El anzuelo de la mentira puede desvelar el alma de los hechos. Los cuentos de Eduardo Álvarez Tuñón pescan verdades profundas desde la periferia de existencias que derraman destellos de dignidad. Un hombre hurga en la basura de la mujer que ama; quiere descubrir su presencia en las huellas que ella deja, ser “el dueño absoluto de lo abandonado”. Un viejo sastre --que hubiera querido ser actor, escritor, dramaturgo-- encuentra la justificación de su vida en su biblioteca con libros en ídish, a la que intenta preservar de la destrucción y el olvido. Una maestra viuda le enseña a su hijo, el único varón en una escuela mixta, que nada produce tanto placer como crear un personaje y otorgarle vida. Un joven convierte una travesura en hábito: formar parte de la claque del teatro Maipo. En Donde la luz se pierde, una coedición de Libros del Zorzal y Edhasa, las tramas destilan un aliento poético que, combinado con una factura narrativa clásica, cautiva a los lectores.
Álvarez Tuñón (Buenos Aires, 1957), hijo del actor de teatro independiente Mirko Álvarez (1925-1961) y sobrino nieto del poeta Raúl González Tuñón, cuenta en la entrevista con Página/12 que el tema de la pérdida, que atraviesa su último libro de cuentos, lo ha convocado siempre, como también el paso del tiempo,“las huellas que dejan los días en todo aquello que alguna vez estuvo cerca de nosotros”, como plantea el narrador de uno de los relatos. “Lo esencialmente humano es la pérdida. Tal vez si no fuéramos humanos, no sentiríamos la pérdida y seríamos dioses a los cuales es posible pensar que nada se les pierde”, advierte el poeta, narrador y ensayista que, como abogado, desarrolló una carrera como juez y fiscal general. “El teatro es una de mis asignaturas pendientes, un poco por la historia de mi padre. Hay escenas teatrales que no tienen que ver con el teatro, como por ejemplo el cuento sobre mi madre, que fue absolutamente real, cuando simulábamos, al llegar a casa, que la maestra no era ella”, confirma el escritor, que es miembro de número de la Academia Argentina de Letras.
-¿La historia de ese cuento, “La maestra y mi madre” es verdadera? ¿Fuiste el único varón entre un montón de mujeres?
-Sí, fui el único varón en una escuela mixta. Mi madre hizo todo lo posible para que la escuela fuera mixta a raíz de la muerte de (John F.) Kennedy; inventó una historia y lo logró. La directora de la escuela era la señora Acuña, el mismo apellido que aparece en el cuento. Y yo fui alumno de mi madre y el único varón en esa escuela que, después, con los años, se transformó en mixta.
El amor que no espera ser amado
“Donde la luz se pierde”, el cuento que da título al libro, sucede en Cartagena de Indias. Álvarez Tuñón viajó a esa ciudad colombiana en enero de 2018 y quedó fascinado con la presencia española. “Vi en Cartagena de Indias una especie de Toledo con la sensualidad del Caribe, y estuve en el Museo de la Inquisición. Me impactó mucho los instrumentos de tortura y sobre todo la biblioteca de los libros censurados porque veía que estaban casi todos los libros de mi propia biblioteca -recuerda el escritor y académico de la lengua-. Se me ocurrió la idea de que un nuevo mundo recién descubierto para un inquisidor español tradicional podría generar nuevos pecados. Así como había un nuevo mundo había nuevos pecados desconocidos para Europa. Me gustó la idea de un inquisidor que viene a buscar nuevos pecados a América”. El autor de las novelas El diablo en los ojos, El desencuentro, Las enviadas del final, La mujer y el espejo y de los cuentos Reyes y mendigos y El tropiezo del tiempo confiesa que otro aspecto que le gustó explorar en su nuevo libro de relatos es cómo se enamoran los jóvenes y los viejos.
-¿Cuál sería la diferencia entre cómo se enamoran los jóvenes y los viejos?
-Los viejos se enamoran con el pasado y se preguntan frente al ser amado dónde estaban ellos en el momento en que ella crecía y descubría el mundo. En cambio los jóvenes se enamoran más con el futuro y se plantean dónde pueden estar con ella. Me gustó analizar la envidia hacia la persona que está con el ser amado, que es una envidia extraña porque envidian a alguien cuya vida no conocen, no saben si es desdichado por otras cosas; quieren ser un hombre que no conocen. Otra cosa que me pareció interesante es ese personaje femenino que no se da cuenta de que es locamente amada por otra persona. Que un ser haya sido amado locamente y no se haya dado cuenta es una forma de pérdida: pasar por la vida sin haber advertido que fuiste el gran amor de la vida de alguien, que es lo que pasa en el primer cuento del libro, “Los despojos de los días”, que es una historia real.
