la pregunta sobre “no escribir” es una pregunta no solo sobre la vida de las personas que escriben, sino sobre las cuestiones materiales de la vida en general: “Si vamos a escribir la vida de personas reales, hay que entender que parte de la vida de la mayoría de las personas son estos períodos donde nada excepcional sucede, de actividad ordinaria, hecha de momentos que no son especiales, ni excitantes o estimulantes, donde podemos llegar a sentirnos horribles y estar atascadas durante muchos años. Hay raptos de intensidad, donde nos sentimos brillantes y creativas y otros momentos de decadencia, o de detenimiento, donde no estamos escribiendo, por una infinidad de motivos. Todo lo que hacemos cuando no escribimos es parte de la escritura”.

Nos recuerda también (a mí y a la poeta y traductora, Natalia Leiderman que nos acompaña durante la entrevista) algo pedagógicamente “dejar caer ese ideal de que llevar una “vida de escritora” es “tener una vida bohemia, pública y glamorosa como si se tratara de estar en una constante fiesta en una librería de moda”.

Por otro lado tampoco somos más las “Locas del Ático” como se llamó a las escritoras victorianas, en relación a lo que decías de las novelas del siglo diecinueve… -

--No, ¡porque ahora no tenemos plata ni para pagar el ático! Sería mucho más fácil si nos pudieran volver a encerrar.


Chicas en tiempos suspendidos

En el taller, Boyer recomendó algunas técnicas para escribir sobre experiencias traumáticas evitando que hacerlo nos retraumatice. Propone trazar un “círculo mágico” en torno al texto, del cual podamos entrar y salir, empezando por dosificar el tiempo que le dedicamos.

Comparaste algunas afecciones mentales en relación al tiempo. La ansiedad, decías, es un trastorno “del futuro”, la depresión, “del pasado”. El trauma, por su parte, decís es un trastorno “del tiempo alterado”. ¿A través de la escritura podremos reordenar o crear otro tiempo?

--Claro que podemos, es la magia de la escritura ¿no? Hay varias maneras de hacerlo. En el caso de la poesía, une la eternidad con el instante. Si un poeta es bueno sabe captar un instante que funciona como un portal al cual sos transportado inmediatamente. En narrativa es diferente. La narrativa nos mueve a través del tiempo. Así como la lírica tiene ese movimiento profundo, la narrativa tiene esa increíble estructura horizontal que permite que una novela pueda ocurrir a lo largo de 100 años y al mismo tiempo, otras –pienso en La pasión según G.H de Clarice Lispector, por ejemplo- donde sos capturada en una tarde increíblemente corta.

Me hiciste acordar a una idea de una de nuestras poetas, Diana Bellessi, que habla de la “rebelión del instante” ¿Por qué pensás que la poesía tiene en particular esa relación con el tiempo?

--Sin duda una dimensión que hay que mencionar es la del sonido. El tiempo pasa a través de la respiración del poema, está en esas pausas rítmicas del poema, los espacios vacíos. De algún modo el poema funciona como un reloj, con su propio mecanismo, pero es el poeta el que va moviendo las agujas. Pero la verdad es que es más parecido a cómo funciona la magia. ¿Conocés a Silvia Federici? En el Calibán y la Bruja hay un pasaje sobre el tiempo disciplinado. Uno de los motivos para deshacerse de las brujas es porque podían estar en tres lugares al mismo tiempo. Las brujas desafían ese orden temporal que instaura el capital. La poesía es otra forma de magia que lo desafía. El amor, cuando es buen amor, también.

¿La asociás también con enfermar?

--Bueno, así como con la enfermedad, me interesan las experiencias donde necesariamente se pone un pie afuera del tiempo capitalista y del tiempo del mercado. Me gusta pensarlo desde la noción del tiempo que puede tener un bebé recién nacido, que solo tiene su demanda de amor y de alimento. Eso es todo lo que tiene. Y está bien. El tiempo del bebé recién nacido, así como el tiempo en el que estás enamorada, se convierte en otro tiempo. Cada tiempo lejos del amado es el minuto más largo. Pero también va muy rápido, y te quedás como diciendo “recién nos vimos y ya tenemos que despedirnos de nuevo”. Los poetas hemos escrito sobre esto por siglos. Me refiero al poema que escribís en la mañana cuando despertás con la persona que amás, cuando tenés que abandonar la cama y lo horrible que es tener que irse. Así que sí, el tiempo del bebé recién nacido, como del enamorado son parecidos al tiempo como lo vive el poeta. Y también de como lo vive la persona enferma, porque el dolor tiene su propio horario, sus propias demandas. Estas experiencias no han sido alienadas por completo todavía.

Mientras te escuchaba también pensaba que a diferencia de otras carreras, para ser poetas siempre hay tiempo ¿no?

--¡Claro! ¡Porque somos brujas! Muchas de las poetas que amo (Alice Notley, Diana Di Prima -que acaba de morir- y Bernadette Meyer, que falleció hace poco también), se hicieron mejores poetas a medida que envejecían. Y pensar en estas increíbles y sabias mujeres escribiendo sus mejores poemas en la vejez me da esperanza. Quizás es una forma de regodearme, porque me estoy poniendo vieja yo -se ríe-. Pero me gusta pensar que estoy en lo cierto y que esto nos dice algo muy bueno acerca de la vida de las mujeres en general, que es que cuando las mujeres alcanzan la menopausia o ya cruzando la barrera de los 50, se liberan. Es una forma de liberación que no solo es biológica, sino intelectual, espiritual, social. Ahora mismo yo me siento increíblemente…bien. Como si la fuerza que tenía a los doce años, justo antes de la pubertad, hubiese retornado a mis cincuenta – cuenta con emoción mientras el sol que entra limpio por los ventanales del CCK delinea sus rasgos algo aniñados‒. Hace una pausa y agrega: “Y después de haber atravesado toda esta mierda, habiendo sobrevivido a tantas situaciones distintas, esta idea se refuerza. Soy por fin realmente optimista respecto de lo que tengo ganas de escribir y el hecho de haber organizado mi vida en torno a la práctica de la poesía es lo que la transforma y la vuelve más profunda en el camino”.

Ya conversando sobre los libros de poetas argentinas que se compró nos cuenta: “Y también me llevo esto” señalando un pañuelo verde atado a su cartera: “Lo necesitamos allá” dice, haciendo referencia a que en Estados Unidos el derecho al aborto fue anulado. Natalia le recita traduciendo al inglés un poema de Estela Figueroa, fallecida el año pasado: “los poetas tenemos una rara condición: como los moretones, aparecemos después de los golpes”.