Los comedores populares están atravesando tiempos muy complicados. “En diciembre hacíamos 12 ollas, pero hoy preparamos 15. Cada olla que sumamos son 200 viandas más. Y te aseguro que no sobra nada, no queda ni un plato de comida para tirar”, cuenta Eder Paniagua en el comedor que el MTE tiene en Constitución. Aunque todavía son las once de la mañana, afuera, en la vereda, ya empiezan a formarse dos filas. Una de personas en situación de calle, que necesitan llevarse la comida en una bandejita y con cubiertos. En la segunda esperan los que llegan con un táper desde su casa. En estos días aparece, además, un tercer tipo de asistente, menos visible: “personas que no vienen a pedir una vianda, sino que se ofrecen para hacer cualquier trabajo y lo que quieren es llevarse un bolsón de alimentos que los ayude en su casa. Es decir, que no están acostumbrados a venir ”.

Que los comedores sigan a tope es reflejo de la paradoja de estos tiempos en los que el crecimiento económico y la baja de la desocupación --hoy en 6,3%--, no llega a mejorar las condiciones de los sectores populares, que en general acceden a trabajos informales. Todo el esfuerzo por sostener la vida se lo lleva el aumento de los precios de los alimentos, que hoy lima los ingresos laborales, sean una changa o un salario, y que ha dejado también muy atrasados los montos de las prestaciones sociales como la AUH y la Tarjeta Alimentar.

Cuando la tarjeta fue creada, en diciembre de 2019, sumándola a la AUH alcanzaba a cubrir el 80 por ciento de la canasta alimentaria --el cálculo toma el caso de una mujer con un hijo, un tipo de hogar muy frecuente entre los asistentes a los comedores--. En febrero de este año, en cambio, el mismo combo de AUH + Tarjeta Alimentar alcanzó sólo para comprar el 55 por ciento de la canasta alimentaria. Es decir, llega a cubrir la mitad de lo que se necesita para superar la línea de indigencia.

El aumento en la Asignación por Hijo está atado a la fórmula para calcular la Movilidad Jubilatoria, y la Tarjeta Alimentar es actualizada según el criterio del Ministerio de Desarrollo Social, por lo que depende mucho más de lo que habilite a gastar el ministerio de Economía, que viene recortando en general el gasto de todo el Programa Alimentario, por ejemplo enviando menos recursos a los comedores.

También está reducido el poder de compra del Potenciar Trabajo. En diciembre de 2019 superaba la línea de indigencia --siempre tomando el caso de una madre y un hijo, el hogar monoparental--, es decir que cobrando este salario social complementario podía adquirirse una canasta alimentaria completa. Pero a febrero pasado, en cambio, un Potenciar sólo alcanzó para cubrir el 80 por ciento de la misma canasta.

Ingresos

El barrio de Constitución tiene muchos comedores. Muy cercano al del MTE, en la plaza España, el Sindicato de Camioneros también distribuye viandas. Este mediodía unas cincuenta personas se acomodan bajo la sombra para almorzar; algunos son cartoneros que están de paso y hacen un alto en su jornada, muchos otros son vecinos en dificultades por los precios de los alquileres.

“Un táper más y se termina!”, avisará el encargado del reparto cuando en la cola quedan todavía unas quince personas. La fila demora unos segundos en desarmarse, duda un poco pero se dispersa, extrañamente, sin quejas. Hay otros lugares donde recurrir.

El encargado de la olla cuenta que la semana pasada la comida que trajeron alcanzó e incluso llevaron parte a otra plaza; pero cuando se acerca fin de mes la situación cambia.

¿Qué tipo de ingresos tienen las personas que dependen de los comedores populares? A primera vista, en las colas del comedor del MTE hay lo previsible, pobreza crónica, desocupación. “Ni siquiera sé cuánto cuestan las cosas”, responderá uno de los entrevistados.

