Entre las varias ventajas que tenemos en Rosario, al contar con las numerosas y bien surtidas Bibliotecas Municipales, una de ellas es la posibilidad de elegir, regularmente, obras y autores. Elección que obviamente, en el caso de tener que adquirirlos, ya se transformaría, para nuestro común bolsillo, en una avidez insatisfecha. 

De paso, consulto al amable lector/ lectora si prefieren, como en mi caso, variar de obra y hasta de país al entregar o retirar. O se inclinan por agotar las obras de autora y autor, que sería como dedicarse a consumir a un mismo un director de cine en una semana dedicada a su obra y ver, día tras día, una película de la misma autoría. 

Retomando el camino recto hacia la Biblioteca Argentina, comento que prefiero la alternancia en la lectura de las obras que voy retirando. Nunca el mismo autor sin un largo o intervalo de tiempo. Casi nunca del mismo país. Pero a veces una experiencia nos lleva a cambiar la rutina.

Sucedió que una crónica, un comentario leído al azar, me llevó a retirar de las filas de nuestros estantes, un librito de Thomas Bernhard. Aprovecho para, seguramente, compartir lamento por la persistencia de esas motas que, puestas en fuga, vuelven y vuelven, en eterno retorno. Habíamos sentido sed de leer. Otro libro del mismo autor. Si Si, nos había había sido deslumbrante, teníamos que ahora emprenderla con El origen, que prometía la misma visión dura y amarga de su pasado. Sobre todo, releer esa prosa que denominamos, algo vulgarmente, “clásica“ designando en forma arbitraria, como toda clasificación, a una escritura de riqueza de vocabulario, ideas claras, un bello conjunto armonioso. Un Partenón.

Y otra vez esa atmosfera. Más dura si era posible. Un Salzburgo odiado, odiados sus habitantes, odiada esa parte de la familia que contribuyó a la crueldad que rodeó la vida del joven. Nacionalsocialismo y catolicismo, raíces que se anudaron en el pueblo austríaco, para que se organizara esa etapa que conocemos.

Nos parece que, aun sin ver ninguna película o leer historia del pueblo austríaco, solo leyendo esta obra conoceríamos perfectamente cómo ese entramado formó el nido del nazismo. Los directores y los maestros de los colegios a los que el joven asistió van siendo los futuros gendarmes de los campos de concentración. El autor, a través de su terrible vida, novelada, nos lo exhibe. Todo eso, fue, precisamente, el origen.

Quedé con tal estremecimiento que, esta vez, quería leer obra de esa misma nacionalidad. Recordaba las criticas, análisis, sobre la obra de Elfriede Jelinek y sospeché me encontraría con otra igualmente implacable, por lo objetiva. Y así fue. Opté por retirar Obsesión. Comparar. Si ambos compartían la misma implacable visión. Y…sí. Puñales que van rasgando elegantes vestiduras de la burguesía austríaca; sin dudar en desmenuzar y exhibir restos ensangrentados de análisis. 

En un lenguaje a veces coloquial donde, en forma magistral, mezcla publicidad con filosofía. Reaparecen las figuras de aquellos maestros de los helados colegios padecidos por el escritor. Lo hacen en la figura del gendarme, rubio, fuerte, de sonrisa seductora hasta que la presa, la propietaria de algún inmueble, enceguecida con la luz de los ojos azules, cae bajo sus garras enguantadas en el viejo hierro austriaco. Ya está lista esta dama, me la puedo llevar a mi cama o campo de concentración. 

El representante de la Ley tiene un deseo rector: acumular propiedades, esta es su obsesión. Odia a las mujeres, pero las necesita. Esta historia alrededor de un guardián del orden es, en realidad, una incisión implacable sobre la sociedad, sobre todo la masculina. Esto le atrajo amor y odio. Y como es mujer, a lapidarla. Por sus connacionales.

Esas agresiones a mujeres notables que hacen tambalear, de distintas formas, la estructura,  las vemos ahora, aquí y allá. Porque en el oscuro socavón de las sociedades, todas, ese patriarcalismo se conserva y se reserva. Sea en países considerados más desarrollado o en los otros. Durante su campaña para llegar a ser primer ministro, que lo fue, el ultraderechista Jörg Haider preguntaba a su público “¿Ud. prefiere a Jelinek o al arte y la cultura “ . La escritora alegó tener fobia a los actos públicos, a protagonizarlos, por ello no fue a recibir el Nobel que le fuera otorgado en 2014.

Un soplo de recuerdos me removía hechos concretos que me hacia equiparar vivencias turísticas con esas descripciones de Bernhard y Jellinek. Y, como suele suceder cuando no logramos en lo inmediato recordar, la búsqueda permanece subterránea mientras salimos, dormimos, comemos…. pero el puntito de luz queda encendido. Y pueden pasar horas, días, semanas hasta que, como si el pico hubiera dado en la piedra buscada, zas: sí, era eso.

Claro, eran las limitas. Que tanto nos irritaban cuando parecía ser el único recuerdo que los vieneses podían ofrecernos de su esplendida ciudad. Solo limitas, limas, en todo tamaño, material, color, diseño. Te era imposible entrar en comercio de Viena sin que las limas se te ofrecieran en cajas, sueltas, atadas, en una cantidad abrumadora. Y resistís.No, no quiero comprar limas. ¿Por qué una lima como único recuerdo que te podías llevar de la ciudad de la música, las artes? Nuestros reflejos de conocimiento histórico, después me percate con vergüenza, fueron flojísimos. Pero sí, por la pobre Sissi, que se encontraba en el lugar y el momento equivocados. Pero, por más gancho que tuviera desde lo turístico esa morbosa apelación, ¿por qué reducirla a eso?

Seguí juntando. En un reportaje publicado en la contratapa del diario Página 12, el 30 de noviembre de 2022, la entrevistada, la escritora austriaca Ilse Aichinger, especifica que “el cine siempre percibe la crueldad de Viena, el cine me ayuda “.

No deseo que se interprete que estoy echando lodo sobre un país, un pueblo. Arriesgo causar una no querida impresión en el lector, porque gana el afán de vivir con la literatura. Que nos permite, en todos los casos, vivir dos realidades. La nuestra y su interpretación por excelentes escritores. Del otro Circulo de Viena, me miran desde mis estantes, los muy ajados ejemplares de autoría de Hans Kelsen, Bertrand Russell y en algún rincón, fuera de mi vista, los empiristas ingleses… cuyos huesos nunca he dejado de remover, por empezar, a la hora de las compras diarias.