Como queda claro por los tuits de los candidatos opositores, llamados a su juego porque cuando aparecen temas de seguridad huelen batalla, el escenario electoral tiñe y teñirá cada hecho resonante de aquí a octubre. Tan fuerte es ese color, ese tono, que hasta resulta difícil encontrar un terreno común de pelea. El hecho principal es distinto según quién lo mire.
Para Sergio Berni el hecho principal es la golpiza. Incluso sectores del oficialismo llegaron a presentar los sucesos que se iniciaron con el asesinato del colectivero Daniel Barrientos, en la madrugada del lunes, como un intento de linchamiento del ministro de Seguridad.
Para el PRO no hay duda posible: el peronismo sería una coalición de desaprensivos que no quieren gobernar, y que por eso desdeñan las cuestiones de seguridad. Porque no les importa la vida. En este caso, la vida de quienes viven en el conurbano bonaerense. La mayoría de los candidatos sabe hacer daño donde duele. Diego Santilli, Joaquín de la Torre, Patricia Bullrich y Cristian Ritondo provienen del tronco peronista. De allí fueron desgajándose en distintas épocas y por distintos motivos.
Quedan aparte de todo análisis la familia y los amigos del colectivero de 65 años. No llegó a jubilarse porque fue asesinado de un balazo en el pecho mientras hacía su recorrido en la línea 620 en Virrey del Pino, una zona de La Matanza profunda. Los veteranos en temas de seguridad tienen una premisa básica: en casos de asesinato la familia y los amigos siempre tienen razón. “Y no es la razón de los locos”, dijo un exsecretario de Estado que pidió reserva de su identidad. “Tienen razón porque en ese momento de dolor o bronca ninguna palabra puede calmarlos”. Más aún: “Se trata de la vida, no de un objeto más o un objeto menos, y lo digo de esta manera no porque minimice el impacto de un robo sino porque nada puede compararse con la pérdida de una vida”.
Siguiendo este hilo de razonamiento, no queda claro para un abanico de consultados (jueces, fiscales, funcionarios y ex funcionarios) por qué un hombre con experiencia como Berni fue hasta la General Paz cuando ya estaban reunidos muchos afiliados de la Unión Tranviarios Automotor, el gremio de los choferes de pasajeros.
“Sergio siempre dice que hay que dar la cara”, dijo a este diario alguien que lo aprecia. “Pero en este caso no era conveniente porque agregaría, como pasó, elementos de confusión innecesarios”.
Si la respuesta al porqué de la presencia de Berni se refiere a que el ministro se trasladó hasta la concentración para disolver un piquete, tampoco las cosas quedan del todo prístinas. No era un piquete inorgánico, y probablemente no duraría mucho tiempo por la pertenencia de casi todos a un sindicato. El “casi” no es aleatorio: llevará tiempo conocer la razón de todas las presencias.
Otro enigma a responder es por qué adentrarse en un territorio manejado por la Policía de la Ciudad, que hace mucho tiempo se ganó el mérito suficiente para ostentar el apodo de “Maldita” que Carlos Dutil y Ricardo Ragendorfer le colocaron a la Bonaerense. El salvaje escudazo contra una persona es el último eslabón, pero no sale de un patrón de conducta que incluye el asesinato del joven futbolista Lucas González en plena calle cerca de la villa 21-24 y la muerte de un hombre en la zona de Congreso por una patada policial. Buscó neutralizarlo, según el asesino, pero fue tan fuerte que le hizo dar la cabeza contra el piso.
Más allá de toda mirada, y aun de toda carga política, un ministro de Seguridad herido es una noticia aquí y en cualquier parte del mundo. Es un hecho rarísimo. Y es un hecho tan fuerte que impide analizar con tranquilidad qué sucede con los homicidios en la Argentina.
Otra vez: la sociología del delito no es una tarea que le corresponda a ninguna víctima. Tampoco a ningún familiar de una víctima. Pero sí al resto. Funcionarios o dirigentes políticos. Y periodistas.
El homicidio, se sabe, es uno de los dos hechos que producen una estadística nítida. El otro es el robo de autos. No hay homicidio que no se registre, ni robo de auto que no se denuncie. En cambio, salvo que las empresas de telefonía lo tengan tipificado, es imposible hacer una estadística del robo más común de esta época, el de celulares. La enorme mayoría no denuncia el delito. Y, de paso, es casi el único objeto pasible de robo en una zona como Virrey del Pino. No hay joyas en danza, ni relojes caros, ni dinero en el bolsillo. El objeto a reducir para obtener dinero es el celular, un artefacto común a casi toda la población. Un artefacto que cuesta reponer para cualquiera, y sobre todo para un trabajador informal o mal pago del segundo o tercer cordón del Gran Buenos Aires.
Si se pregunta a cualquier persona, sobre todo en el Conurbano, si los homicidios aumentaron o bajaron en los últimos diez años de su vida, seguramente contestará que aumentaron. Según los especialistas, esa respuesta suele estar influida por el bombardeo de los grandes medios (un hecho delictivo repetido hasta el cansancio durante un día entero) y por la realidad angustiante del robo de celulares camino al trabajo o al regresar, sobre todo en los barrios más postergados. Y si se consulta sobre el móvil del asesinato, la respuesta será sin duda el robo.
El Ministerio Público bonaerense, a cargo de un hombre del PRO como el procurador Julio Conte Grand y no de Raúl Zaffaroni, realiza todos los años un análisis del mapa de los homicidios dolosos, es decir de los cometidos con la intención de matar. El último informe fue publicado en 2022 y resume el 2021.
Homicidios en Provincia de Buenos Aires
De las investigaciones policiales por homicidio doloso se desprende que 212 se deben a lo que el documento llama “conflictos interpersonales”. Es el 26,6 por ciento del total. Los homicidios en contexto de robo vienen después, con 143 casos que representan el 17,9 por ciento. La categoría “violencia en el ámbito intrafamiliar” llegó a 70 homicidios, que si se suman a los 212 interpersonales dan 282, y si a eso se agregan los 69 femicidios se llega a un total de 351 homicidios dolosos. Una cifra que duplica largamente a los 143 homicidios en ocasión de robo.
Los interpersonales abarcan un campo heterogéneo que va desde las muertes por peleas entre vecinos hasta las disputas por un territorio.
Si se toma el departamento judicial de La Matanza, donde fue asesinado Barrientos, sobre un total de 120 homicidios los porcentajes distribuidos por su móvil se reparten de este modo:
*Conflictos interpersonales, 30,8 por ciento.
*En contexto de robo, 18,3 por ciento.
*Violencia en el ámbito familiar, 7,5 por ciento.
*Femicidio, 5 por ciento.
*Cometidos por fuerzas de seguridad, 16,7 por ciento.
*Ajuste de cuentas, 2,5 por ciento.
*Comercio de estupefacientes, 4,2 por ciento.
*Legítima defensa, 2,5 por ciento.
*Motivación indeterminada, 10,8 por ciento.
En todo el mundo el coeficiente para medir los homicidios dolosos es determinar cuántos se cometen en proporción a 100 mil habitantes. Según el estudio "Delitos y violencias en la Provincia de Buenos Aires" elaborado por el Observatorio de Políticas de Seguridad de la Universidad Nacional de La Plata, en el lapso comprendido entre 2009 y 2021 esa tasa bajó de 8,5 homicidios dolosos cada 100 mil habitantes a 4,5 cada 100 mil.
Una comparación con Rosario: allí los homicidios dolosos medidos cada 100 mil habitantes son entre 20 y 22, según la fuente. Y la tendencia va hacia el alza.
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