Si hubiera que tomar una sola palabra que se escucha y repite hasta el cansancio sería “tiempo”. La escuchamos en aquellos que dicen “Me falta tiempo”, “No aprovecho el tiempo”, “No tengo tiempo”, “No quiero perder el tiempo” y hasta en algunos eufemismos como “Me colgué” o aun más despersonalizado “La colgué”. Algunos por procastinar, otros por sobrecargarse de tareas; el tiempo y su falta arrasan al sujeto y se lo llevan puesto.
¿Será que verdaderamente nos falta tiempo? Si el día tiene 24 horas, ¿cuánto tiempo precisaríamos para hacer todo aquello que quisiéramos hacer? ¿Tenemos alguna idea de qué sería todo aquello que quisiéramos hacer? ¿en qué se nos va el tiempo?
En conversaciones con otras personas --mujeres por lo general-- les pedí que me hicieran una lista detallada de qué tareas habían realizado desde que se despertaron hasta el mediodía. Era insólita la cantidad y más agravante aún aquellas personas que comentaban no haber dormido, por lo que todavía no habían despertado desde la noche anterior.
“El hombre se destruye allí donde se eterniza”[1] dice Lacan en el Seminario VIII en referencia a la muerte de Sócrates (segunda muerte). Y ubica que esta es una idea de “posible felicidad”, por supuesto, al estilo de Lacan lo dice con tono de ironía. La muerte de Sócrates consiste en “aniquilarse para darse un ser” ya que, parafraseando al autor francés, en el momento en que a Sócrates le dan a elegir entre la muerte o retractarse, elige morir (en una clara elección forzada). “Muere en la suya”, podríamos decir, para ser eterno.
Si traigo este fragmento, entre socrático y lacaniano, es para revisar como decía al comienzo, cuál es nuestra satisfacción en juego a la hora de eternizarnos en el tiempo: “muero en la mía” pero muero. Lo que está en juego aquí es la muerte del sujeto deseante, una especie de personaje que pasó a ser un muerto-vivo, el cual, en automático, mira el celular, hace la comida, las tareas de la casa, trabaja, compra, consume, gasta, ¿vive? Sobrevive, podríamos decir. “La vida sin problemas es matar el tiempo a lo bobo” metaforiza el Indio Solari, y es que, si no cuestionamos, problematizamos, interrogamos, las distintas situaciones de nuestro día a día, los escenarios donde nos subimos para hacer nuestra performance y actuar de nosotrxs mismxs, matamos el tiempo a lo bobo. Claro está, cada quien pasa el tiempo como puede y quiere, sin embargo, existe una relación directa entre matar el tiempo a lo bobo, vivir sin tiempo o apremiadxs por el tiempo ya que, sin interrogantes, sin deseos generamos un plus, homólogo a un exceso. Léase como plus determinadas acciones que proporcionan excesos: de compras, de comida, de redes sociales, de videos, reels, cigarros, de todas las toxicomanías que existan, de medicamentos, de vínculos que hoy llaman “tóxicos”, etcétera; un plus que genera el trabajo mismo que se realiza como en un modelo fordista de producción, las personas estamos viviendo un tiempo donde producimos todo el tiempo exceso (plus) y sin embargo decimos “pierdo el tiempo”, “me falta tiempo”, “no aprovecho el tiempo”, etcétera.
¿Será que el provecho que extraemos del tiempo se pone al servicio de esta producción del exceso? ¿Será que los discursos capitalistas operan como base de esta producción del plus?
Somos testigos de ver lo que esto produce, los seres se van melancolizando --parafraseando a Anne Dufourmantelle[2]-- y pareciera que la existencia solo puede aceptar renunciando “sin importar el precio”, dirá. ¡Y vaya que sale caro! El cuerpo sabe bien ese precio, ya que es quien paga; cito a la misma autora: “La historia está cuajada, el tiempo también. No habrá prórroga”.
Y entonces, ¿cómo pensar la relación entre la pandemia y la actualidad, tomando como variable “el tiempo”? Leyendo artículos de diferentes diarios de la región me encontré con que este fenómeno del “sin tiempo” se instala principalmente porque las personas le quitaron la valoración que tenía trabajar y ser exitoso, para disfrutar más de los pequeños momentos. Por supuesto, no es una idea absurda, tampoco universal y es probable que muchxs lo hayan vivenciado así. La clínica muestra las diferencias que se presentan en cada caso, así como también las distintas experiencias de este “entretiempo” (así me gusta llamarlo) que fue la cuarentena y la pandemia.
Es posible que el fenómeno del “sin tiempo” se haya agravado cuando salimos del “entretiempo”, sin embargo, la problemática es bastante más añeja. El fenómeno del “sin tiempo” trabaja incesantemente, como decía, para producir un exceso, un plus. Trabaja, y es muy productivo al hacerlo, para su Patrón: un Superyo voraz que emite órdenes. El espacio es la única salvación, si no contamos con un espacio psíquico no podremos escuchar qué nos ordena el Patrón: si eso tiene sentido, si podría ser de otro modo, si tiene alguna posibilidad de variación, etcétera.
Retomando a Duffourmantelle: “El tiempo nos ha moldeado durante nueve meses sin nosotros, quiero decir sin que hayamos tenido nada que hacer, que decidir ni vencer, nueve meses durante los cuales el tiempo se enrolló alrededor de nuestras fibras, nuestro ser en devenir, nuestra libertad naciente, ni siquiera subjetiva aún... ¿Qué hacer con el tiempo de antes de nuestra historia de sujeto?”[3]. Si el fenómeno del “sin tiempo” deja por fuera al sujeto, aquel sujeto deseante, aquel sujeto al inconsciente, ¿a quién le vamos a preguntar por el deseo? ¿a quién le podríamos solicitar ese espacio psíquico que nos otorgue algún alivio posible?
Florencia González es psicoanalista. Autora de “Lo incierto” (Ed. Paco, 2021).
Notas:
[1]Lacan, J. (2011). El seminario VIII: La transferencia. Ed. Paidós, Bs. As: Argentina.
[2]Dufourmantelle, A. (2021). Elogio del riesgo. Nocturna Editora, Buenos Aires: Argentina.
[3]Ibid.