Con el río Paraná de fondo, en una tarde agradable en el parque España, se realizó ayer un conmovedor homenaje al periodista Gerardo Rozín –cuyos inicios fueron en Rosario/12- a un año de su muerte. Una escultura ideada por la secretaría de Cultura de la ciudad, montada en Salta y avenida del Huerto, simboliza los anteojos de Rozín mirando al río marrón.

La cita fue a las 18, en un punto del parque España, donde se dieron cita familiares de Rozín –sus compañeras, sus dos hijos, entre otros-, el intendente Pablo Javkin, la presidenta del Concejo Municipal, María Eugenia Schmuck, el secretario de Cultura municipal, Dante Taparelli, los periodistas de Rosario/12, Pablo Feldman, Horacio Vargas y Leo Ricciardino, el colega y amigo entrañable de Rozín , Reynaldo Sietecase, la directora del Centro Cultural Parque de España, Fernanda González Cortiñas, la cantante Sandra Corizzo, entre otros.

La escultura inaugurada por los hijos de Rozín contiene una frase televisiva del homenajeado -gracias por venir, gracias por estar”- y un símbolo con sus anteojos mirando al río Paraná.

Javkin contó que el parque España era uno de los lugares predilectos de Gerardo, con el que se conocían desde los tiempos de la escuela secundaria compartida en el Superior de Comercio.  Corizzo, otra gran amiga del periodista, lo homenajeó con su voz

El cierre estuvo a cargo de Sietecase, quien recordó la amistad forjada “en el exilio” porteño. El periodista, quien también se formara en la redacción de Rosario/12, leyó un poema de Facundo Marull. Este es un fragmento leido por Sietecase:

Ya no sabría dónde volver con mi mal humor
ni en qué sitio dejar la moto;
ya no tengo ni una silla en Rosario,
ni perro que me ladre,
ni el umbral de una puerta para sentarme a lamentarlo.
Ya no existe el hombre que odié
y que me odiara;
ni la esquina, ni el farol, ni la pared
que me amaba.

Ya nadie me envía una carta, ni recorre los almacenes buscándome, ni me espera con la boca pintada, ni lamenta haberme conocido. Ya no recuerdo qué tranvía pasaba por el túnel de Sunchales, ni la casa de Arroyito, ni a Katouchka, ni el perfume de su cama, ni en qué balde enfriaba el vino, ni qué mentiras dije junto a su cuello hace tantos años que ni recuerdo; ya no recuerdo si hablé para decirle aquello que era mi propósito decirle (que he olvidado) cuando la encontré con la flor anaranjada en lo cabellos, o no lo dije. Ya no recuerdo en qué lugar dejé mi alma para descansar de ella, pero debe estar en Rosario, al abrigo de mis tonterías. Ya no recuerdo mis poemas, ya no recuerdo mis penas.

Habrá llovido mucho en mi ausencia y en las alfombras que se olvidan en el patio,
habrán colgado nuevos luminosos, habrán nacido generaciones de poetas, de talabarteros, de chiquilines sin porvenir que juegan en la misma calle donde solía caer borracho junto al árbol que abrazaba y a veces veló mi sueño y ahora sobrevive a la pena de nuestra separación; en el Rosedal del parque habrá muerto más de una monja
más de un cisne más de un suspiro; las pequeñas que me creían un tío bueno se habrán cansado hace tiempo de esperar, de sus críos (que llaman tío a otros) y del marido.

Habré abandonado la memoria de mis antiguos amigos (una tarde salió Sender del Paraná como si fuera un náufrago o un experto y, con el agua hasta los tobillos, levantó la mano igual que Zeus en el momento de ordenar: “Basta de guerra en Troya” —pero era un saludo de amigo, de amigo del amigo un poco más que pobre, tal vez un poco más que un poco más que pobre, aunque yo tenía en Rosario la casa que ya no tengo).

Habré abandonado las intenciones de mis amigas (porque a veces tenía una muchacha —como ahora— y a veces no tenía una muchacha) y el rencor del hombre que me odiaba y murió y se fue; (ya debe andar lejos si ha llegado a donde se lo deseara)
habré perdido mi acento de Rosario
y mi sitio en todas las partes,
y el mismo tiempo que habría perdido en mi casa de Rosario, que ya no tengo, con cualquier muchacha de allá o la que tengo;

(perdí bodas de amigas y funerales de amigos, mitines y altercados de matrimonios de los que era allegado,perdí una noche entera con B. a punto de perderme) habré perdido mi corazón si aquellas muchachas
no han sido cuidadosas con él.

Pude volver, pero no he vuelto;
pude haber muerto
y no volver, pude ganar una fortuna y no volver;
o enamorarme
o perder la razón
(que puedo perder) y no volver;
hasta pude decidirme a partir
y partir,
y haber partido
a partir del mismo Rosario cuando partí sin llevar mis cosas porque tenía allá la casa que ya no tengo y porque ignoraba que partía al partir;

puedo no volver pero

el viento que aúlla en las esquinas llorándome perdido y el barrilete que instaura su osadía en el azul del cielo y la pequeña que deshoja una flor silvestre y el rapaz que apedrea una vidriera y el pájaro de la plaza Pringles, están poblados de mi ausencia.
Esa ausencia es como si yo hubiera regresado,como si estuviera de vuelta en cada rincón donde dejé un poco de amor.

Cuando lo haya perdido todo regresaré.
Quiero decir ya no volveré a mi casa de Rosario que no tengo, ni al corazón de sus muchachas, ni a la casa de los amigos que me olvidan; miraré desde el insomnio de las estatuas a los nietos de sus hijos y al bisnieto del hombre que me odiaba, comentando el infortunio de los poetas de Rosario.