Todo empezó en el Club Tigre, que al final no queda tan lejos de Beccar. Luego vino la selección, la formación en la Universidad Nacional de Luján y la escuela de boxeo de Independiente de Beccar. Y hace cinco años, con 28 cumplidos, el welter se instalò en Miami porque había entendido que para triunfar a nivel global, hay que hacer base en Estados Unidos. Alberto "Beto" Palmetta respira otros aires, pero no se olvida de los suyos. Este invierno del norte, este febrero, peleó contra Jamal James y perdió por puntos, una tristeza y a la vez una marca de dónde está ahora. Como siempre, Palmetta habìa ido al pesaje con la camiseta de la selecciòn, la nuevita de tres estrellas.
"Me crié siempre en zona norte, primero en San Isidro y a los siete años me mudé a Beccar. Mi papá era albañil y mi mamá trabajaba en una remisería. Cuando era pibe, mi sueño era ser futbolista y, de hecho, jugué en varios clubes. Pero a los doce o trece años, me empecé a dar cuenta de que ese sueño se iba alejando. Además, había que viajar mucho, eso costaba tiempo y plata y en mi familia empezaba a haber problemas económicos. Entonces, un amigo me propuso ir juntos a probar al club Tigre, que tenía una escuela de boxeo. Fui, empecé y nunca paré."
Para Palmetta, fue un amor a primera vista con el entrenamiento, con el ambiente del gimnasio. "Me dijeron que ser zurdo era una ventaja, que los zurdos siempre complican al rival, así que seguí así. En esa época, éramos dos zurdos, pero el otro era físicamente más chiquito que yo, entonces me tocaba ser sparring de todos los que iban a enfrentar a un rival zurdo. A mi también me complican los zurdos. Cada tanto trato de guantear con alguno, pero si dejo pasar mucho tiempo, pierdo la costumbre y después me vuelven loco".
La primera licencia fue un poco después, con Walter Masseorini, el ex campeón argentino que tiene un gimnasio en Beccar. Fue un accidente afortunado que creó el horror de Cromañón. Los inspectores municipales de todo el conurbano tenían la clausura fácil y al final le tocó al gimnasio donde entrenaba Palmetta. Su entrenador habìa viajado con La Hiena Barros a La Pampa y todo lo que pudo recomendar fue que pasara la clausura haciendo pesas en el gimnasio Acrópolis, y que a la vuelta volvían al boxeo. “¿Pesas? ¿Qué pesas? ¡Yo quiero boxear! pensé y me fui con Masseroni . Y así, de a poco, se me fueron dando las cosas".
“¿A vos te gusta el boxeo? Si aflojás en la escuela, despedite del boxeo”. La frase fue de papá Palmetta y Alberto se la tomò en serio. Terminó la secundaria acostumbrado a trabajar, estudiar y entrenar, la disciplina que tienen tantos deportistas en serio. Por eso, cuenta, siguió de largo con el profesorado de Educación Física en la delegación de San Fernando de la Universidad Nacional de Luján. Y mientras, "laburé con mi viejo en las obras, laburé con mi vieja en la remisería. Hice de todo".
La primera vez en que el laburo fue el boxeo, fue al llegar a la selecciòn nacional y cobrar una beca. "Me hizo madurar mucho, a nivel deportivo y humano. Además, fue la primera vez que me pagaron por boxear, en 2012. Era una beca, no era mucha plata, pero para mi significó muchísimo, porque empecé a pensar seriamente en hacer una carrera como boxeador. Ahí tuve grandes maestros y grandes compañeros. Que alguien confíe en vos es fundamental. El otro día vi un documental del rapero Nick Jam y decía eso, no lográs nada si no hay alguien que te deposita su confianza y te lo hace saber".
Ya van cinco años en Estados Unidos, con viajes constantes al pago. "Mantengo los amigos de la infancia y del boxeo, me junto con ellos a comer asado. Visito la escuela de boxeo que armé en el Club Independiente de Beccar. Durante años di clases yo mismo en ese lugar, ahora lamentablemente es imposible, pero la dejé en muy buenas manos. La maneja mi amigo Hernán Juárez y hay un montón de gente y de pibes aprendiendo y tomando clases. Los clubes son fundamentales, porque tienen un rol formativo. Por eso, no alcanza con que haya entrenadores, los entrenadores tienen que ser también formadores. Yo, en la época de Tigre, había empezado a ir a los boliches y a veces me peleaba. Con el boxeo, todo eso desapareció. Se te van las ganas de pelear fuera del ring, porque no querés que ningún problema interfiera con tu carrera, mejorás el descanso, la alimentación, y te ordenas en todo sentido, porque el boxeo te da objetivos, además de valores. Yo he visto muy de cerca pibes con problemas con la falopa, que encuentran en el deporte las ganas de cambiar de vida, de vivir mejor. Ahora, si no tienen un entorno que los contenga, ante el primer traspié, arriba o abajo del ring, vuelven a lo mismo. Por eso tiene que haber profesionales de distintos perfiles que acompañen".
-Y desde afuera, Palmetta se anima a opinar sobre uno de los grandes misterios de esta vida, por qué el boxeo argentino no registra en el mundo, no explota a nivel internacional. "Creo que hay dos cosas. Una, la falta de apoyo económico. Profesional es el que cobra por pelear, pero eso no significa que pueda vivir del boxeo. En Argentina siempre estamos con presión económica. En Estados Unidos, si un boxeador tiene talento y un poco de suerte, el manager le arma un equipo con nutricionista, kinesiólogo, psicólogo y el deportista sólo tiene que preocuparse por entrenar y rendir al cien. Además de la diferencia económica, el boxeo argentino tiene una cultura del sufrimiento que no ayuda para nada. Algunos creen realmente que el boxeador se va a motivar más y a esforzar más si sufre carencias, para salir de esa situación. Entrenamos todos los días, ¿quién elige una profesión que le garantiza una vida de sufrimiento? Yo no estoy de acuerdo con eso. Trato de divertirme entrenando, en los campamentos, con las personas que compartimos la rutina, por lo menos una risa al día tiene que haber. El boxeo es un deporte individual, pero la diferencia la hacen los compañeros. Hay boxeadores que prefieren entrenar solos, que piden que a tal hora no haya gente en el gimnasio. A mi no me molesta la gente, al contrario".