Mandato o deseo. En pleno siglo XXI, y al calor de los numerosos debates que abren los feminismos, la decisión de maternar se dirime en esa disyuntiva. Y en ese aspecto, No tengo tiempo acerca una mirada disruptiva y necesaria. Declarada de interés por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para La Promoción y Defensa de los Derechos de las Mujeres y Diversidades en 2022, la puesta vuelve a escena desde esta semana, por ocho únicas funciones, los viernes a las 20, en el Teatro El Extranjero (Valentín Gómez 3378).
Basada en la novela homónima de María Pia López, la obra cuenta con la dirección de Cintia Miraglia y las actuaciones de Leticia Torres y Carolina Guevara. Sobre tablas, las actrices encarnan a dos luchadoras de esgrima que batallan contra el tiempo que corre y pone en riesgo la posibilidad de una de ellas de tener un hijo. Con sarcasmo, humor y mucha reflexión, la propuesta invita a pensar sobre lo que se pone en juego en la decisión de ser madres.
La dramaturgia surgió del trabajo que realizó López junto con Miraglia y Guevara para adaptar la novela publicada en 2010. Escrito con formato de monólogo, a modo de diario íntimo, el texto original reúne las múltiples inquietudes de una mujer acerca del paso del tiempo, pero la adaptación se construyó con dos personajes y con el foco puesto en la maternidad.
Carolina Guevara fue la que encendió la mecha creativa al leer el material. “Yo estaba por cumplir 40 años, y me sentí muy identificada con esa mujer que siente que el tiempo se le escurre y que el cuerpo le cambia. Yo tenía temor a envejecer y a la exigencia de la productividad al que este sistema te expone, y sentí que esa voz se despegaba del papel y me hablaba”, cuenta Guevara. Por su parte, Torres se sumó al equipo más tarde, y en su caso la identificación con la historia también fue un motor. “No conocía la novela, pero leí el texto adaptado que venían trabajando las chicas y me atrajo enormemente. Sumado a eso, la invitación incluía compartir escena con Caro, con quien hacía rato quería actuar, así que mi sí fue rotundo”, agrega la actriz.
-¿Cómo surgió la idea de llevar esta novela a escena?
Carolina Guevara: -Leí la novela de Pia en febrero de 2020. La devoré en una tarde, y al otro día le escribí y le pregunté si alguna vez había pensado en llevarla al teatro. Fue así que nos juntamos en un bar de Once y empezamos a divagar con la idea de adaptarla. Luego, pensamos en convocar a Cintia para la dirección, porque veníamos viendo sus puestas y nos parecían una genialidad. Quedamos en juntarnos, pero en ese momento comenzó la cuarentena y tuvimos que trabajar durante 4 meses por videollamada, cada una en su casa. Nos encontrábamos todos los viernes a la noche. Era lo mejor de la semana en aquellos días donde el tiempo estaba extrañamente detenido. En principio pensamos en hacer un unipersonal, con música en vivo, porque la novela tiene un único personaje, pero en los ensayos apareció la necesidad de desdoblar esa voz, y ahí surgió la idea de llamar a otra actriz.
-¿Y qué les atrajo de la propuesta como intérpretes?
Leticia Torres: -Lo que más me atrajo fue el desparpajo con el que habla este personaje que se planta para hablar de la mercantilización de todo, inclusive de la maternidad. Por otro lado, el paso del tiempo era un tema que me atravesaba de manera contundente en ese momento y el texto me permitía poder hacer algo con eso que me inquietaba. Creo que para eso existe el teatro. Para poder poetizar sobre cuestiones que nos preocupan o nos movilizan, y para visibilizar e interpelar.
C. G.: -A mí me conmovió la mirada de clase que tiene la novela, en tanto los deseos, los consumos y la percepción del tiempo son condicionados según el lugar en el que te tocó nacer. Interpelar el deseo de la maternidad desde esa lectura me interesó muchísimo. Sentí que en las palabras de Pia se condensaba mucho de lo que a veces nos cuesta discutir en torno a los deseos, a los recursos económicos para concretarlos y a la posible falta de ética que eso puede generar. Sumado a eso, cada texto era bello, cargado de imágenes y con un humor salvaje que me encantó.
-¿Advierten que, aun en tiempos en los que se reivindica la importancia del deseo, el mandato de la maternidad sigue vigente?
C. G.: -Sí, pero lo estamos cuestionando todo y eso es un paso enorme. Creo que la vigencia se da porque continúa arraigada la idea de familia tipo como engranaje social. Eso no significa que no se desee tener hijxs o ser madre, pero creo que es difícil desear escindidas de una cultura que nos condiciona.
L. T.: -En nuestras sociedades capitalistas sigue imperando ese mandato porque es totalmente funcional a un sistema económico. Y eso se viene discutiendo desde los feminismos. Porque sentimos esa opresión en el cuerpo y, afortunadamente, en ese sentido, hemos conquistado algunas leyes como la IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo). De todos modos, después de tanto tiempo de vivir en una sociedad en la que la maternidad aparece como un vehículo de realización, se hace muy difícil distinguir hasta dónde opera el mandato y hasta dónde el deseo. Lo vivimos también quienes fuimos madres a la hora de criar a nuestres hijes, porque la culpa que sobreviene a cada ausencia nuestra responde también a ese mandato, aunque nuestra maternidad haya sido deseada.
-¿Qué otras reflexiones les generó interpretar esta obra?
L. T.: -Lo que más me conmueve es la posibilidad de poner el ojo en las cuestiones de clase. Sobre todo porque cuando hablamos de mandatos o de deseos no hablamos de cosas que nos ocurren a todas las mujeres por igual. Cuanto mayores son los recursos, las posibilidades cambian y las decisiones y los cuestionamientos no son los mismos. Me interesa poner sobre el tapete la pregunta de hasta dónde el deseo o el mandato devenido deseo pueden justificarlo todo. Y poder hacerlo desde un humor ácido en el que jugamos además con cuestiones metateatrales, y en donde nos reímos de nuestras internas, lo vuelve todo más fácil.
C. G.: -Este proyecto nos generó un desafío y nos puso en un lugar de incomodidad. No es condescendiente y probablemente se aleja de lo esperado en una obra con perspectiva de género. Pero creo que ese lugar de incorrección es el que debemos habitar desde el teatro. No por meras irreverentes, sino para ir hacia la búsqueda de una narrativa que no sea complaciente y, en definitiva, cómplice de un orden al que es necesario cuestionar.