Existe un paralelismo con la idea de autoridad que se ha construido en la actualidad y con la que se nos enseña en algunos textos bíblicos. Donde se podría cuestionar el accionar del mismísimo Dios. Haciendo grandes diferencias entre los hermanos Caín y Abel, o pidiéndole a uno de sus preferidos, como en el caso de Abraham que sacrifique a su hijo Isaac sin ninguna razón y donde la moraleja oficial es la admirable obediencia del primero, obturando cualquier interpretación a favor de una tentativa de homicidio. Otro caso ilustrativo es el relato de Job, donde Dios y el Diablo se desafían sobre cuán fiel es este impoluto creyente. Hay una disputa entre estas dos figuras de autoridad que toman como objeto a un ser humano que padece las consecuencias en la tierra, de esta apuesta, en territorios celestiales.

Job es “un varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal” y por eso ha recibido sus bendiciones. Por eso es poseedor de riquezas materiales, una descendencia de siete varones y tres mujeres. Un buen día Dios se jactaba de las loas y alabanzas que le propinaba Job, y el Diablo, que andaba por ahí se metió en la reunión y artero, le deslizó a Dios que su siervo lo adoraba sólo porque Él le había colmado con propiedades, servidumbre y una familia numerosa y riquezas. “¿Acaso tiene Job a Dios de balde?” disparó ¿Qué pasaría si perdiera todo? ¿Lo adoraría con la misma vigorosidad? Y Dios pisó el palito.

Tema aparte es pensar por un momento qué hacía Belcebú en persona inmiscuyéndose en los territorios del Señor y encima sacando pecho y tomando la palabra para hacer algo que Él quería: que Dios tentado, suelte la cuerda a la voracidad del Innombrable. Sí, el mismo Dios Todopoderoso permite que el Diablo le infrinja las maldades a Job, que lo asedie con plagas y calamidades para que primero pierda todas sus pertenencias y riquezas, luego su servidumbre, después a sus hijos e hijas y finalmente a su salud. Como Job seguía agradeciendo, su esposa, cuál émulo de Eva, lo instiga a que maldiga al Señor. No era un despropósito, porque no había nada que agradecer, en este caso operaría como catarsis y además amenazaría una potencial desafiliación. ¿Por qué Dios se ensañaba con él? y Job le asegura a su mujer con resignación precristiana, “Jehová dió y Jehová quitó” ¿Recibiremos el bien de Dios y el mal no lo recibiremos? .

A toda causa le corresponde su efecto y si los acontecimientos calamitosos que sufre Job son los efectos, debería existir alguna causa. El principio de razonabilidad exige respuestas en esa línea. Y la verdad es que no la hay. Sólo el capricho de Dios tentado por el Diablo. Porque la autoridad se reconoce y uno de sus principios radica en la sabiduría y el Señor no obra con ella ¿Qué clase de Dios es éste, que en palabras del escritor José Saramago, hace una apuesta con el Diablo y juega vilmente con la suerte de este hombre y su familia ?¿Con qué derecho? Sin embargo la enseñanza se afirma en la incuestionabilidad de Su autoridad.

Job se convence de los designios de Dios hasta que no aguanta más y sus maldiciones llegan bien alto, como el humo de las ofrendas de Abel. En ese preciso momento Dios, desde un torbellino, le espeta ¿Cómo te atreves a cuestionar mi sabiduría? Al pobre Job, que lo evitaban hasta los perros. Tenía a Dios con los brazos en jarra, fustigando absurdamente su fe. Seguramente el siervo del Señor, habrá pensado en que podría perder aún más, porque termina reculando, aunque seguramente haya sido por ese contradictorio precepto del temor a un Dios que supuestamente es misericordioso.

La aceptación y la sumisión, consecuente con el temor como forma de organización social se va instalando en estos relatos. No se cuestiona a quien manda, primero se le teme, como aquella célebre sugerencia de Maquiavelo a Lorenzo de Medici. “Mi recomendación es que le teman más de lo que le amen” .

Finalmente Job entra en razón y acepta la sabiduría de Dios Todopoderoso y se vuelve a postrar ante el Altísimo y éste lo recompensa con muchas más riquezas, vuelve a tener siete varones y tres hijas, como si un hijo fuese una cabeza de ganado o una bolsa de papa dónde lo que importa es la cantidad. La retaliación bíblica aparece en términos numéricos y todos aplauden la bondad del Señor que, si fuera de carne y hueso, aseguraríamos que más que sabio es sádico e incomprensiblemente vanidoso.