Marzo es, en la Argentina, el mes de de la memoria. Agrade a quien agrade, moleste a quien moleste, con el tercer mes del año se reeditan las discusiones sobre la última dictadura cívico militar: su modelo económico, el rol de la Justicia, la cantidad de desaparecidos. También si los derechos humanos, por los que Argentina es reconocida a nivel regional y global, son un curro (Macri lo dijo) o una identidad.
Este marzo, lejos de ser la excepción, fue un marzo recargado. El primer 24 sin la presencia física de Hebe de Bonafini, la muerte reciente (y en libertad) de Pedro Blaquier, el éxito de la película "Argentina, 1985", el número redondo que se avecina de los cuarenta años de democracia, y todo en un contexto de creciente negacionismo y banalización de la dictadura y sus crímenes de lesa humanidad.
Tal vez por la sumatoria de todos esos factores, la respuesta popular desbordó la plaza y las calles aledañasel 24. Fue masiva y contundente, llena de organizados y de sueltos. Una parte importante de la sociedad salió a expresar que, más allá de sus limitaciones, la democracia no es negociable ni cuestionable.
"Nacimos en democracia, queremos morir en democracia", dijo recientemente un estudiante secundario en el Teatro Argentino de Le Plata, en el marco de una jornada sobre educación y derechos humanos.
Con una frase breve, sin proponérselo, este adolescente puso en caja a la concejal de Chacabuco por Juntos por el Cambio Silvia Gorosito (que se burló de los vuelos de la muerte), al candidato a gobernador de Córdoba de esa misma fuerza, Luis Juez ("la democracia no le cambió la vida a la gente") y al jefe político de ambos, Mauricio Macri. Y sintetizó, hasta acá mejor que nadie, lo que se juega en las próximas elecciones de agosto y octubre.
Cada elección es atravesada por un clivaje. Esto es, una pregunta mayúscula que eclipsa a las otras y, como una bisectriz, recorta dos -y solo dos- campos simbólicos, políticos y discursivos. A veces los clivajes pueden construirse, operarse con cierta eficacia. A modo de ejemplo, Cambiemos logró convertir la elección presidencial de 2015 en un partido entre honestos y corruptos y le fue muy bien. En 2019 el clivaje se impuso e irrumpió con la fuerza de una tormenta o una sequía: había que decidir si seguíamos con las políticas económicas neoliberales, una especie de dunga dunga colectivo.
Instalar o reconocer el clivaje es una decisión nodal: el clivaje es la piedra angular de una estrategia electoral. Sin esa sintonía con la sociedad y el conjunto de conversaciones que la conforma, se dan palos de ciego.
El clivaje de este año asoma, lento pero persistente, cada vez más nítido, como las fotos cuando se revelaban en papel. Tras 40 años, el período democrático más largo de su historia, Argentina debe decidir si recontrata con la democracia o no.
De un lado de este clivaje quedan los que defienden la democracia, la vida y la paz irrestrictamente, como valores supremos. Del otro, los que la aceptan a regañadientes, por los que recurren a distintas formas de violencia política, en un arco que va desde la descalificación al intento de magnicidio (no condenado por muchos dirigentes opositores y deliberadamente no investigado por la justicia). De esto hay que hablar.
La democracia no es condición suficiente para comer, curar y educar, pero sí es necesaria. Sin ella estaremos aún más lejos de tan nobles metas.
Es innegable que la Argentina tiene serios problemas económicos. Pero habrá que mostrarle a la sociedad, mientras se resuelven los problemas más acuciantes sin ignorarlos, que el gran quiebre, en materia de deuda, desempleo, desindustrialización y pobreza, se produjo a partir de 1976. Y que la "solución" que proponen hoy los muy prósperos hijos y nietos de los socios civiles de los genocidas es hacer lo mismo pero más rápido.