Los abriles para el pueblo argentino comienzan, desde hace poco más de 40 años, con un hondo recuerdo imborrable. Una guerra que marcó generaciones enteras, ya sea por vivirlo en carne propia, o por los sentimientos y sensaciones contradictorias que se fueron generando con el correr de los años.
Malvinas durante largo tiempo fue tema tabú para muchas organizaciones sociales y políticas que, con el comienzo del periodo democrático dejando atrás la última y más sangrienta dictadura militar, veían en aquel recuerdo y reclamo, un posible retroceso en políticas de memoria y juzgamiento hacia las cúpulas militares.
Sin embargo, el tiempo comenzó a poner sobre la mesa diferentes matices vinculados a los jóvenes soldados que fueron obligados a combatir en una guerra sin sentido, que solo se explica como un manotazo de ahogado de la cúpula militar y un último intento por perpetuarse en el poder.
Estos matices fueron problematizándose, entendiendo que aquellos pibes que fueron a guerra eran en su mayoría victimas del mismo sistema que los excluía, provenientes de familias humildes y precarizadas, del interior profundo del país y, en gran proporción, de pueblos originarios.
La historia de la familia Vilca Condorí, originaria de Orán, en el norte de la provincia de Salta, es un testimonio claro de aquello, y Anastacio, uno de los tres hermanos enviados al conflicto, lo relata en primera persona.
El origen
“Los Naranjos es una gran zona que tiene otros lugares pequeños, son relieves distintos. Es decir, dentro de Los Naranjos tenemos microclimas: una parte alta donde en el verano es fresco, y en el invierno es más frío y ventoso; una parte media que es el Queñual, que se presta también a lo intermedio dentro del otoño y la primavera; y la parte baja, que sería El Naranjo propiamente dicho, que es la zona boscosa donde el clima es templado en pleno invierno”, comienza su relato Anastacio Vilca Condorí, quien describe con minuciosidad, su terruño natal y el de su familia.
“La forma de vida en Los Naranjos es particular, sus habitantes pernoctan en forma nómade, esa es la vida que uno ha tenido en la infancia. Y en esa transhumancia interna hay que llevarse todo o parte de lo elemental: la ropa, los comestibles, los animales domésticos que son para la supervivencia de cada familia. Esa es la vida de mi infancia”.
Los hermanos Vilca Condorí se criaron en este paisaje transhumante, como familia de campesinos nómades. “Mientras vivíamos en Los Naranjos teníamos una relación de mucho compañerismo entre hermanos, no solamente por los caminos que nos tocó recorrer a través de los kilómetros que nos separaban todos los días para llegar a la escuela, cruzando ríos o pasando por lugares agrestes... era una mancomunación, un compañerismo y un hermanamiento total. Pero también, después de la escuela, en las vacaciones, nos encontrábamos con los trabajos cotidianos, en el hogar, cierto trabajo cotidiano que era una rutina para nosotros como niños”.
Anastacio remarca que nunca pensó en el destino Malvinas, sin embargo, los meses anteriores al comienzo del conflicto, recuerda que habían tenido fuertes entrenamientos bastante fuera de lo común, “eran ejercitaciones muy fuertes, los más veteranos decían que nunca antes habían tenido ejercicios tan completos y tan exigentes, entonces algo pasaba y nos hacía sospechar, algún ruido había, pero nadie se imaginaba que se podía hacer la toma de las Islas de esa manera”.
Para 1981 Anastacio tenía la información de que su hermano menor, Mario, y el mayor, Juan Bautista, estaban destinados al buque ARA General Belgrano, y aunque el intentó sumarse también a la embarcación, su destino fue el Bahía Paraíso, que será destinado como “buque hospital” en el conflicto bélico.
Los pueblos originarios en el frente
La vinculación de los pueblos originarios y su participación en el conflicto de Malvinas, es una tópico que recién en el ultimo tiempo se puso en el centro del debate y comenzó a visibilizarse, tarea que impulsaron excombatientes como Anastacio Vilca Condorí. “Me tocó ver cantidad de heridos en el buque, estar con los ellos, verlos, mirarlos, distinguirlos, y pensaba 'la mayoría somos de acá, la mayoría somos de piel morena’”.
