Una pistola encapuchada con un escarpín no es un símbolo de paz. Alguien explicó que la imagen que por estas horas inunda la cartelería pública de la ciudad, pretende emular un movimiento por el cual el pueblo portugués terminó con cuarenta años de dictadura. La expresión masiva de los ciudadanos incluyó a una camarera que le dio un manojo de claveles a un soldado, quien a su vez lo colocó en su cañón y sus compañeros en sus fusiles, dejando claro que no querían disparar. Fue en 1974.

Casi 50 años después alguien intenta comparar el gesto espontáneo de aquellos hombres y mujeres con una campaña publicitaria para recoger votos. La foto muestra un revólver enfundado en un zapatito de lana tejido para un recién nacido. Scarpin es el apellido del candidato que utiliza el dolor de una ciudad y sus niños muertos para imponer su nombre.

Hay otros nombres que quedan banalizados en ese spot publicitario de mal gusto: Elena, Auriazul, Ciro, Candelaria. Son sólo algun@s niños y niñas que tenían menos de 6 años cuando fueron asesinados por armas de fuego en 2022.

A Candelaria la sorprendió una bala perdida en Nochebuena. Elena, Ciro y Auriazul fueron ejecutados por sicarios narcos que atacaron a sus familias. Más del 80 por ciento de los crímenes en Rosario están vinculados a las economías delictivas. “Menos balas, más escarpines”, no es una expresión espontánea nacida de un pueblo devastado por la violencia que ataca a sus pequeños en los barrios más vulnerables.

La expresión espontánea más reciente de un barrio rosarino ante la violencia armada, ante la muerte de uno de sus pibes, Máximo Jerez, de 11 años, se dio el pasado lunes 6 de marzo. A mazazos demolieron la casa de un “transa” que vendía droga. El transa y su familia eran lo más cercano, lo más a mano que tenían las y los vecinos para descargar la ira y la impotencia contra el narcotráfico que desde hace más de una década mata a personas de todas las edades, en especial jóvenes, en Empalme Graneros. Pero también se reinventa con extorsiones, usurpaciones, balaceras, amenazas a escuelas.

La estructura edilicia de la casa demolida, daba cuenta de que esos narcocriminales son el último eslabón de la venta de estupefacientes. Mientras se siga la ruta de la droga, y no la del dinero que se lava en coquetos edificios y autos importados, el combate será una simulación. Dotar de herramientas al Poder Judicial para realizar ese combate es una deuda histórica de los legisladores.

Pero vaya paradoja: el autor del polémico spot es un senador nacional que la semana pasada impidió el nombramiento de nuevos jueces y fiscales federales para dar pelea al narcotráfico en Rosario. Un problema gravísimo que estalla ante una justicia federal “raquítica”, con graves impedimentos para perseguir a las bandas narco que operan en los territorios, comandadas por líderes que habitan cárceles de “máxima seguridad”.

Deuda que sigue en pie. Lo doloroso no solamente es la falta de coherencia de alguien que quiere mostrarse preocupado por la violencia narco mientras impide que el Poder Judicial tenga los recursos humanos necesarios para investigar. Lo más cruel es que para imponer su nombre recurra al dolor más agudo, que vuelva banal la sangre inocente en beneficio de sí mismo. Que alguien le diga que esa forma de transitar la política es imperdonable.