Reflexionar y escribir de manera no superficial sobre el uso de los automóviles en el cine y la televisión como elemento narrativo y dramático implicaría la publicación de varios volúmenes de miles de páginas cada uno. El cinematógrafo nace casi al mismo tiempo que el carro a motor y es lógico que algunas de las primeras películas ya utilizaran el ruidoso aparato con ruedas como elemento central del registro visual. Los autos transportaban a sus conductores y acompañantes, a veces chocaban y explotaban, eran útiles para huir de eventuales perseguidores e incluso como nido de amor móvil. Nada cambió demasiado, al menos en ese sentido. El automóvil también ha sido esencial en el desarrollo de ese género típicamente estadounidense exportado a todo el mundo, la road movie, en el cual los cambios de escenario geográfico reflejan mutaciones interiores muchas veces difíciles de describir en palabras. Los coches forman parte esencial del cine. Sin embargo, en la gran mayoría de los casos se trata de un elemento funcional a las tramas, como lo son los trenes o barcos en otras ocasiones. En ese sentido, no son tantas las películas que utilizan los automóviles como escenario central o, en casos extremos, únicos para el desarrollo de una historia. Menos aún aquellas que dejan de lado la acción y el suspenso para centrarse en la psicología de un personaje o grupo de personajes.
El iraní Abbas Kiarostami logró instalar ese concepto con creces en Ten (2002), en la cual los diez planos que la integran fueron registrados exclusivamente a bordo de un auto, y su compatriota Jafar Panahi utilizó el mismo mecanismo en Taxi (2015), obligado en gran medida por la prohibición del gobierno de su país de ejercer el oficio de cineasta. La introducción viene a cuento del estreno en la plataforma MUBI, el próximo miércoles 12, de The Plains, la ópera prima del australiano David Easteal. Presentada en sociedad en la competencia del Festival de Rotterdam, la película también formó parte de la sección competitiva Estados Alterados del Festival de Mar del Plata, y figura en el primer puesto de la lista de las “Mejores películas no distribuidas comercialmente” en los Estados Unidos de la prestigiosa revista Film Comment. En esas páginas se describe a The Plains como “un retrato agudo de la vida moderna, en el cual ciertos dolores, creencias y ansiedades que de otro modo permanecerían inarticulados iluminan una humanidad compartida, que muchas veces se pierde en la conmoción del mundo”.
Los 180 minutos de The Plains están conformados por una serie de extensos planos-secuencias filmados desde el centro del asiento trasero de un Hyundai modelo Elantra. Es el auto de Andrew (el actor no profesional Andrew Rakowski), un abogado de unos cincuenta y pico de años que todos los días sale del edificio de oficinas donde trabaja y maneja unos 45 minutos hasta su hogar, en un suburbio de Melbourne. El reloj que marca la hora en el tablero no miente: su horario de salida es respetado y los dígitos suelen marcan las 5:05, 5:07 o a lo sumo 5:10 PM cuando el clic de las puertas anticipa la presencia del conductor. A veces maneja en absoluta soledad. En otras ocasiones lo acompaña David (interpretado por el realizador, David Easteal), un colega más joven que comenzó su trabajo como abogado hace apenas algunos años. Religiosamente, solo o con David como copiloto, Andrew realiza dos llamadas telefónicas apenas pisa el acelerador, durante un trayecto por calles casi siempre embotelladas, antes de subir a la autopista. En primer lugar, un breve contacto telefónico con su madre de 95 años, que pasa los días en un hogar para ancianos en otra ciudad, a cientos de kilómetros de distancia. Luego, a su mujer Cheri, que supo ser una reconocida publicista en el mundo del arte y ahora está semi jubilada. A veces llueve, a veces la distancia al horizonte del astro rey obliga a bajar la visera parasol. A veces es de día, otras tantas el atardecer comienza a manipular las tonalidades del cielo, en un par de casos la oscuridad inunda el ambiente y las luces de los autos están encendidas. La hora es siempre más o menos la misma, por lo que el paso de las estaciones delimita un período prolongado en el universo temporal de la película.
LA MAR EN COCHE
Entrevistado por la revista de cine australiana Senses of Cinema, una de las más prestigiosas publicadas en idioma inglés, David Easteal, que acaba de cumplir 37 años, explicó el origen de The Plains y su propia carrera profesional alejada del cine. “Estudié leyes y literatura, y mi bagaje profesional está en la práctica de la ley. De hecho, sigo practicando la abogacía. Nunca estudié cine pero comencé a hacer cortometrajes cuando era estudiante. Aprendí durante el proceso mismo de dirigirlos, tanto en términos de qué tipo de películas hacer y cómo hacerlas. Con Andrew Rakowski trabajamos juntos durante varios años en los suburbios de Melbourne, que es una ciudad en constante expansión. En Melbourne hay centros legales que proveen servicios a gente que no puede pagar un abogado, y suelen estar ubicados en los suburbios. Es un espacio de trabajo como cualquier otro, con muchos empleados, y así descubrí que Andrew vivía cerca de mi casa en el centro de Melbourne. Hasta ese momento solía tomar el tren para regresar, pero un día Andrew se ofreció a alcanzarme. De a poco, los viajes compartidos se hicieron más frecuentes, aunque no todos los días. En ese proceso de volver juntos a nuestros hogares comenzamos a conocernos. Él solía llamar a su madre y a su esposa durante el viaje, por lo que escuchaba esas conversaciones. Finalmente dejé ese servicio legal, pero después seguimos manteniendo una suerte de amistad. La génesis del film surgió de ese período de tiempo particular en mi vida”.
