Las sirenas forman parte del imaginario folclórico de la humanidad desde tiempos inmemoriales. En la mitología griega se las representaba como sujetos con cuerpo de ave, rostro de mujer y una voz capaz de enloquecer a cualquiera que la escuchara. Para sobrevivir a esta trampa mortal, en la Odisea Ulises pide a sus marineros que se cubran los oídos con tapones de cera, pero él quiere oír la canción. A tal fin, se ata al mástil del barco y ordena que bajo ningún motivo lo suelten para evitar arrojarse al agua al escuchar la música. Con el cristianismo, durante la Edad Media la iconografía de las sirenas cambió y adquirieron la apariencia pisciforme que hoy conocemos. Sin embargo, conservaron su irresistible voz y se consagraron como símbolo de la peligrosa tentación encarnada por ciertas mujeres.
En 1837 el escritor danés Hans Christian Andersen publicó la antología Cuentos de hadas para niños, en la cual incluyó el cuento “La sirenita”. Tomando elementos de diferentes mitologías, Andersen compuso la historia sobre una joven sirena enamorada de un príncipe que desea ser humana. Con la ayuda de la bruja del mar, consigue modificar su cuerpo a cambio de su voz, pero para conservar esa forma debe lograr que el príncipe se enamore de ella, de lo contrario se convertirá en espuma de mar.
En la antología My Dear Boy: Gay Love Letters Through the Centuries (1998), Rick Norton argumenta que Andersen escribió “La sirenita” como una carta de amor a Edvard Collin. Cuando supo acerca de su compromiso con una joven, Andersen le dedicó las siguientes líneas: "Te anhelo... mis sentimientos por ti son los de una mujer. La feminidad de mi naturaleza y nuestra amistad deben mantenerse en secreto” y, junto con la carta, le envió el cuento. Según Norton, “La sirenita” es una alegoría del amor que Andersen sentía por Collin y el deseo de que ese romance fuera posible.
Muerte y renacimiento de Disney
Luego del éxito cosechado por el estreno de Blancanieves y los siete enanitos en 1937, el mismo Walt Disney se mostró interesado en realizar una adaptación de “La sirenita” como parte de una antología de cortos animados basados en cuentos de Andersen. El proyecto, sin embargo, no prosperó y quedó archivado. No fue sino hasta 1985 que el director Ron Clements propuso el proyecto durante una reunión con Jeffrey Katzenberg, por entonces director ejecutivo de Disney. La idea fue inicialmente rechazada porque la empresa acababa de estrenar otra película sobre sirenas: Splash! (1984) con Daryl Hannah y Tom Hanks. Sin embargo, a pesar las reservas iniciales, Katzeberg dio luz verde al proyecto. Por entonces la división animada del estudio atravesaba una de sus peores crisis debido al fracaso comercial de El caldero mágico (1985). Como parte de un plan de reestructuración de la compañía, el departamento de animación tuvo que mudarse del edificio principal de los estudios a un parque industrial, donde siguió funcionando en hangares, almacenes y remolques. Contra viento y marea, la producción de La Sirenita siguió adelante, a pesar de que corría el riesgo de ser la “canción del cisne” de los estudios animados de Disney.
Ron Clements unió fuerzas con John Musker, que se convertiría en co-director del film, y desarrolló un tratamiento de la historia con varias modificaciones al cuento de Andersen. En 1987 la producción sumó a la dupla formada por Howard Ashman y Alan Menken para que compusieran las letras y la música de la película respectivamente. Ambos venían de escribir La tiendita de los horrores, un musical off-Broadway que había sido adaptado a una exitosa película en 1986. Ashman era un hombre gay nacido en Baltimore, la tierra prometida de John Waters, y fue él quien sugirió tomar como referencia a Divine para el personaje de Úrsula. En ese entonces la drag queen estaba gozando de gran popularidad gracias al éxito de Hairspray (1988) y cuenta la leyenda que se le ofreció dar su voz a la bruja del mar, pero falleció en marzo de 1988 de un paro cardiorrespiratorio, antes de que el proyecto pudiera concretarse. En una curiosa coincidencia del destino, el memorable doblaje al español latino de Úrsula fue hecho por Serena Olvido, una drag queen mexicana que años más tarde transicionó.