-¿Quién era el que revolvía la basura de la mujer que amaba?
-La historia me la contó un compañero de la secundaria. Él veía en el hecho de revolver la basura una forma de estar con ella; el personaje trata de reconstruir la vida de la mujer que ama en función de la basura que revisa. Alguien puede vivir un amor unilateral sin que el ser amado se de cuenta. Sin acosarla; puede tener los pequeños goces del amor y no su decadencia porque nada lo desgasta y no hay convivencia. Me acuerdo unos versos de un poema de Borges: “el más pródigo amor le fue otorgado/ el amor que no espera ser amado”. Hay una frase de Voltaire a la mujer que amaba: “yo soy el que te debo todo porque yo soy el que ama”.
-¿Hubo polémica con las feministas por “El despojo de los días”?
-Sí. Cuando salió el libro, un grupo de mujeres discutieron si en ese cuento había o no acoso. ¿Cómo se sentiría una mujer si se entera que un hombre le revisa la basura? Eso hizo un amigo; fue un momento de locura, pero después se le pasó y vivió una vida normal. Pero, ¿por qué no verlo como un amor desmedido? Un amor enorme del cual la mujer no se entera. El amor apasionado y loco tiene algo de inocencia; es el verso de Violeta Parra: “solo el amor con su ciencia nos vuelve tan inocentes”. El personaje que revisa la basura, ¿qué mal hizo?
La risa aislada como forma del fracaso
-¿De dónde viene la frase “en la noche del alma son siempre las tres de la mañana” del cuento “Los verbos sagrados”?
-Esa es una frase que anota en una libreta Scott Fitzgerald. Ahí, en ese cuento, un poco fatigado por la exageración que existe del género policial y su veneración, sin perjuicio de que haya grandes escritores, quise hacer una especie de crítica al género con un relato en el que no hubiera un asesino, ni un muerto ni un policía. Se me ocurrió ese personaje que tiene una vida gris y que haciendo un censo de verbos descubre que de todos los verbos que vivió no vivió verbos que son sagrados. Él viajó, firmó un boleto de compraventa, se casó, pero nunca mató. Eso lo saca de la mediocridad, aunque lo lleve al infierno. Él elige a su vez una víctima a la cual la muerte la saca de la mediocridad y en la cual lo único importante que le pasa es que fue asesinada. Fue el primer cuento policial que escribí y creo que va a ser el único porque no me gusta escribir tanto para el asombro.
-¿“Risas y aplausos” es también autobiográfico?
-Sí, a un amigo le dieron una entrada para el teatro Maipo y entramos gratis. Teníamos que aplaudir o reír frente al cartel de “Risas” y “Aplausos”. Y nos daban un sándwich de miga y una coca al terminar. Yo tenía 16 años y era mi posibilidad de escaparme al centro y de vivir un mundo raro que me resultaba muy atractivo, el mundo de los teatros de revista. La persona que nos daba las invitaciones tenía algo de teatral y me dijo una frase muy importante: “ojo con la risa, porque si no funciona bien puede quedar como una burla, como una exageración, una risa aislada puede ser una forma del fracaso; debemos reírnos al unísono y aplaudir al unísono. Un aplauso aislado también es el fracaso del aplauso”. Había una estética y método de la risa y del aplauso de la claque. Y existía la reja, donde dejaban flores los hombres solos que iban al teatro de revista; flores con tarjetas que ninguna vedette leía.
“La historia del sastre también es verdad”, confirma Álvarez Tuñón. El sastre en cuestión de uno de los cuentos decidió donar su biblioteca en ídish a la Amia para evitar que sus libros se perdieran y pudieran ser consultados por otros, pero terminaron destruidos por el coche bomba del atentado que el 18 de julio de 1994 mató a 85 personas. La historia la conoce de primera mano porque el sastre era el padre de un amigo. “Ningún hombre está preparado para sobrevivir a la destrucción de su biblioteca sino para que su biblioteca lo sobreviva. Al poco tiempo de la explosión el sastre se murió de tristeza”, comenta el autor de libros de poesía como El amor, la muerte y lo que llega a las ciudades, La secreta mirada de las estaciones y La ficción de los días.
La vida decantada
-El personaje de uno de los cuentos dice que para su madre maestra no había diferencia entre vivir y actuar. ¿Entre vivir y escribir hay diferencias?
