Abanderada de la tragedia y el glamour, del romance, la belleza y la destrucción, enviada de los 50’ y los 60’, poeta maldita, estudiosa del cine, la literatura y la cultura pop, reencarnación de Sylvia Plath y Nancy Sinatra, criada en Nueva York, consagrada pero siempre por fuera del mainstream. Lana Del Rey, una de las artistas más enigmáticas y más bastardeadas de su generación, acaba de lanzar lo que probablemente sea el álbum más híbrido de su carrera: Did you know that there's a tunnel under Ocean Blvd.
Es su octavo álbum de estudio, y el tercero junto al productor estrella Jack Antonoff. El primero en el que trabajaron juntos, Norman Fucking Rockwell (2019), fue un disco folk-pop en el que el declive del sueño americano y la nostalgia setentosa hicieron de escenario principal para una Lana madura, estoica, ya lejos del clima primaveral que caracterizó a su anterior entrega, Lust For Life (2017) . NFR fue nominado a dos categorías del Grammy –premios de los que ella siempre renegó por lo mucho que habían ignorado su obra– que le dieron el reconocimiento que sabía que se merecía como compositora.
Aunque nunca haya accedido al mainstream a lo largo de su extensa carrera, es reconocida como una influencia fuerte y una precursora para cantantes jóvenes que hicieron de la tristeza femenina un modo de narrar, como Billie Elish y Olivia Rodrigo. Taylor Swift la nombra como una de las mejores artistas musicales de la historia y, en una entrevista, la mítica Courtney Love sostuvo que “Lana Del Rey y Kurt Cobain son los dos únicos verdaderos genios musicales” que conoció en su vida.
Ocean Blvd nos muestra una Lana introspectiva que, a sus 37 años, reflexiona sobre su linaje familiar, la fama, la cultura y la vida espiritual. En los primeros trece tracks del álbum predomina el piano, el gospel, esa faceta más acústica que oímos en sus últimas dos entregas (Chemtrails Over The Country Club y Blue Banisters, ambos lanzados en 2021). En sus letras, como si fueran confesiones, susurra secretos sobre los deseos y las frustraciones de su vida adulta. Pero también aparecen recuerdos de Elizabeth Grant, la mujer más allá del personaje de Lana Del Rey: Fingertip, por ejemplo, evoca sus quince años, la época en la que fue enviada a un internado por el alcoholismo que había desarrollado a tan temprana edad, y el intento de suicidio que vino después.
Cerca del final del disco experimenta con sonidos más actuales como el trap. Más precisamente a partir de Fishtail, donde casi por primera vez en su discografía (Tulsa Jesus Freak, por ejemplo, es una excepción) Lana juega con el autotune. La canción empieza en un tono folk y más adelante introduce un beat metálico sobre el que canta: “No soy tan inteligente, pero tengo cosas que decir”. Le sigue Peppers, una colaboración con la rapera Tommy Genesis (cabe mencionarlo: es el primer tema con el que Lana nos va a hacer bailar en mucho tiempo), y cierra el álbum con Taco Truck x VB, que culmina con una reversión de Venice Bitch, una de las canciones que más se destacaron en Norman Fucking Rockwell. La elección de colocar a esa tríada de tracks con sonidos más actuales en la última sección del álbum difícilmente sea casual. Parece un guiño a las detractoras de la Lana actual, “melódica y aburrida”, y ruegan que vuelva a los sonidos poperos de sus primeros años.
Un consuelo para las chicas tristes
Su álbum debut, Born To Die (2012), moldeó para siempre las mentes de las chicas (y, claro, los gays) adolescentes que creciamos en los rincones de Tumblr. Una heroína salida de El Gran Gatsby, una estrella de Hollywood que, a pesar de tenerlo todo, no encuentra la felicidad, los vestidos de fiesta, las drogas, las lágrimas y el glamour en conjunción con lo más white trash de Estados Unidos, los juegos de billar en la ruta, las motos, y un factor crucial para la construcción de Lana Del Rey como personaje: su gusto por los hombres mayores.
Pero mientras se inauguraba una nueva era para el pop alternativo (con el surgimiento de otras artistas como Marina And The Diamonds) y las niñas tristes descubriamos una religión, la crítica internacional se dedicaba a destrozar “el personaje de Lana del Rey”. En lugar de entender su álbum como una propuesta casi literaria (“Life imitates art” es una de las frases de cabecera de Born To Die), se ponía en cuestión la autenticidad de su personaje y de las historias que narraba. Las críticas apuntaban a su manera de mostrarse sexualmente, la forma en que hablaba de la tristeza, de los hombres y del dinero. Fue tan acusada de “glorificar el abuso” que desapareció del ojo público hasta que, dos años después, volvió a aparecer con Ultraviolence (2014). Un disco melodramático más inclinado a las baladas, una oda al ostracismo como consecuencia de la fama. Ultraviolence, además, redoblaba la apuesta: una de sus líneas más icónicas es “me pegaste y se sintió como un beso”.