En otras palabras, The Plains no es un documental, sino una película de ficción que recrea y reinventa las conversaciones reales que el realizador mantuvo con su colega y chofer eventual. El guion comenzó a ser escrito unos cinco años después de los viajes en auto reales, aunque Easteal admite que, en un primer momento, pensó en realizar un film más convencional: la historia de un hombre de mediana edad, casado pero sin hijos, unos años antes de jubilarse, que incluiría desde luego escenas en la oficina, su casa y el geriátrico, además de los viajes en auto. “Pero en cierto momento tuve la idea de centrarme exclusivamente en esos tránsitos, explorar narrativamente los viajes en sí mismos y la vida de Andrew a partir de los diálogos. De pronto eso me pareció mucho más interesante y comencé a pensar en todas las cosas diferentes que podían ocurrir en ese único escenario”.
Andrew y David conversan sobre viajes al extranjero del presente y el futuro (el abogado veterano tiene familiares en Alemania y, en cierto momento, recuerda una visita a Berlín a comienzos de los años 80). David confiesa sus emociones luego de romper con una novia y Andrew, a quien le gusta charlar, hace un par de observaciones sobre la vida en pareja. En otro viaje, el conductor intenta explicar los distintos tipos de demencia, reflexionando sobre el estado de su madre y el de la suegra, ya fallecida. En cierto momento, Andrew cambia el auto, aunque el modelo es exactamente el mismo; la única diferencia es el color de la pintura, un rojo tranquilo, que el espectador nunca verá. La idiosincrasia de Australia queda reflejada en ciertas charlas y en la ubicación del volante, a la derecha; también en la forma en la cual los automóviles ingresan a la autopista, con un semáforo que cambia de color velozmente, permitiendo que apenas un par de vehículos ingresen al torrente cada diez segundos, evitando así embrollos y colisiones. Easteal separa algunos viajes con segmentos registrados por el propio Andrew en una casa de alquiler en medio del campo. Cada vez que viaja junto a su mujer a visitar a la madre hacen una parara de un día en ese paraje. Andrew graba el paisaje, con su tierra chata y algo desértica, y su lago seco (las “llanuras” del título), el rosedal cultivado por Cheri, el porche de la pequeña casa. En cierto momento compra un dron y comienza a observar el lugar desde 500 metros de altura, las figuras humanas empequeñecidas pero aún visibles. David observa esos clips en la tablet de Andrew, mientras la conversación continúa. “En el transcurso del año que llevó el rodaje”, recuerda el director en la mencionada entrevista”, la película comenzó a desarrollarse de maneras inesperadas. Pasaron muchas cosas. Por ejemplo, murió la madre de Cheri, y entonces ella volvió a trabajar. Varios de esos eventos se integraron a The Plains, algunos representados tal y como ocurrieron en la vida real, otros ligeramente manipulados. Varios temas y capas del film surgieron durante la filmación y no habían sido imaginados durante la concepción. En el fondo, la película está compuesta por la recreación de hechos reales pasados y contemporáneos, documental y ficción, algo que fue surgiendo de una manera muy dinámica”.
SLOW CINEMA
¿Una película de tres horas integrada casi en su totalidad por conversaciones dentro de un auto? Así es, una película de tres horas integrada casi en su totalidad por conversaciones dentro de un auto. Podría afirmarse que The Plains es un ejemplo de eso que alguien bautizó slow cinema (cine lento), un ejemplar de film contemplativo e incluso experimental que evita la gran mayoría de las estrategias narrativas del cine convencional, incluido el uso del plano y contraplano (el rostro de Andrew sólo es visto a la distancia, o reflejado en parte en el espejo retrovisor). Pero lo cierto es que hay relato en la película. Mucho relato. Además de una cualidad hipnótica que Easteal maneja de manera discreta pero firme gracias al montaje. Volver a ver el mismo paisaje urbano, los mismos puentes y salidas de la autopista bajo otra luz; observar el reloj del auto y calcular si un viaje en particular es rápido o lento; detenerse mentalmente en un embotellamiento e imaginar su origen; apreciar un nuevo segmento de ese viaje repetido que hasta ese momento no se había presentado. El trasfondo de una serie de charlas que, de a poco, van descubriendo y describiendo el universo de un personaje/persona absolutamente común y corriente, y al mismo tiempo excepcionalmente humano. En palabras del realizador, “Andrew tiene una manera particular de decir las cosas, mezclando lo existencial con lo mundano. Eso me parece interesante y a veces muy gracioso. Creo que es algo que refleja la vida real. En la película, lleva un tiempo llegar a la instancia en la cual se dicen algunas cosas serias. Hay algo de torpeza entre ambos y un poco de charla superficial al comienzo, lo cual refleja la naturaleza de la relación entre los personajes en ese momento. Pero eso les cede el espacio a cosas más reales. Esa conexión es la que vemos crecer a lo largo de ese año de viajes compartidos”.