Un mapa político. Si Quino viviera, inventaría un chiste con eso. La maestra pide para el lunes un mapa político y Mafalda se ilusionaría con territorios deseantes de utopía, para la carcajada amarga del lector. Adriana Borga (Rosario, 1961) es de la generación de las Mafaldas. Pasó parte de su vida en Firmat y se hizo su casa en Rosario, donde vive. El plano de esa casa, a modo de código abierto para una obra conceptual, llena la primera página de La casa nueva, su segundo libro de poesía. Publicado en braile, audio y papel antes de la pandemia por el sello rosarino El Salmón, el libro cobra más sentido ahora, después. La autora de Animalidad Humana (2003; 2010) se toma tiempo para ordenar sus poemas. Los de La casa nueva se clasifican según ese plano y alternan con breves ensayos en prosa. "La Casa Nueva está hecha sobre lo más duradero, la Tierra", escribe.

Y también, recordando un dicho materno: "cimientos rápidos no sirven". La Casa Nueva, además de su sentido literal, es un símbolo. Deja atrás la casa vieja, debajo del piso de cuyo baño (en un sueño visionario) el padre revela un doble fondo de agua. Desde allí se emprende un camino que va y viene entre el pueblo y la ciudad, con la compañía de los libros para leer en el viaje, la amistad del diccionario que alimenta la escritura y el saber un día que no se está sola en eso, que afuera en la ciudad hay hermanxs poetas de esa identidad que se irá construyendo. "Los neones inflamados / marcan las avenidas / de la costanera, lucecitas / que titilan me dicen que / los compañeros están escribiendo", dice.

Un plano de lo íntimo, donde se desgranan esquirlas poéticas de una memoir, se vuelve  a la vez un mapa político, donde la literatura se aleja del rol decadentista del arte por el arte y asume la responsabilidad de señalar lo que hace falta sanar y transformar, en una serie de círculos concéntricos que van de lo individual (desde las propias condiciones de vida y trabajo) a revisar un proyecto de nación. "Iba estudiando en el colectivo mientras trabajaba, pensando en lo que leía para Literatura Argentina I: que ser gaucho es un delito, y que un delito siempre es un destino trágico, que los gauchos eran parias, como los indios y los negros, cuando por Carriego al 1100 cruzó un carro en el que escrito estaba este cartel: 'Se hase limpiesa y flete'. Un caballo viejo con aspecto de mula tiraba del carro donde un muchacho parado lo guiaba y un nene con la cara y las manitos de cobre resquebrajado dormía, ¿qué irían a buscar?, quizás una montaña de papel que le pagarán unos centavos el kilo, si es blanco, ¿cuántos kilos tiene que juntar para llevarse a la casa un litro de leche? [...] Y pensar que sólo llevan unos litros de leche que pesan ochenta kilos. A ellos todo siempre les pesa más". Este balance de saldo se aplica a las desigualdades colectivas y a una vida personal que no es sin otres, y esto también es político. Y esta mirada no es sin poesía: "manitos de cobre resquebrajado", escribe.

El amor, las risas de la amistad, las gatas (Júpiter, Sur), la cocina literal y la cocina de la escritura, el taller de "arte-sana", el entrepiso para el hijo: la poeta nos abre su puerta y nos guía a través de la sabiduría minuciosa del sostener la existencia día a día. Pero los muros que protegen son permeables al exterior. Uno de los mejores poemas del libro constituye una alegoría del poder: "Saqué un pez del agua / yo, tiré la línea / un anzuelo con una buena carnada / y picó: / lo tengo ahí hace meses / en la orilla, no le doy / agua, ni nada / sin embargo no muere: [...] no lo como, no lo mato, no le hablo / no lo libero".

"A horcajadas de la morada que abriga, pero también de la intemperie y el grito, se construye como morada que es un don de la memoria: con sitios abiertos para nombrar las experiencias vividas, los sueños, los enigmas agudos y el deseo", escribió Claudia Caisso en la contratapa. Adriana Borga tiene inéditos dos libros más: "Coral" y "Arrecife".