Mínimo teatral, la exposición que puede visitarse hasta el 20 de este mes en todos los pisos el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (Oroño y el río), propone escenas no espectaculares atravesadas por el espectro del espectáculo, del show. Y mapea un campo artístico híbrido de confluencia mutua entre plástica y teatro, al incorporar medio siglo de tradición argentina de lo experimental.

Con curaduría de Irina Garbatzky, Fernanda Pinta y el equipo del Macro, es una muestra de tesis y de investigación, que incluye un corpus virtualmente inabarcable de material documental raro y valioso en soportes diversos. Ni los archivos magnetofónicos del Instituto Di Tella, ni los catálogos de la biblioteca de Graciela Carnevale, ni los registros en video de las performances del underground porteño en la década del '80 son cosas que puedan encontrarse en Internet. Y quizás no se las encuentre en ninguna otra parte. Quien conozca o recuerde algo de la cultura argentina entre 1958 y 1970, o en los primeros años de la democracia recuperada, se emocionará al poder disfrutar de la materialidad sonora, audiovisual o gráfica de experiencias cuya mención circuló por décadas como relato mítico entre los entendidos. Más cerca en el tiempo, una cuidada selección de obras de artistas contemporáneos dialoga con aquellas vanguardias desde el presente.

Hay que ir con tiempo para sintonizar esas conexiones. También es preciso saber de antemano sobre el valor de lo que se expone. Valor de lo escaso, único, secreto y singular: el valor de los espacios críticos y creativos que perdimos o que olvidamos. Hay que ir con ganas de hacer arqueología de la memoria, o de redescubrir el pasado.

"No podía destruirlo, era parte de mi historia", se oye la voz de la artista y docente universitaria rosarina Graciela Carnevale en referencia a su decisión de conservar el archivo del Grupo de Arte de Vanguardia, al que perteneció. Tomó esa decisión al comienzo de la última dictadura, cuando para sobrevivir a los represores había que deshacerse de todo material comprometedor. La voz es parte de un video documental sobre una visita guiada al archivo Carnevale, en Rosario.

En la sala dedicada a ese archivo se despliegan conceptos en un pizarrón y vitrinas con piezas seleccionadas. Sobre el happening, se lucen dos fetiches: la compilación de Oscar Masotta editada por Jorge Alvarez, y un catálogo de La Menesunda de Marta Minujin. Se destaca el guión a máquina del "asalto" a la conferencia del crítico estrella del Di Tella. Hay una foto de la intervención de Carnevale en el Ciclo de Arte Experimental en Rosario. La foto prueba que el público rompió el vidrio para escapar del literal encierro creado por la artista.

"La sala del Di Tella" incluye tomas de sonido realizadas desde 1966 hasta 1970, cuando cerró. El valor de esos materiales de audio, conservados desde 1971, es incalculable. El humor inteligente y la voz joven de Nacha Guevara junto al piano de Alberto Favero, entre discretas risas cómplices del público, evocan aquel universo íntimo dentro de lo público que fue el music hall porteño de los años '60. Como el Di Tella, fue una de las dichas que el onganiato se llevó.

En esa audioteca se puede escuchar también un debut picante de Les Luthiers. O a Jorge Bonino hablando en un idioma inventado en su legendaria performance Jorge Bonino aclara ciertas dudas. Eso fue antes del encierro psiquiátrico y el suicidio del artista cordobés, recientemente revalorizado a través de un libro por Caballo Negro Editora y de un documental en curso, del que hay aquí un fragmento.

La discursividad pura de Bonino a fines de los '60 resuena, a mediados de los '80, en la poesía performática de Emeterio Cerro (articulada desde el significante, como parte del estilo "neobarroso" que sería desplazado por el objetivismo) y en la más reciente video instalación Air discurse de Pablo Uribe. El gesto físico también es el tema en una serie contemporánea de autorretratos de Roberto Jacoby, artista de la comunicación en los '60. Otro rescate importante, ya en los años '90, es el "video catálogo" de la muestra Frenesí (1994), que fue la última retrospectiva en vida de la artista Liliana Maresca.

Las instalaciones de Miguel Mitlag y Mariana Tirantte ficcionan espacios escénicos que indagan los nuevos bordes entre la instalación y la escenografía. La Plataforma stripper de Mitlag, que se expone en la planta baja y es parte de la colección del Macro, ganó en 2006 un premio Petrobrás; Ariel LaVogue no se privó de subirse a la obra en plena feria ArteBA para una performance que invoca su musa rea. Autor (para una muestra sobre el Instituto Di Tella) de la "repetición" de una videoinstalación de David Lamelas, Mitlag además expone aquí obras que diluyen la frontera entre fotografía y registro de ambientación.

Un piso entero se dedica a los registros de ensayos de biodramas de Vivi Tellas; otro, a la obra en curso del rosarino Mauro Guzmán, quien con una carnadura plástica sensible (que se extraña en el resto de los pisos) crea e ilumina con dramatismo una cohesiva ambientación de esculturas y video, volviendo literal lo "barroso" del neobarroco y convocando para un rodaje allí mismo a Omar Serra, el Jack Smith del Litoral. Además de varios proyectos a dúo en los que hibridaban teatro y plástica, Guzmán colaboró con Nancy Rojas en un biodrama dirigido por Vivi Tellas, creadora del género. Tanto él como Mitlag citan en sus obras prácticas estéticas no legitimadas en el circuito artístico.