Casi todos jugaron al Monopoly o el Estanciero, alguna versión del Juego de la Oca, alguna variante de la Batalla Naval o el clasiquísimo Risk/T.E.G. Son clásicos de los juegos de mesa pero con los años mostraron cierto agotamiento. A la larga y más allá de alguna lavada de cara, son juegos que envejecen mal: se vuelven repetitivos, o resultan muy largos (¿quién no abandonó una partida de TEG que la llevaba más de cuatro horas y amenazaba con prolongarse otras tantas?) En respuesta a eso, a mediados de la década del noventa surgió una nueva línea de juegos de mesa, que por estas tierras se conoció como “eurojuegos”, en referencia a su origen.
Estos nuevos juegos eran más breves (y por lo tanto recuperaron como jugadores a los adultos que estaban muy ocupados) y ponían en juego algunas habilidades sociales y de cooperación que hacían menos artificiales y más dialogadas las partidas. En el centro de ese movimiento y como pionero estuvo el Siedler von Catan, más conocido como “el Settlers” o Colonos de Catán, como lo publicó en español el sello Devir, que también importa en la Argentina. Su creador fue el alemán Klaus Teuber, quien falleció el sábado a los 70 años, aunque la noticia se supo recién ayer en estas costas.
El Settlers revolucionó el sector gracias a dos mecánicas brillantes. La primera fue proponer un tablero modular: una isla conformada por hexágonos que los jugadores mezclaban y armaban. De ese modo, ninguna partida era igual a la siguiente. Esa capacidad para generar mapas aleatorios parecía sólo posible en una computadora y el diseñador alemán lo reprodujo de un modo tan increíblemente sencillo que resulta increíble que nadie lo pensara antes.
Por otro lado, y en contraposición al modelo de acumulación de los clásicos del género, Teuber incluyó la figura de un “ladrón” que cada vez que alguien en los dados sacaba un “7”, quienes tenían muchos recursos perdían automáticamente la mitad. El “7”, lo saben los alumnos de estadística, es el resultado más frecuente al arrojar dos dados de seis caras (los más tradicionales). Esto obligaba a los jugadores a negociar entre sí y a especular menos.
Desde la filial local de Devir se hicieron eco de las condolencias del sello español, que en un comunicado afirmó que “la comunidad lúdica de todo el mundo pierde a un referente y a un pionero del sector, al que echaremos de menos”. El juego es tan popular que en todo el mundo hasta se realizan torneos.
Como tantos otros pioneros, Teuber empezó su camino en otro rubro. Era técnico dental y diseñaba juegos en un sótano, como actividad paralela. Hasta que dio con el Settlers y revolucionó el mercado. No sólo vendió una cantidad increíble de copias para un juego nuevo (32 millones, traducciones a más de 35 idiomas, más de 40 expansiones y ediciones especiales y una lista de premios larguísima), sino que demostró que se podían ofrecer ideas realmente innovadoras en un sector que llevaba décadas estancado. Teuber se convirtió así en la cara de un movimiento que empezó a reconocer al creador de un juego de mesa como un autor, con rasgos estilísticos y líneas y propuestas propias.
En una entrevista con La Vanguardia, Teuber afirmaba que jugar con otra persona era el mejor modo de conocerle de verdad. Su primer juego de mesa fue Barbarossa, en el que cada participante moldeaba una pequeña escultura y trataba de adivinar qué representan las figuras de sus oponentes. Esto fue a comienzos de los años ’80, pero eventualmente consiguió publicarlo y ganar su primer premio: el Spiel des Jahres de 1988, el galardón más prestigioso del rubro. Para cuando comenzaron los ’90, Teuber aún combinaba el negocio familiar de la ortodoncia con el diseño nocturno de juegos. Al mismo tiempo, empezó a interesarse en la cultura vikinga: su historia, su estilo de vida y sus leyendas. Según contaba, le fascinaba la idea de un grupo de guerreros barbudos desembarcando en la lejana, fría y desértica Islandia con sus familias para colonizarla. Le parecía una temática ideal para basar un juego de mesa. Ahí estaba el germen de Catán.
En 1995 consiguió presentarlo a una editorial y poco después era tan exitoso que pudo abandonar el negocio familiar y dedicarse profesionalmente a diseñar juegos de mesa. Llegaron las expansiones (el juego original era para 3 o 4 jugadores, se ampliaba a seis, o aparecían más islas para colonizar, o aparecían “settlers temáticos”), el merchandising y una montaña de, bueno, dinero.
A Teuber se lo considera justamente el padre de los juegos de mesa modernos y pionero del renacer del rubro. Confiaba, además, en el poder simbólico de los juegos. Por eso, del mismo modo que Lizzie Magie concibió el Monopoly como una advertencia contra el capitalismo, Teuber creía en su potencial para contribuir a una sociedad mejor. En 2019, el autor afirmaba en una entrevista con optimismo a propósito de las mecánicas de juego que había introducido, que “cuando la gente decide, por ejemplo, ponerse a negociar entre sí para que todos salgan ganando y puedan progresar, es lo mejor que puede pasar”.