El escenario en general ofrece sólo incertidumbre, porque la política parece no tener respuestas. Pero también es seguro que, al repasar los hechos más destacados de la política, resulta muy difícil registrar alguna novedad.
Puede haber información agregada, y en el mejor de los casos con detalles interesantes. Pero ocurren acerca de noticias ya conocidas por cualquiera que no viva en un frasco.
¿Cuál es la novedad de un índice de pobreza aumentado, en la población económicamente activa, que alcanza a 18,1 millones de habitantes?
¿Cuál es la novedad de que prácticamente se mantuvo e incluso bajó una décima la cifra de indigentes, respecto del segundo semestre del año pasado, gracias al asistencialismo estatal que tanto inconsciente quisiera borrar de un plumazo?
¿Cuál es la novedad de que crece la economía y baja el desempleo mientras hay cada vez más pobres, de la mano de una aceleración inflacionaria casi descontrolada?
¿Cuál es la novedad de que, lejísimos de la pauta del Gobierno, las empresas productoras de alimentos e insumos de la canasta básica (Ledesma, Arcor, Milkaut, Mondelez, las harineras, su ruta) presentan listas de aumentos de entre 25 y 40 por ciento, cuando esas mismas empresas acordaron un porcentual regulado, voluntario, del 3,2?
¿Cuál es la novedad de que el Estado no tiene la menor idea de cómo ser efectivo en la guía y supervisión de lo que pasa por fuera de los hipermercados; en los barrios, en los chinos, en los comercios de la otra cuadra, donde se concentra alrededor del 60 por ciento del consumo de las clases media y baja?
¿Y dónde está la novedad de que se bajó Macri, quien disfrazó de generoso renunciamiento patriótico lo obvio de una impopularidad que ya lo sacó de la cancha electoral hace rato?
¿Y dónde estará la novedad de que Cristina no será candidata a absolutamente nada, excepto que produzca el hecho personal, inédito e insólito, de desmentirse?
¿Y qué tiene de novedoso que el Presidente salió de reunirse con Biden mentando que hablaron de los legados recibidos, la portación libre de armas (???) o lo imperioso de la paz en Europa, cuando apenas interesa si el Fondo Monetario, que es Estados Unidos, apuesta a evitar un incendio argentino; o todo lo contrario, para que Wall Street y las multinacionales se hagan un festín comprando las empresas de un país en remate (por lo visto, con la aprobación de relajar las metas exigidas durante unos meses y aprobar otro “desembolso”, sería lo primero; que gracias si consiste en dejar la soga al cuello, sin apretarla ahora mismo)?
¿Y qué tiene de novedoso que el propio vasco De Mendiguren, secretario de Industria y Desarrollo Productivo, haya admitido que el Gobierno lleva adelante “una pelea minuto a minuto para evitar una devaluación brusca” (declaraciones en AM 750, el miércoles pasado)?
La economía es la madre, el padre y la familia completa de la principal o única de todas las batallas, si estamos hablando del piso de tácticas y estrategias electorales del oficialismo antes de que en agosto y octubre pueda sufrir una catástrofe.
Y antes aún, si hablamos de las preocupaciones y sufrimientos populares.
Señalado con todo respeto por la trascendencia que portan y lamentando profundamente que sea así, temas como el lawfare; la putrefacción judicial; la persecución en particular contra CFK; la andanada de operetas de los medios de comunicación dominantes, y la pretensión de restituir una ley de Medios extraordinaria en su espíritu y letra democratizadores, pero tecnológicamente anquilosada; los intereses geopolíticos que se juegan en cada acción de este Gobierno, al que si algo no puede reclamársele es carecer de búsqueda de equilibrio en materia de relaciones internacionales… le importan a una ínfima minoría de la sociedad. E “ínfima” es un adjetivo generoso.
