En el marco de La Noche de las Ideas, actividad de carácter internacional que incluyó a diez ciudades argentinas –entre ellas Rafaela, Rosario, Santa Fe y Venado Tuerto–, los ministerios de Gobierno y de Cultura de Santa Fe hicieron posible una serie de actividades gratuitas entre el jueves y viernes pasado; entre ellas figuró la proyección en Galpón 15 del documental Nuestros cuerpos son sus campos de batalla (Nos corps sont vos champs de bataille, 2021) de la directora francesa Isabelle Solas, quien acompañó la proyección junto al realizador local Héctor Molina y Mariano Espinosa, director provincial de Promoción de Derechos para la Igualdad.
Nuestros cuerpos son sus campos de batalla retrata al colectivo travesti-trans argentino, por el cual la realizadora se siente conmovida y movilizada. El film está disponible en Mubi, y encuentra su voz en el abordaje grupal, donde sobresalen las voces de Violeta Alegre, antropóloga y docente; y Claudia Vásquez Haro, presidenta de la asociación civil Otrans. A partir de ellas y con ellas, la película narra vivencias y delinea un contexto (transcurre en 2019), en el cual no faltan matices y contradicciones, conquistas y carencias.
“Cuando comencé, en Francia había un movimiento tremendo de derecha, que no quería dejar pasar la ley por el matrimonio igualitario. Había marchas en todas las calles de Francia, los medios hablaban mucho de eso, y sentí que había algo un poco podrido. Fue en ese momento cuando amigos argentinos me dijeron sobre lo que pasaba en Argentina, justo cuando estaba iniciando lo de Ni Una Menos. Yo estaba con muchas ganas de involucrarme en el feminismo, leyendo a Judith Butler, Paul Preciado, y me di cuenta de que en Argentina había una energía que se podía tomar para para pensar la lucha de manera distinta”, refiere Solas a Rosario/12.
“Vine aquí una primera vez a investigar, y rápidamente conocí a Claudia (Vásquez Haro), quien me invitó a una reunión de su organización y me di cuenta de cómo se pensaban las cuestiones de la lucha para los derechos de la comunidad trans. Lo que descubrí también eran otras cuestiones, como el problema con el barrio, debido a la zona donde las chicas iban a prostituirse, además de ser perseguidas por la policía y el gobierno de la ciudad. Referir distintas luchas me pareció muy interesante, por cómo las chicas se pensaban políticamente. Todo eso me dio muchas ganas de hacer algo. Justo conocí a Lohana Berkins y un poco más sobre la historia de esta lucha, que viene de los años ‘90 en Argentina. Cuando regresé a Francia me puse a escribir un guion. Como cineasta me interesaba cómo ellas hablan de política pero desde el corazón; a diferencia de lo que ocurre en Francia, donde todo es más frío y racional, acá se hablaba de amor, de lo que ahora llamamos sororidad, una palabra que no existía mucho en los discursos feministas en Francia. Sentí que tenía que conocer nuevas herramientas para pensar el feminismo, y con ellas tuve el deseo de hacerlo”, continúa.
-La película expresa cercanía y afecto con las protagonistas, ¿cómo fue ese proceso de trabajo?
-No fue tan fácil, había que ganar confianza; tampoco quería hacer un retrato personal o de heroínas, quería una película coral, que hablara del colectivo y de la fuerza que tiene. A la vez, era complicado, porque adentro del colectivo hay diferencias. De alguna manera, eso es algo que la película cuenta pero sin decirlo; yo traté de contar la historia de manera positiva, diciendo que hay una complementariedad entre distintas maneras de hacer política, entre la más partidaria y la más anarco. No se llevan tan bien las dos, eso se puede adivinar, pero no es ésa la historia de la película.
-Pienso en el momento de la clase o encuentro de Marlene Wayar, en donde una persona cuenta que fue violada y se emociona por el cariño que recibe; el abrazo con Marlene es una belleza.
-Esa era la meta, pensar la película de manera colectiva pero también desde la intimidad. Haciendo lo que hace, Marlene está transformando al mundo; me llamó la atención y también al público, es por eso que la película viaja.
-¿Cuáles fueron tus decisiones formales en cuanto a cómo narrar?
-Por un lado estaban los movimientos sociales, las asambleas, pero es algo que deje rápidamente. No me iba a pasar todo el día con la cámara en mano, siguiéndolas. Lo que hice fueron entrevistas muy largas, que sabía que no iba a usar. A partir de allí surgió un texto, algo así como la biblia (risas) que íbamos a desarrollar juntas. De esta manera, yo proponía por ejemplo que se hablara de la primera historia de amor, pero junto al ex novio. Pautábamos cuándo y cómo hacerlo, a la manera de una ficción. De este modo estábamos todas tranquilas, porque yo me sentía en un lugar justo y ellas podían también controlar lo que querían decir de sí mismas. Yo hago cine para esto, para ver cómo la gente se pone en escena y cuenta su historia delante de la cámara. Fue una mezcla de improvisación y de mensajes e historias que sabíamos que queríamos decir.
-¿Y cómo fue la respuesta del público francés?
-Hice un montón de proyecciones en Francia, también con organizaciones de militancia trans, y el efecto es positivo, la gente sale con algo de alegría, porque vieron una película que les comunica cariño, algo que en los ámbitos queer de Francia no existe mucho. Lo toman como diciendo: “Mirá, podríamos pensarnos de esta manera”.