Luego hay mucho trabajador de la economía popular no organizada. Un carrero que trabaja solo, por ejemplo, sin ser parte de una cooperativa, cuenta que en un día ganar “300 0 500 gambas”. También hay personas que se la rebuscan con un oficio –albañiles, pintores, artesanos--.

Juan es cortador en el rubro textil. Cuenta que esta misma mañana estuvo trabajando como ayudante en la mesa de corte. “Entré a las 8, salí a las 12 y me pagaron 2 mil pesos, 500 por hora. Tengo que volver pasado mañana, tengo trabajo según cómo vayan las ventas”, indica.

Comprarse un almuerzo le llevaría la mitad de lo que ganó y por eso viene al comedor. Gasta además 15 mil por el alquiler mensual de una pieza, chiquita y sin baño.

Luego asisten a los comedores trabajadores organizados de la economía popular, por ejemplo que lograron armar cooperativas y están un poquito mejor en cuanto a ingresos, pero que siguen necesitando ese apoyo. Llegan muy justo a fin de mes, entonces llevarse una vianda les funciona como un recurso importante.

Lo contará desde el barrio El Porvenir, en La Matanza, Mario Corvalán. “En casa tenemos tres chicos que comen en la escuela al mediodía y para la cena pasamos por el comedor a buscar la vianda. Eso te salva un montón, porque una comida para nosotros cinco significa gastar dos mil o tres mil pesos. El comedor es fundamental en ese sentido”.

Mario trabaja de lunes a viernes, de 8 a 17, en una cooperativa creada por la Corriente Clasista y Combativa, donde gana 70 mil pesos mensuales. En su casa también ingresa dinero del trabajo de su pareja, que hace una contraprestación de 4 horas por el Potenciar Trabajo y percibe además la AUH y la Tarjeta Alimentar: son otros 70 mil. Es decir, entre los dos superan la línea de indigencia de una pareja con tres hijos, que está $84.600 pesos, pero no llegan a superar la línea de pobreza, para lo que necesitarían 186 mil pesos.

Aún trabajando ambos, --y los dos figuran como trabajadores ocupados para el Indec y destinan una cantidad de horas que no son pocas al trabajo-- no se pueden dar el lujo de dejar el comedor.

“Mis chicos comen al mediodía en la escuela y para la noche contamos con la cena”, agrega Mario, que cree que “entre las organizaciones sociales y la escuela tenemos un país con una contención social zarpada. Eso es lo que está haciendo que no haya mayores protestas”.

Palo enjabonado

¿Hay clase media o trabajadores con empleo en blanco en los comedores? En la recorrida no aparece ninguno. Los responsables de los comedores mencionan algunos casos de trabajadores con salario, como empleadas de locales de venta de ropa en ferias del tipo La Salada, pero en general la impresión es que el perfil de quienes se acercan a los comedores no parece haberse ampliado tanto. El cambio, sí, es que se trata de personas que están trabajando más --mucho--, pero sin poder mejorar sus condiciones de vida. Suben un palo enjabonado

El mercado hace puré los ingresos de esta amplia franja de trabajadores informales, pero el Estado también hace su parte, con políticas que le bajan el valor a su esfuerzo. Ese el caso de Beatriz, que acude al comedor del Frente de Organizaciones en Lucha, sobre la calle 15 de noviembre: trabaja en un jardín de infantes comunitario creado por su movimiento, dando un servicio que debería proveer el Estado. Su tarea es la que haría cualquier empleada en una guardería, pero su paga es la de un plan de empleo: la mitad del Salario Mínimo, que permanece pisado, en parte por una decisión de achicar el gasto en planes sociales, ya que se actualizan según suba el SMVM.

En la misma situación están las trabajadoras y trabajadores de los propios comedores, en los que algunos tienen el escaso reconocimiento de un salario social complementario y otros trabajan sin otra retribución que un bolsón de alimentos. El caso no sorprende, pero debería ser considerado como notable. La desvinculación entre el esfuerzo y la paga es ejercida desde los mismos gobiernos que ponen los insumos para los comedores, reconociendo que la persistencia de la crisis alimentaria como un problema que no cede.