El reto más duro que impone la cultura popular estadounidense es el llamado “comeback”: el regreso contra todos los pronósticos. Desde el boxeador George Foreman, con su vuelta al ring en 1987, hasta Mickey Rourke, mediante su memorable actuación en The Wrestler, lo dejaron en evidencia. Incluso, Ernest Hemingway lo graficó en su novela El viejo y el mar a través de Santiago, su protagonista. Si bien la semblanza de Fito Páez le es ajena al gran público norteamericano, lo que el artista experimenta en este momento se ajusta a esa situación de hazaña, a pesar de que nunca dejó de hacer recitales ni discos. Ni siquiera para él estaba entre sus planes inmediatos volver a presentarse en un estadio, tal como lo encarnó en la noche del sábado en cancha de Vélez.
Lo cierto es que mientras en la pandemia preparaba una trilogía discográfica que daba cuenta una vez más de su infatigable ejercicio compositivo y de su deseo de ponerse a prueba constantemente, el pasado de Fito empezó a cobrar fuerza. Como nunca antes. Será por su agudo sentido de la contemporaneidad, lo que se refleja en buena parte de su caudaloso repertorio, a lo que además hay que añadir su deseo de dejar una marca registrada propia en cada una de sus etapas. Otra realidad a tomar en consideración es que, a falta de un Flaco, de un Cerati o de un García en actividad en esta época, la historia se encargó de darle a él la imperiosa bendición de comandar la continuidad de la tradición cancionera del rock argentino. Y ese legado ya se puede reconocer en proyectos como Conociendo Rusia o el tándem mendocino Alejo y Valentín, quienes estuvieron entre las 35 mil personas que asistieron a la primera de las fechas del músico rosarino en el barrio de Liniers.
Un rasgo adicional que distingue a Páez, tanto en el pasado como en este presente, es su fuerza de voluntad para el trajín. Al menos en la Argentina, pocas veces se vio que un artista parido en la cultura pop a atreva a sostener a lo largo de un año una misma serie de actuaciones. Como si no bastara con los ocho Movistar Arena que protagonizó en 2022 y un tour mundial, para celebrar las tres décadas de su disco El amor después del amor, el músico y compositor en medio de ese raid empapeló la vía pública porteña anunciando el apéndice del aniversario con un show en Vélez. Que de pronto fueron dos (repite el domingo 2), desatando de esta manera una nueva gira nacional y foránea. Esto, precedido por su inclusión en festivales veraniegos, el lanzamiento de un libro de memorias (Infancia y juventud), y una flamante reversión de El amor después del amor, además de una serie sobre su vida y obra que estrenará Netflix el 26 de abril, titulada igual que el disco.
Como preludio del recital que estaba por suceder en el José Almafitani, los alrededores del estadio se encontraban empapelados con el anuncio del biopic y los rostros de sus protagonistas. Una vez adentro del recinto, esto tomó profundidad, forma, movimiento y palabras cuando en las pantallas apostadas a lo ancho del escenario, a manera de abrebocas del desenlace, se proyectó el tráiler de la serie. De la secuencia, y sin ánimo se espoilear, se desprende un pasaje en el que el Charly García de la era de Yendo de la cama al living advierte, mientras mira la TV, que “el narigón lo estaba copiando”. Algunas décadas más tarde, ese narigón dejó en evidencia que es un artista que supo hacer de la gentrificación del ADN y de la herencia cultural una fórmula lúdica y moderna para expandir ya no el rock ni el pop, sino la música popular latinoamericana hacia lugares que nunca imaginó que podía llegar. Ahí cerquita de lo que construyó y constituyó Caetano Veloso.
Sin embargo, a Fito aún le gusta el glam del rock. Por eso, en vez de mostrarse de la forma tradicional, secundando a su banda y mientras sonaba de fondo esas bases a lo Soul II Soul del inicio del tema “El amor después del amor”, el icono decidió aparecer por el costado derecho del escenario. Con la luz del seguidor apuntándolo y la pantalla de fondo bombeando carmesí. Entonces, ataviado con ese traje victoriano cuyo violeta parecía invocar al Nazareno de San Pablo, empezó a caminar y a reconocer a su gente. Al ritmo ralentizado y góspel de la canción que le dio nombre al disco que estaba celebrando. “Treinta años no es nada. Buenos Aires, va a ser una noche inolvidable”, advirtió el músico, al mismo tiempo que nacía la versión power pop de “Dos días en la vida”. Ya en el tercer tema apareció la primera invitada de la velada, Nathy Peluso, para alternar voces en una reversión a medio camino del R&B y del pop electrónico de “La Verónica”.
Después de saludar a Juanse, quien literalmente en ubicaba en primera fila, Fito puso en pausa El amor después del amor para tocar su himno “11 y 6”. Si bien en los Movistar Arena primero repasó el disco, tal cual como manda el track list, para más tarde revisitar el resto de su obra (lo mismo hizo, por ejemplo, cuando festejó los 30 años de Giros), en este caso fue mechando ese repertorio con varias etapas de su obra. Acto seguido invocó “Naturaleza sangre”, cuyo cierre dio la sensación de que aludía al tema de la serie Peter Gunn, y luego invitó a Fabiana Cantilo para hacer una canción que le dedicó: “Te aliviará”. Una vez que ella se despidió, arrancó “Tráfico por Katamandú”. Ahí vino la primera arenga del público para con el artista, a lo que este respondió con un “No me hagan emocionar”. Pero no pudo evadir esa sensación a lo largo de las dos horas y media que duró el show.
“Algo tienen estos años que me hacen poner así”, cantó a continuación en “Pétalo de sal”, como para representar el instante, apoyado por esos sintetizadores cósmicos. Si en la canción “Los años salvajes” se animó al spoken word, en “Yo vengo a ofrecer mi corazón” Fito cantó a capella frente a todo el estadio. Aunque en otras ocasiones lo intentó, esa noche estaba tan inspirado que le salió hermoso. Y, además, de un sólo tirón. No fue la única polaroid memorable, pues al toque sacó a relucir su amor por el funk con un fabuloso popurrí que comenzó con “Sólo los chicos” y terminó con “Yo te amé en Nicaragua”, picoteando en el medio “Tercer mundo” y “Nada más preciado". Y empujando hacia el groove a “Gente sin swing”: todo un oxímoron. Tanto como la aparición del invitado menos esperado, el cumbiero Mala Fama, con el que compartió “Ey, You”. A esa canción le siguieron “Confiá”, “Fue amor” y la canción dedicada a su hija, “Margarita”.
Para adobar la circunstancia recitalera, Fito recurrió al espectáculo performático en el tema “Circo Beat”, recreando sobre el escenario la tapa del disco con caños que sugerían la situación circense y payaso incluido. Resulta que el clown era otro invitado: Alejo Llanes, del grupo Alejo y Valentín. Si eso fue la oda a la brillantez, la invitación a David Lebón fue la postal para la memorabilia del rock argentino. Juntos hicieron una versión con sabor blusero de “A rodar mi vida”, con la que despidieron el repertorio de El amor después del amor. El músico rosarino ya había hecho “Tumbas de la gloria”, “La rueda mágica” y “Brillante sobre el mic”. También hizo “Ciudad de pobres corazones”, aunque estuvo un tris de la sobredosis de rock. El momento inesperado sucedió en el bis, con el mash up entre “Boys Don’t Cry”, de The Cure, y Cable a tierra”. La apoteosis, finalmente, llegó de la mano de “Y dale alegría a mi corazón”, con el público dejando el resto. Luego de la fiesta y los papelitos ya no quedaba espacio para tanta emoción.