“Cuando volvemos de las Islas nos encontrarnos con la vuelta de la democracia, y encontrarnos también grupos, en mi caso abogados del pueblo kolla, que tenían totalmente asumida su identidad. Entonces ahí tomamos conciencia de que Los Naranjos era una comunidad originaria, si bien lo sabíamos por el rasgo distintivo cultural, era muy difícil el tema de auto reconocerse, porque era muy fuerte la cuestión de que veníamos de Italia o España, o de cualquier país, pero nunca se decía nada de los pueblos originarios”, comenta Anastacio relatando el fuerte proceso de revinculación iniciado al regreso a tierra.
“La mayoría de los excombatientes son originarios”, afirma categóricamente el nativo de Los Naranjos y acota: “Ahora el tema, así como me pasó a mí, es que nos enseñaron a negar la identidad, y todos negábamos esa la identidad. Con solo hablar del tema, te rechazaban, ‘sos un indio de miércoles’, o de pronto escuchar ‘no hay más indios en la Argentina’, casi a diario recibíamos ese mensaje, inclusive los mismos profesores que decían ‘Gracias a Dios en Argentina ya no hay más indios, desaparecieron’, eso lo escuchábamos muchísimo, pero la piel te demuestra otra cosa. Hay un proceso que se llama transculturación, y eso impactó mucho en diferentes personas y en uno mismo, porque en la escuela te enseñaban que no eras originario”.
Aquel encuentro cara a cara con sus compatriotas mientras los curaba en el Bahía Paraíso, sumado al proceso de revinculación con sus orígenes ancestrales al regreso de las Islas, pudo generar en Anastacio y muchos otros, la certeza de la gran cantidad de jóvenes combatientes de pueblos originarios que habían sido destinados a las Islas.
El recuerdo de su hermano Mario
Resulta imposible hablar de la historia de los Vilca Condorí sin traer la memoria de Mario, el menor de ellos, que con 16 años fue destinado al Crucero Belgrano y nunca regresó. Su historia, rodeada de diversos matices vinculados a la irracionalidad de la guerra, caló hondo en el imaginario colectivo, y por supuesto sobre todo en su familia.
De aquel dolor no pudieron reponerse fácilmente sus familiares, en especial sus padres. “Después de lo que sucedió con Mario, se quebró la familia. A partir de su muerte se produjo un dolor desgarrador, una incomprensió,n al no poder entender por qué le había pasado a él siendo tan joven, y sobre todo mi mamá y mi papá nunca pudieron comprender porqué a tres hermanos sin piedad, los mandaron a la guerra. Esto costó la salud de mi mamá, que muere muy cerca del final de la guerra, y mi papá quedó mal, psicológicamente afectado, le costó mucho recuperarse y se fue de este mundo sin que el Estado le explique el porqué de que a tres de sus hijos los hayan mandado a la guerra. Nunca lo pudo comprender, y al dolor por perder un hijo, se sumó la muerte de mi madre”.
Mario fue uno de los 323 soldados argentinos que dejaron su vida en Malvinas, y también fue uno de los tantos cuyo cuerpo no pudo ser recuperado tras el hundimiento del Crucero Belgrano. “A él lo estuvimos esperando largos 4, 5 años, preguntando por todos lados, esperando ver noticias internacionales que digan que por ahí pudo haber sido socorrido en algún lado, y que aparezcan noticias sobre su cuerpo. Pensamos que quizás lo habían tomado prisionero y después lo pudieron devolver... fueron muchas hipótesis, muchas suposiciones que de alguna manera sirvieron para contener el dolor, porque no hubo sosiego”.
A 41 años del inicio del conflicto en el Atlántico Sur, las heridas no cierran, no cicatrizan aún, no encuentran consuelo en los hogares que perdieron hijos, hermanos, padres o amigos, como tampoco cicatriza la incomprensión de una guerra que desde un primer momento fue totalmente asimétrica, en un reclamo totalmente legítimo.
Aquella guerra que tuvo combatientes muy jóvenes en sus filas como carne de cañón y moneda de cambio para una dictadura en decadencia, tuvo también el grueso de pibes de la Argentina profunda, de la tierra ancestral, del territorio y la sangre originaria, que dejaron su vida por una patria que muchas veces les da la espalda.