La apuesta de Disney por La Sirenita probó ser por demás exitosa y, gracias al éxito cosechado tras su estreno en 1989, la película dio el puntapié inicial a lo que hoy se conoce como el “Renacimiento de Disney”. Uno de los mayores responsables de este fenómeno fue Howard Ashman. A través de sus canciones, intervino en la historia de la película y fue fundamentalmente él quien insistió en que la animación y los musicales estaban hechos el uno para el otro, sentando así las bases para todas las películas que siguieron. Su trabajo en La Sirenita le valió un Grammy, un Globo de Oro y un Oscar. Escribió también las canciones de La bella y la bestia (1991) y Aladdin (1992), antes de morir de sida en marzo de 1991 a los 40 años.
La transición de Ariel
Dos de los aspectos más criticados de La Sirenita siempre fueron la motivación amorosa de Ariel y su final feliz. Como ocurría con las otras princesas de Disney, las primeras lecturas de la película interpretaron que la joven protagonista solamente se mueve por amor al príncipe. Sin embargo, ella anhela el mundo de la superficie desde mucho antes de conocerlo y colecciona artefactos humanos en su gruta, el único lugar donde se siente a salvo para ser ella misma.
Las canciones escritas por Ashman ayudaron a definir el carácter de Ariel, especialmente “Part of your world” (traducida al español latino como “Parte de él”), donde expresa sus deseos y aspiraciones: “¿Cuándo me iré? Quiero explorar / Sin importarme cuándo volver / El exterior, quiero formar parte de él”. Históricamente, La Sirenita fue leída como una alegoría queer, pero sobre todo trans: Ariel no se identifica como sirena y anhela una vida donde no tenga que seguir pretendiendo ser lo que no es. Para ello acude a Úrsula y le pide que adecúe su cuerpo para poder expresar su verdadero ser. En su libro Mermaids and Drag Queens, Yuval Avrami afirma: “Como símbolo, la sirena es no-binaria en su esencia: ella desafía binarismos y dicotomías al vivir bajo el mar y por encima, siendo tanto humana como animal, y teniendo una identidad humana sin genitales humanos”.
La transición de Ariel no es fácil. A cambio del cuerpo de mujer, la bruja del mar se queda con su voz. Este sacrificio puede ser entendido como la necesidad de renunciar a una parte fundamental de quien se solía ser para alcanzar la libertad y los desafíos que esa pérdida representa. Sin embargo, a la disforia que Ariel siente en su cuerpo de sirena, se opone la euforia que experimenta una vez que tiene la oportunidad de ser ella misma. Cada pequeño acto de su nueva vida es motivo de enorme alegría.
Con respecto al final feliz, en su alegoría trans La Sirenita presenta un mensaje optimista. A pesar de la resistencia inicial de su entorno, Ariel nunca se da por vencida e insiste en ser ella misma hasta que finalmente es aceptada, y es su propio padre quien la ayuda a transicionar. Como afirma lx activistx Indalecio Gómez con respecto al desenlace, “todxs vamos a vivir felices y contentxs si somos fieles a nuestras identidades y expresiones de género”. Desde su estreno, la película resonó fuertemente con la comunidad LGBT, que enseguida abrazó la figura de la sirena como una metáfora de su experiencia en un mundo donde reina (en palabras de Adrienne Rich) la heterosexualidad obligatoria. En particular, la comunidad trans mantiene un fuerte vínculo con La Sirenita, e incluso una de las organizaciones de caridad trans más importantes del mundo se llama Mermaids (“sirenas”, en inglés).
La inclusión necesaria
Desde que Disney anunció el 3 de julio de 2019 que la adaptación live-action de La Sirenita sería protagonizada por Halle Bailey, el hashtag #NotMyAriel (algo así como “ella no es mi Ariel” en inglés) se volvió viral inmediatamente. La elección de una actriz y cantante afrodescendiente para interpretar a un personaje tradicionalmente representado de manera caucásica despertó una polémica muy común actualmente en la industria del entretenimiento: la inclusión forzada. Se trata de un término despectivo utilizado por las personas molestas con los cambios en las narrativas argumentales que dan lugar a minorías históricamente marginadas por cuestiones de género, origen étnico, orientación sexual, etc.