No importa cuánta teoria feminista hubiéramos leído, las adolescentes del 2000 también nos sentíamos atraídas al peligro, nos metíamos en casas oscuras y en relaciones violentas, estábamos en conflicto con la feminidad y con el peso de nuestra propia época. A mis quince años no necesitaba declaraciones panfletarias sobre el empoderamiento femenino, necesitaba saber que no era la única que confundía el sufrimiento y el placer. Necesitaba que alguien me dijera que era cierto: nada podía resultar tan oscuro y hermoso a la vez como ser una chica adolescente. Y Lana Del Rey se convirtió en una especie de madre que nos consolaba con su voz dulce y no nos juzgaba.
No te pedimos feminismo
Hace dos años, en plena cuarentena, Lana volvió a revivir la polémica sobre las temáticas de su obra. Publicó un texto en su instagram que despertó infinitas discusiones sobre el rol de las mujeres en la industria de la música. Decía que, ahora que cantantes como Doja Cat, Ariana Grande o Nicki Minaj podian llegan al top 1 con canciones de música urbana sobre tener sexo, ella deberia poder volver a explorar líricamente las temáticas de su propia feminidad sin ser crucificada. Dos argumentos centrales movieron las críticas: por un lado, el hecho de que no se asumiera feminista en sus declaraciones; por el otro, el que hubiera usado como ejemplo a una mayoría de cantantes latinas y negras para hacer su comparación (vale decir, de todas formas, que las artistas nombradas eran las más populares al momento de escribir ese texto)
Hay una vocación literaria, y también hay una idea de usar sus álbums como tesis sobre la cultura, sobre sus perspectivas del mundo: Blue Banisters, uno de los dos discos que lanzó en 2021, es, según ella, una respuesta a todas las críticas sociales que ha recibido a lo largo de su carrera. Dice que es un álbum defensivo, explicativo, y que por eso decidió no promocionarlo. Se limitó a “dejarlo ahí” por si alguien sentía curiosidad por entenderla.
¿Importa que Lana Del Rey se asuma feminista? Parece más interesante oír lo que tiene para decir, más allá de los prejuicios: “Tiene que haber un lugar en el feminismo para las mujeres que se ven y se comportan como yo: las mujeres que, cuando decimos “no”, los hombres escuchan sí, las que somos menospreciadas por nuestra forma de ser delicada, el tipo de mujeres cuyas historias y sus voces son silenciadas por mujeres más fuertes o por hombres que odian a las mujeres”.
La mala víctima
A&W (las siglas hacen referencia a “American Whore”) es el single con el que, el último 14 de febrero –el día de San Valentín–, anticipó el lanzamiento de Ocean Blvd. La canción, que dura siete minutos, revive los viejos dilemas de la historia de Lana. ¿Cómo se convierte una en una trola americana? Irónica, graciosa y salvaje, la letra empieza recordando su niñez y la relación inestable con su madre, para pasar a hablar del uso del sexo como sublimación del dolor, de su figura de la mala víctima, de la misoginia dirigida hacia ella durante toda su carrera. Alrededor del minuto cuatro, la balada se transforma: el piano y los arreglos de cuerdas se alejan para dar paso a una Lana ácida que rapea con sentido del humor sobre una base trapera hipnótica y le avisa a su interlocutor “tu mamá me llamó, le dije que la estás cagando”.
Lana conoce el peso de su universo simbólico, de su linaje de sad girls y gays devotos, de las críticas de género que siempre van a perseguir su discografía. Más allá de los clichés, Did you know that there's a tunnel under Ocean Blvd recupera todos estos elementos y los fusiona en una suerte de ópera prima. En sus redes sociales, vemos a una mujer que maneja una camioneta, que toma Starbucks vestida de camisa, jean y botas texanas. Es la misma que se convertía en una heroína trágica de Hollywood, en una hippie perdida en Woodstock, en una chica que bailaba por dinero y viajaba con motoqueros por las rutas de Estados Unidos, en una diosa con corona de flores que aseguraba que nacemos para morir. Hoy en día, Lana Del Rey es consciente del mito que encarna y se muestra más mundana que nunca a la vez.