Que 87 años no es poco, pues. Y que 94, ni hablar. Está Susana Rinaldi -la de la edad primera- esplendida, terminando de cantar “Alguien le dice al tango”, cuando su palabra, que es mucha y florida desde el escenario, sorprende a más de uno. A más de una: “Tengo todo mi corazón puesto aquí, para recibir a uno de los seres humanos argentinos que nos lleva por el mundo y sabe que nosotros pensamos en él, porque nunca ha faltado en nuestra historia… Siento un placer de la gran siete, porque está acá nuestro amoroso e inolvidable Héctor Alterio”. Y los aplausos emocionan, claro. Él es el que tiene 94, y llueven como imágenes memorables escenas de Plata quemada, de El último tren, de Asesinato a distancia, de cualquiera de esas películas en que el actor brilló y que, claro, también tienen algo de tango. Faltó entonces que alguien grite "¡la puta, que vale la pena estar vivo!", para coronar una noche inolvidable que terminó en un abrazo interminable entre él y ella.
El shock emotivo emergió inesperado en medio de una noche que garpaba ipso facto, solo por escuchar cantar a la “Tana” esos tangos clásicos, irrompibles, que en su voz traen las memorias de un tiempo pasado. Tangos que, arreglados y hasta transformados por el maestro Juan Carlos Cuacci, se nutren de un valor cuya ganancia va por dos: ni les quita el barro de antaño ni les suma algo superfluo con aires de futuro.
En el primer recital de una serie total de cinco que sucederán todos los sábados a las 22 en el Tasso (Defensa 1575), la “Tana” encaró “Ventarrón”, de Pedro Maffia y su voz, aún imperativa, hizo tronar el escarmiento en la noche. De Cátulo Castillo y Héctor Stampone bajó a la tierra una vez más “El último café”, que suena exquisito en arreglos… en las cuerdas y en el piano de la intro, en especial.
“He tenido la suerte de conocer a todos y cada uno de ellos, por eso tengo los años que tengo. Los estoy cantando, y me estoy acordando de cada uno ¿Quién se puede olvidar de Cátulo Castillo? ¿Quién de Héctor Stampone?”, presentó Rinaldi, cuya voz clara y contundente mandó en la noche cerrada. De igual modo brilló la agrupación merced a los arreglos predichos del guitarrista Cuacci, y a la ejecución sólida de cada quien en cada instrumento: el piano de Aníbal Gluzmann, el contrabajo de Marisa Hurtado, el bandoneón de Mariano Cigna, y el cello -instrumento preferido de Rinaldi- de Roberto Segret.
De Mariano Mores y Enrique Santos Discépolo, otra de las duplas históricas a las que la cantante suele recurrir y que han recorrido el mundo con ella, revivieron en “Uno” y “Sin palabras”. “Lo que más me preocupaba, de verdad, era saber si yo entendía lo que ellos habían escrito, si me comprometía con esas palabras”, dijo la también actriz y se comprobó que si, tras oír la revisita tensa, brumosa, fina -como la poesía de “Mordisquito” demanda, por supuesto- de “Sin palabras”, concebido por el tándem en 1946. “Sin decirlo está canción dirá tu nombre / sin decirlo, con tu nombre estaré yo”, se encendió la madre de los hijos de Osvaldo Piro, a quien recurrió para relajar: “El padre de mis hijos siempre pensó que la estaba cantando a él y lo peor es que yo le decía que sí”, bromeó, entre risas colectivas.
Pese al “No” exclamado a volumen alto desde la platea, el concierto llegó a su fin hora y cuarto después del comienzo. “Ustedes saben que se nos hace difícil amar al tango en nuestro país”, sentenció Rinaldi en uno de los últimos pasajes conversados de la noche. “Si hay algo que me duele decir, es que hoy no hay ningún joven que aparezca en la televisión argentina, tocando o cantando algo de esto. Y cuando aparece alguno, nadie se da cuenta. En fin, yo sigo porque me tienen miedo, pero tengo que decirlo: el tango no es una palabra benéfica, hoy, para nuestro país. Más bien, todo lo contrario Y entonces, ¿cómo vamos a dejar de hablar en este país de una grande del tango, que se llamó Eladia Blázquez, por ejemplo? Ha sufrido tanto, pobre Eladia, lo sé de verdad… Era la única mujer en esa época y tenía agallas para decir 'esto lo digo así y lo hablo de esta manera'. Y yo aproveché esto tan importante”.
Y lo que bajó de Eladia a través de la voz y el cuerpo de su admiradora fue una sentida versión de “Sueño de barrilete”, aquella gema de la compositora gerliniana, que le quita al hombre el monopolio de sufrir por amor. Tras ella, afloró “Naranjo en flor” de otra de las duplas rescatadas: Homero y Virgilio Expósito. La recreación del clásico es de una flora sonora intensa, atravesada por mucho groove, por mucha “pasta”, y se ofreció como antecesora ideal de un tema final, que la Tana encaró parada y con las manos apoyadas en la sillita blanca que la había sostenido toda la noche: “Yuyo verde”. Y el callejón, lejano, que se pierde. Y el farol. Y el portón. Y ese cielo de verano que, en mil imágenes habrá llovido, cuando la cantante -consumado el concierto- descendió del escenario, caminó diez pasos entre las butacas, y se fundió en ese abrazo eterno con Alterio.
Un pedazo fuerte de historia argentina habitó el Tasso. Difícilmente se olvide.