Hoy en día es muy común encontrarse con un elenco diverso en el cine y la televisión estadounidense, pero esto no fue así siempre. El cambio se puede rastrear hacia atrás en el tiempo en todos los movimientos de liberación que sacudieron el país, pero en los últimos diez años una serie de fenómenos hicieron aportes clave al cambio. En julio de 2013 el hashtag #BlackLivesMatter se volvió tendencia luego de que el policía George Zimermann fuera absuelto por el asesinato del adolescente afroamericano Trayvon Martin en febrero de 2012. El impacto de la iniciativa virtual fue tan grande que generó un movimiento social (que volvió a estallar en plena pandemia con el asesinato de George Floyd) y habilitó otras reflexiones en efecto dominó, como el hashtag #OscarsSoWhite. En enero de 2015, luego de que la Academia anunciara los nominados para su ceremonia de ese año, la activista y escritora April Reign inició la tendencia en respuesta a que de los 20 actores y actrices nominados, ninguno era una persona de color. También en 2015, la Corte Suprema de los Estados Unidos legalizó el matrimonio igualitario para todo el país y en 2017 el movimiento #MeToo, en respuesta a los abusos sexuales perpetrados hacia las mujeres le dio un gran impulso en el hemisferio norte al feminismo de cuarta ola.
Todos estos reclamos se tradujeron en un cambio fundamental del régimen de visibilidad que obtenían las minorías en los medios de comunicación, fundamentalmente un desmantelamiento de la hegemonía machista y racista para dar lugar a otras historias y otros personajes que reflejaran la diversidad de una sociedad que siempre aparecía representada por default de la misma manera. Sin embargo, estos cambios no fueron ni son aceptados pacíficamente. Enmascarado en una preocupación por la calidad de los productos (supuestamente puesta en jaque por la inclusión), los sectores más conservadores del público reclaman por dar marcha atrás a la inclusión que, además, pone en peligro los valores morales. El problema no es nuevo para Disney, que tuvo que enfrentarse al boicoteo de películas como Lightyear (2022) y Un mundo extraño (2022) por “ideología de género”, es decir la inclusión de personajes e historias sexodisidentes con el ¿subversivo? objetivo de normalizarlas. Habituado a la discriminación, no es raro que parte del público perciba este fenómeno como erróneo. Sin embargo, llamar a la representación de la diversidad “inclusión forzada” es negar la existencia de quienes no forman parte de la hegemonía blanca, cis y heterosexual, como también su sistemática exclusión. Más que forzada, la inclusión es necesaria y, como la ley de cupo laboral trans, tiene el efecto político de promover una sociedad más justa e igualitaria y menos discriminadora.
En el caso de La Sirenita, la indignación por la elección de Halle Bailey para interpretar a Ariel se debe a que el presunto cambio de raza del personaje es percibido como una falta de respeto al material original. Sin embargo, si nos atenemos al cuento de Andersen, su descripción de la protagonista no contempla ningún color de piel. La raza de Ariel en la película animada de Disney es arbitrariamente blanca. Ningún aspecto de su experiencia gira en torno a su color de piel. Como nuestra cultura es predominantemente racista, es difícil aceptar que un personaje de “color neutro” no sea blanco. Pero también es naif creer que esa “normalidad” es natural y no parte de una operación política concreta. Al igual que Ariel, para ser aceptadas en una sociedad hostil, las personas negras tuvieron que asimilarse de manera complaciente y reservada, manteniéndose en silencio e invisibles bajo la superficie. Como alegoría queer, una Ariel negra potencia el mensaje de resistencia y triunfo de la película. ¿Por qué una actriz y cantante con el talento de Halle Bailey no podría interpretar a Ariel? El live-action no elimina el clásico animado, le agrega otra dimensión. No borra su legado, sino que lo enriquece y expande.