Médicos, sacerdotes, docentes, psicólogos, actores, conductores, entrenadores, políticos. En cada una de esas profesiones u ocupaciones, se ha descubierto a individuos que siendo los encargados del cuidado de los niños han ejercido abusos sexuales contra ellos.
Estimo que debe ser el delito con mayor amplitud en cuanto a la diversidad de sujetos que lo cometen. Atraviesa nacionalidades, estilos de vida, clases sociales, ideología política, credos religiosos, etc.
En los últimos días han conmovido en los medios de comunicación las denuncias de un joven contra uno o dos conductores de televisión, a los que sindica como autores de abusos sexuales reiterados en su contra, desde que contaba con 14 años. Ese mismo joven fue quien oportunamente efectuó denuncias contra otros sujetos que derivaron en condenas judiciales.
Sin embargo, en esta ocasión, el tiempo transcurrido desde la ocurrencia de los hechos llevó el proceso a no avanzar por la prescripción de la causa.
Tal vez como una manera de obtener alguna sanción contra su ofensor, el joven decidió hacer públicas sus denuncias y los abusos padecidos.
Paralelamente, los investigadores llevaron a cabo procedimientos para detener a varios hombres, acusados de integrar una red de trata de menores.
Diariamente en los organismos receptores de denuncias se multiplican las acusaciones por abuso sexual; la mayoría de ellos, intrafamiliares, pero también son acusados vecinos, profesores, cuidadores, integrantes de las fuerzas de seguridad, etc.
Unos cuantos años atrás, las noches sobre la avenida Santa Fe, Callao, Marcelo T. de Alvear y Scalabrini Ortiz, delimitaban un espacio en el que la prostitución masculina se ejercía en cada una de las esquinas. Eran los famosos “taxi boys”, en su mayoría, jovencitos, muchos de ellos menores de edad, con vestimentas que evidenciaban su escasez de recursos, y que esperaban hacerse de unos pesos a cambio de sexo furtivo. Los consumidores solían ser hombres de todas las edades, que escapaban brevemente de su vida familiar para encontrarse con estos chicos con fines sexuales. Era un clásico verlos pasear a sus perros por las calles oscuras, mirando nerviosamente a su alrededor, con el temor de ser descubiertos.
En general, el perfil de los niños tomados como objetos para la satisfacción sexual abusiva de los adultos, y que son cooptados por las redes de trata, es de niños en condición de vulnerabilidad, con escasa contención familiar, fuera de la escolaridad e iniciados en el consumo de sustancias. Son chicos que si se ausentan de sus casas a nadie le llama demasiado la atención, y sólo se denuncian sus desapariciones cuando pasan varios días sin que regresen. Otros viven en situación de calle, junto a otros niños o adolescentes, “regenteados” por algún adulto a quien deben rendirle cuenta de lo recaudado.
Todos, invariablemente, son víctimas de violencias de diversos tipos: por supuesto, de violencia sexual, pero también de violencia física, verbal y psicológica.
Con escasas posibilidades de salir del tormento en que fueron introducidos, el consumo de drogas se convierte en una forma de evadirse de la realidad insoportable en la que viven.
Pero estos no son los únicos niños víctimas de abusos sexuales: también aquellos que concurren a un casting para ingresar a algún programa de tv exitoso o una obra de teatro, o simplemente los que concurren a una escuela, una iglesia, un club, o cualquier institución en la que quedan expuestos a algún adulto abusador.
Muchos son los relatos de los jóvenes respecto a los abusos en las comisarías: aun cuando la ley prohíbe la permanencia de menores en sedes policiales, en la práctica cuando son detenidos pasan muchas horas en las celdas hasta que se resuelve su situación. En esos contextos, los jóvenes varones sufren todo tipo de violencia y maltrato físico, y las jovencitas suelen ser objeto de abusos sexuales.
Recuerdo particularmente el caso de un joven adolescente que durante su permanencia en la comisaría había sido violado por ocho sujetos, como una forma de hacerlo “escarmentar” por haber sido acusado por su novia de haberla golpeado. Era tal su desmoronamiento psíquico que el joven no podía hacer otra cosa que llorar, y apenas balbucear unas poquísimas palabras que me permitieron saber qué le había ocurrido. Días después, su novia se presentó ante el juez para confesar que lo había acusado falsamente por celos.
Padres que abusan de sus niños también representan un drama reiterado. El padre que encontraba divertido juguetear con el clítoris de su bebé porque la hacía reír a carcajadas; el que frente a las travesuras de su hijo lo penetraba como forma de castigo, o el que accedía carnalmente a su niña “para enseñarle a hacer el amor”.
Podría seguir describiendo situaciones, pero todas confluirían en una misma y dolorosa realidad: la existencia de miles de niños que día a día son tomados por objeto para la satisfacción sexual de adultos con los que habitualmente tienen un vínculo de confianza. En términos de la eficacia traumática, esto constituye el escenario más lesivo para el psiquismo de un niño: el abuso o la violencia ejercidos por quienes debían cuidarlos; esto los deja en un estado de completa indefensión, sin tener a quien recurrir en búsqueda de ayuda, y atormentados por el sentimiento de culpa por un reprimido placer experimentado en tales actos.
Podría también intentar una lectura acerca del presunto “perfil del abusador”. Sin embargo, como he señalado, quienes ejercen estos actos presentan distintas características de personalidad, profesiones, ideologías, lo que los vuelve difícilmente clasificables. Podríamos decir que fijados en una identificación a su madre, algunos de ellos aman al niño como ellos mismos han sido amados, pero perdiendo todo freno inhibitorio que impide que accedan a su cuerpo más allá del trato amoroso. Otros son claramente perversos, y la condición erótica se centra en el control, el dominio, el usufructo, la explotación, el daño o el sufrimiento del cuerpo del niño.
Lamentablemente, el abuso sexual de los niños es un fenómeno que se reitera a lo largo de los tiempos, y cuya única diferencia en la actualidad es que las víctimas comienzan a reconocerse como tales y a develar los tormentos a los que han sido sometidos.
El desafío es poder estar a la altura de esos niños, jóvenes adolescentes, contenerlos y acompañarlos en el proceso que inician al denunciar, y no hacer de ellos nuevas víctimas de abuso, esta vez, de la voracidad mediática.
Andrea Edith Homene es psicoanalista.