Con una inflación en el ciento por ciento anual; sin crédito de virtualmente ninguna naturaleza para la gente del común; acorralado el país por esa tenaza siniestra del Fondo Monetario que desde el primer momento se supo objeto de renegociación, cuantas veces fuera menester; asfixiadas las reservas monetarias entre la herencia macrista, la pandemia, la guerra y ahora la sequía (más, por cierto, todas las impericias y ausencia de voluntad que se quieran o deban adjudicar a la coalición gobernante): o pasa algo positivo con la economía, siquiera en lo gestual de la política, o la economía se llevará puesto al Gobierno sin que pueda impedirlo Fernández alguno; ni conejo de la galera de los que van agotándosele a Massa; ni algún “tapado” de candidato, sobre el que se especula en estas horas; ni alguna fórmula convenida entre “kirchneristas duros”, “kirchneristas moderados” y “peronistas” anti K, o federales, o provinciales, o provincianos, o “blancos”, o lo que fuere.
Ahora bien. ¿Eso con qué fuerza política se hace?
La pregunta debiera ser suficiente por sí sola, sin necesidad de remarcarla. Pero sucede que, en sentido exactamente inverso a sus chances de respuesta concreta, sobran los poetas del facilismo.
Son los capaces de arreglar las cosas mediante unas varias oraciones inflamadas, del tipo de aplicación de la Ley de Abastecimiento en un santiamén, con una fortaleza del Estado que no se sabe ejecutivamente con quiénes se implementaría ni, menos que menos, con cuál aguante popular al primer obstáculo de falta de productos básicos como sucedáneo del volumen extorsivo de las corporaciones productoras.
Entonces, y resumiendo en una forma simple que pretende no ser simplota, ¿le queda al Gobierno y a su adelgazado Frente alguna posibilidad o probabilidad que no sea Cristina ratificando lo que ya comunicó con todas las letras y énfasis adecuados; el Presidente avisando su decisión de bajarse y presentándose como el garante de la unidad, para eludir el síndrome del pato rengo; la interna resolviéndose en las PASO, a través una fórmula de tirios y troyanos que ofrezca un horizonte de la economía con tales y cuales medidas que generen una expectativa de seguridad, acerca de para dónde se quiere ir (lo que Mario Wainfeld definió este domingo como “una interna de coroneles”)?
Una cosa es que todavía quede tiempo formal para decidirse y otra diferente, o derecho viejo distinta, es que la oposición sigue acomodando sus melones mientras el Gobierno, o el Frente, o lo que quede de ambos, exhibe una imagen patética entre si será Massa renunciado a ministro para ir a Presidente, corregida una inflación delirante, y Kicillof en La Provincia (esto último, lo único segurísimo aunque en política nunca debería decirse algo de este tipo); o si será Scioli en nombre del “albertismo” con un K acompañante, o un K acompañado de “moderación”.
Lo más probable, sólo según los antecedentes peronistas en las últimas elecciones presidenciales, es que a la cabeza vaya un “moderado” y en segundo lugar “un combativo”.
Pero algo hay que mostrar y, dicen, será resuelto en las próximas semanas.
Algo que muestre que están todos verdaderamente frenteados en que la ruta es ésta, caído el acuerdo con el Fondo; en que se convoca a movilizar en respaldo de tales y cuales disposiciones de emergencia, que incluirán lo macro pero, además, o a la cabeza, medidas de defensa y producción en la economía de cercanía, del uso de la tierra, de aprovechamiento y respaldo en los actores sociales justamente movilizadores.
Podrá ser una utopía modesta. Pero pinta como la exclusiva, o la preferente, mientras algunos siguen jugando al testimonialismo contestatario que no resuelve nunca nada.
Dicho sea de paso, ¿el ejercicio “físico” de la política se terminó?
Que la oposición cambiemita (no la de Milei, cuidado) solamente se exprese mediante las redes… es comprensible y estaría dándole réditos. Su público no aspira a más.
Pero, aunque sea hacia futuro de corto plazo una vez que defina sus nombres, ¿el peronismo y sus vertientes progres no piensan volver a la calle? ¿Todo ya es por tuit o instagrameando? ¿Se acabó soñar con el contacto cara a cara y codo a codo? ¿Se acabaron las consignas movilizadoras para recuperar cierta esperanza confrontativa?
¿En serio piensan ganar sin reintroducir alguna mística creíble?