Desde Barcelona

UNO En una reciente entrevista, Paul McCartney se refirió al cómo y por qué de su apodo, de Macca: "Soy de Liverpool y en Liverpool abrevian todo. McCartney es demasiado formal y se convierte en ''Hey, Macca', Harrison en Hassa o Lennon en Lenni o Starkey en Starr... Abrevian todo, es por eso. Macca no es más que una derivación sintética de McCartney". Pero Rodríguez lo lee (y lo escucha con ese acento de provinciano universal para siempre) y piensa que la cosa es así y tampoco es tan así. La verdad no es que sea otra; pero lo que explica Paul McCartney en esa entrevista está lejos de ser toda la verdad. Porque, como suelen serlo las verdades, es una verdad parcial y no del todo objetiva. Es decir: en esa entrevista Paul McCartney (y Paul y Macca) no miente pero tampoco confiesa.

Porque para Rodríguez, el asunto es otro y es mucho más complejo y revisita aquello del to be or not to be. Porque por un lado está Paul y por el otro está Macca. Para Rodríguez Paul es El Beatle, mientras que Macca es El Que Fue Beatle. Y, aunque haya pedido tantas veces un déjalo ser, lo cierto es que no puede dejar de serlo. En estas cuestiones (que es La Cuestión) el let it be no le funciona. Macca siempre será Paul y Paul nunca dejará en paz a Macca. Y, sí, Macca es una derivación; pero no de McCartney y sí de Paul. Y no es sintética: Macca es el atormentado que no puede dejar de pensar (ni conseguir que los demás dejen de pensar) en Paul. Y quien lleva más de medio siglo intentando, por favor, que los demás se dirijan a él como a ese McCartney al que él no puede parar de dirigirse: porque si alguna vez se detiene, será y volverá a ser ese Macca que --ya a finales de los años '60s-- se pregunta una y otra vez cómo dejar de ser Paul.

DOS Ahora --y más o menos desde mediados de los años 80s.-- el hombre mortal parece haber hecho las paces con el ídolo inmortal. Y se lo oye y ve --en el largo y sinuoso camino a sus propios 80 y pico-- bastante satisfecho con quien fue y con quien sigue siendo. Pero a Rodríguez no lo engaña. Y de tanto en tanto, aquí y allá, vuelve a asomar su cabeza y voz y letra y música el viejo dilema de quien --por propia e ingeniosa confesión-- afirma que "fui Beatle por unos diez años y, desde que se separaron, llevo más de medio siglo siendo fan de los Beatles". Y es interesante eso, piensa Rodríguez: ese "se separaron" en lugar de un "nos separamos". El extraño caso del Dr. Paul y Mr. Macca. O viceversa. Y, sí, con el paso de las décadas (y superado hace rato el obligatorio encantamiento de John Lennon como poster adolescente) lo cierto es que y para Rodríguez el más interesante de todos es Paul, es Macca. Y en los últimos tiempos --coincidiendo con los obligatorios fastos octogenarios-- Rodríguez no ha dejado de buscarlo y de encontrarlo: en el Get Back de Peter Jackson, en esas conversaciones con Rick Rubin en Netflix, en su contundente The Lyrics: 1956 to the Present. Pero Rodríguez nunca tembló y disfrutó tanto del dilema Paul/Macca como en el reciente y monumental The McCartney Legacy: Volume 1 / 1969-1973 de los casi psicópatas perseguidores Allan Kozzin y Adrian Sinclair. Y, sí, Rodríguez ya había leído varias biografías de McCartney (la un tanto demoledora de Howard Sounes, la muy autorizada casi autobiografía de Miles), pero nunca se había cruzado con nada como esto: 700 páginas dedicadas exclusivamente al período en el que Paul y Macca peor se llevaban pero más convivieron.

TRES Ya se sabe: la caída del Imperio Apple y el "The End" cruzando Abbey Road. Fatiga de materiales, no puñaladas pero sí dardos por la espalda, las chicas/esposas revoloteando en sesiones de grabación, las malas decisiones financieras, las drogas más duras, los primeros discos solistas/separatistas (el conflictivo McCartney), los abogados y los representantes, la pelea por acordar quién anuncia primero que el sueño terminó... Y Hassa y Lenni y Starr pasándola muy bien y teniendo éxito por las suyas, mientras que el incontrolable controlador Macca llora a solas el fin de "su banda" y cada single/álbum que saca es destruido por la prensa (como el entoces lapidado y hoy admirado Ram) llegando a afirmar que tal vez sea cierto después de todo eso de que Paul murió y fue reemplazado por un doble. Y Kozzin y Sinclair no dejan oscuro rincón sin iluminar o piedra sin levantar. Y el retrato de McCartney entonces (y del análisis al detalle de todas y cada una de sus sesiones de grabación) es tan fascinante como perturbador, tan cariñoso como implacable, sin por eso privarse de data que Rodríguez no conocía ("Back in the U.S.S.R. " fue originalmente escrita para una especial televisivo de la modelo Twiggy en Moscú que finalmente nunca se hizo). Y, claro, Kozzin aclara que mientras McCartney es muy generoso con la prensa suele cerrarse herméticamente apenas se entera de que hay un biógrafo en la sala. Pero, claro, hay más que abundante archivo y, además, conversar con un biografiable no significa otra cosa que escuchar su versión del asunto que, por lo general, no suele coincidir con los hechos y son más bien (des)hechos. De ahí que resulte mucho mejor y más sabroso y nutritivo que el primer volumen (se presupone que la totalidad del monstruo abarcará entre cinco y seis tomos) de The McCartney Legacy sea producto de bestial documentación. Y que retrate sin anestesia y a corazón abierto a un tipo que de pronto se encuentra auto-exilado en una granja escocesa flotando en humo de marihuana y vaciando náufragas botellas de bourbon sin mensaje a la espera de ser rescatado de las tormentas de su propio mito; mientras Lennon se convierte en héroe utopista llamando a imaginar un mundo perfecto y, a la vez, no deja de vomitar sobre su viejo socio en cuanto micrófono que le acercan.

CUATRO Después, enseguida, la demencial idea de "volver a empezar desde abajo" y formar Wings (incluyendo a la no demasiado talentosa pero sí muy compañera en las buenas y en las malas Linda) y salir de gira en una van y, con vestuario poco inspirado, tocar por sorpresa en campus universitarios a cambio de monedas. Y el despotismo ilustrado/avaro de quien se sabe muy por encima de sus explotables y manipulables nuevos músicos (y no deja de añorar la inspiradora competitividad con aquellos otros tres de casting insuperable). Y, por fin, en las últimas páginas, la redención artística y triunfal y aún más multimillonaria con Band on the Run y una seguidilla de inteligentes/tontas canciones de amor. Lo que no impide que nuestro héroe siga luchando contra su propia percepción de un "Él: Paul McCartney súper-estrella del rock" y de un "Yo: El tipo verdadero y padre de familia".

CINCO El volumen 2 --coming soon, finales del 2024-- llegará hasta 1980. Y, claro, ahí estará ese "Coming Up" que sacó a Lennon de su letargo cuando la escuchó y lo devolvió a los estudios de grabación y una noche... Entonces, de nuevo, otro momento complicado para Macca & Paul.

 

El epígrafe de entrada a The McCartney Legacy es del propio Paul/Macca y admite: "Soy muy bueno a la hora de olvidarme de quién soy". Pues bueno: aquí tiene la oportunidad perfecta para que el autor de "Yesterday" se acuerde de todo y del todo cuando lo único que deseaba era un tomorrow y --como se sabe, como cantó alguien-- por entonces ese tomorrow era un tomorrow never knows.