¿Cuánto vale tu emoción?

Fue el cartel que le llamó la atención a mi amigo que cuidaba los autos del estacionamiento, en una visita que se decía cultural y gratuita pero costosísima.

Se trataba de colaborar o hacerte sentir culpable por no hacerlo, al leer ese letrero.

Eso suponía que vos le ponías un precio, en moneda, a tu emoción y dejabas el ticket tácito del Dios marketing.

Eso, automáticamente me teletransportó a una anécdota imborrable cuando descubrí que no hace falta tener dinero para que tu emoción y agradecimiento sea eterno.

Sucedió una noche oscura bajo el cielo del Gran Buenos Aires. No funcionaba el timbre en la gomería, que atendía las 24 horas, sobre la avenida 3 de Febrero.

Era madrugada, y desesperado de la furia me puse en modo invisible con el ciclomotor de 50 centímetros cúbicos de cilindrada. Se había pinchado la rueda trasera y para emparcharla, era necesario sacar la cadena.

La emoción me jugaba en contra, por esa soledad en plena noche y sin una moneda. El recurso virtual fue llamar al gomero que se había quedado dormido.

Mirando a los costados y golpeando las manos, como si estuviera en el carnaval carioca del casamiento de mi prima armenia, logré una calma en el cuerpo.

Finalmente salió un tipo en musculosa ballenera y gritó: “Nene, el pálido aplauso te va a marear. Siempre estuve atrás tuyo y no me viste”.

Señalando la cortina metálica, y más despierto que nunca, como si hubiera recibido el premio Oscar al gomero de Clint Eastwood en Hollywood, me miró fijo con la expresión melancólica de los años 70 y expresó:

“Desde el cierre de tantos galpones de San Martín y Caseros soy intolerante a los nuevos ricos que dejan de usar el timbre para usar el portero eléctrico”. Dijo, con la mayor expresión de resistencia política.

Creo que esa noche me dio un mensaje alentador, porque todo se resolvió y pude volver con la rueda emparchada y un amigo nuevo.

En esos días de juventud libre sin presiones, con los modelos de éxito que iban a instalarse luego en los ´90, comprendí que el dinero es un concepto virtual. Y lo es desde los tiempos de la biblioteca de Alejandría hasta hoy en día.

Por eso la criptomoneda viene a dar un aire de reflexión. En alianza con aquella anécdota de una emoción llena de agujeros, y emparchada con un gesto que emerge del cordón de la vereda para los problemas de barrio.

Tal vez el recurso sagrado de la magia no está contemplado como una moneda. De todos modos no hay dudas que es la verdadera novedad en las transformaciones para el comercio de la epopeya digital.

Hablar de esa riqueza es entrar en el campo del misterio, un espacio fundamental para generar la esperanza en la emoción, que da el dinero virtual.

En cambio, el dinero real es conseguir las cosas para llevar esta vida a lugares de supuesto placer.

Sucede que en la larga caminata del dinero y sus encantos, desde los pueblos antiguos la moneda de la magia logra todo sin riqueza impuesta. Sería el valor de la abundancia natural conectada con el universo.

De ahí se desprende: “el que solo piensa en dinero durante su vida será el más pobre”.

Pensarse etéreo y virtual calma la angustia de este tiempo y no obstante podemos permanecer en el consumo hacia un goce casi extinguido ya.

Remover todo ese caudal de decepciones por los acontecimientos de la tecnología y sus velocidades nos deja una ventana a la moneda salvadora.

Entonces, darle armonía a lo violento del dinero es la batalla poética que todo espíritu urbano sufre. Poder sobrevivir entre lo que uno logra y lo que le gustaría tener.

El dilema es un hecho en tiempos de criptomonedas: Lo seguro y estable es virtual y lo imaginario es verdad.

Aquel gomero parecía inconsistente porque no tenía una certeza bien comunicada para la tecnología. Sin embargo dio certezas y soluciones a lo que la necesidad imperiosamente pedía a gritos; resolver algo que solo se hace con dinero.

Esto me hace pensar que la moneda virtual es magia de otros tiempos que cobra vida con la tecnología.

En síntesis; el dinero nunca fue algo físico sino cuestión de energía. Una presión que se mueve según los campos magnéticos.

De ahí el verso más grande del siglo XX: La figura del “economista” como un salva tutti que sabe lo que sucederá con esa energía intangible.

Por eso cuando escucho voces sobre la crisis y sus circunstancias en algún momento oscuro, pongo mucha más atención en la intuición del gomero y las presiones de aire, que en los gurús de despacho.

Creo que la magia de los momentos oscuros puede viralizar indigencia y enriquecer una emoción seca que va atrás de la vida sin entusiasmo. Por ello, todo depende de que cara encuentres cuando necesites una moneda de la magia, para enfrentar los desniveles de tu emoción.