-Escribir es como la decantación de vivir, es la vida decantada. Yo primero vivo y después escribo. No podría escribir sin vivir, no tendría de qué escribir. Y tal vez no podría vivir sin escribir, pero eso me parece más presuntuoso decirlo. Yo escribo sobre lo que vivo; todo es un poco autobiográfico; escribo sobre lo que he conocido y vivido. Hay muy poca ficción pura en lo que escribo; ojo, respeto la ficción pura, pero no es lo mío. El nombre de las memorias de (Gabriel) García Márquez siempre me pareció acertado: Vivir para contarla. Aunque en mi infancia no había diferencia entre vivir y actuar, sí hay diferencias entre vivir y escribir porque yo tengo que vivir para escribir. Y necesito también cierta distancia; hay cuentos que no podría haberlos escrito en el momento en que los estaba viviendo.
-¿La magia de narrar la aprendiste con tu madre?
-Con mi madre, pero también en la escuela porque yo me quedaba solo hasta que mi madre terminaba las planillas y no me iba con los otros chicos. Yo hice de esa especie de desdicha infantil un poder: el poder de describir lo que sólo yo conocía, cómo era la escuela cuando todos se iban; cómo era el atardecer, el anochecer en la escuela.
-¿Qué fue lo primero que escribiste: poemas o cuentos?
-A los quince años empecé a escribir poesía; pero siempre supe que mi destino iba a ser el cuento o la novela. Yo cuido mucho el lenguaje, me interesa escribir en un español cuidado y poético; que la poesía esté presente. La poesía es la profundidad del lenguaje, la belleza. Las historias, aun las trágicas, son poéticas. Siempre traté de que en las sentencias que escribía hubiera un dejo narrativo de poesía. Quería dejar la huella de que el lenguaje no es neutro.
Cautivar al lector
-Al ser hijo de un actor de teatro independiente y sobrino nieto del poeta Raúl González Tuñón, ¿sentías que estabas destinado a lo artístico?
-Sí, además me crié en la biblioteca de mi tía Tita (María Consuelo González Tuñón), la hermana de González Tuñón, que era maestra de una escuela pública. Era una mujer extraordinaria que guió mis primeras lecturas. Y me formó tanto que los escritores que a ella no le gustaban los miro con cierto resquemor. A mi tía no le gusta Henry Miller, tampoco el poeta español Luis Rosales… Federico García Lorca le encantaba porque era republicana y socialista, también le gustaba Benito Pérez Galdós y, sobre todo, Albert Camus. No le gustaba (Vladimir) Nabokov; entonces, por ejemplo, a mi me cuesta que me guste Nabokov. Era fanática de (Marcel) Proust y de (Gustave) Flaubert. A mi tía no le gustaba García Márquez; cuando ella estaba viva, yo lo leía a escondidas. Le cuestionaba la alegría caribeña; a mi tía no le gustaban los escritores de la alegría (risas). A mi tía le gustaba el sentimiento trágico de la vida.
-¿Te hubiera gustado ser actor como tu padre?
-Sí, nunca hice teatro pero todos me dicen que tengo cierto histrionismo actoral cuando cuento. Pero ese me viene de la narrativa. En mi discurso de asunción a la Academia Argentina de Letras, hablo de lo que significa cautivar contando una historia. De eso me di cuenta cuando les contaba a mis compañeros qué pasaba en la escuela cuando no quedaba nadie y descubrí el poder que da eso. Mis estructuras, en general, son clásicas. No escribo fluir de conciencia, no juego con el punto de vista. No incomodo al lector, prefiero cautivarlo. Me parece que con el lector hay que ser más caballeroso; que no tenga que volver atrás porque no entiende y no sepa quién habla. Prefiero ser más afable con el lector. Esto no quiere decir que no admire algunos escritores como (William) Faulkner o el mismo (James) Joyce.
Pasión por el lenguaje
-¿Cómo es tu vida como académico?
-Es un mundo donde siento que aprendo también muchas cosas y donde comparto el respeto a la palabra. Estoy muy cómodo en la Academia; hay pasión por el lenguaje, por la literatura, por la palabra justa.
-La impresión que se tiene respecto a las Academias de la Lengua es que son espacios conservadores, poco propensos a las innovaciones, como puede ser el lenguaje inclusivo.
-A veces la conservación es tan necesaria como la ruptura. Octavio Paz decía que la ruptura se ha transformado en algunos ámbitos en una forma de la tradición. Hay una frase de Borges que a mí siempre me gusta citar: “Todo cambia en el mundo, salvo el teatro de vanguardia”. Hay algo de cierto en eso. Hay momentos para romper y hay momentos para conservar. Lo peligroso es creer en la verdad única y querer imponerla. El idioma no lo crean las academias; viene desde abajo. El lenguaje es una creación colectiva; lo que es riesgoso es querer imponer un lenguaje inclusivo. Yo no uso el lenguaje inclusivo, pero no lo condeno.