De pronto calor en el rostro. Debo estar insolado. Eso me pasa por quedarme demasiado en el muelle. Domingo a la noche. Volver a la ciudad. O sea, domingo, y al día siguiente: lunes y con fiebre. Todo puede ser peor. Voy a la guardia, no sea cosa que. Dos horitas de espera. Mire, lo más probable es que sea dengue. ¿Dengue? Pero si yo soy un buen muchacho, parece decir algo en mí. No se preocupe. No tiene otros síntomas. Ibuprofeno, paracetamol cada seis horas y dentro de dos días viene a controlarse. No, no hay peligro de contagio. Puede saludar y hablar con quien quiera. Ah, ¿y las náuseas? Nada importante. Usted siga las indicaciones. Me estoy durmiendo. Domingo a medianoche. ¿Dónde me pesqué esto? La respuesta es contundente y no necesita ayudamemoria, desmantelamiento del sistema de salud por parte de la administración macrista que degradó el ministerio de Salud a secretaría. Que se mueran los que tengan que morirse, dijo Mauricio y si hoy tengo dengue, no quiero pensar dónde estaría si hace tres años, en lugar del mosquito, me hubiera pescado el SarsCov2.
¡Ay! Te duele todo con esta porquería (con el dengue, digo). Estoy tan cansado que me duermo en cualquier lado. Cuando estás enfermo, la memoria de la salud te funciona a mil. Tan injustos que somos con el bienestar. Qué lindo, qué felicidad sentirse bien. Subir y bajar escaleras. Ir a correr. Abrazar a los tuyos. Reírte. Ducharte, la felicidad del agua, de secarte. De la ropa limpia. De salir. Del viento en el rostro. Todo eso que el cuerpo nos susurra y que no siempre escuchamos. La memoria de la salud.
Cuando estoy enfermo aparecen imágenes de la infancia. Dispositivos de juego en ambos lados de la cama durante los diecisiete días que me duró el sarampión. Era una soguita con una suerte de montacargas o aerosillas que se desplazaba con muñequitos en misiones peligrosas sobre el abismo que se abría entre la cabecera de la cama y el aparador de enfrente. Había historias. Tragedias y dramas. Ahora tengo el celu, la compu, los libros, la tele, el spotify. También el espiral, el repelente, la pastilla en el enchufe y la jarra de agua. Pero solo quiero dormir. No encuentro la posición. Ahí va. Con la pierna recogida y la otra estirada, pero no. Tampoco. Y ya van las cuatro de la mañana. Quiero dormir. Solo dormir. No quiero ir más a la guardia. Pero tenés que ir. Si, ya sé. Las plaquetas, los glóbulos blancos. Están muy por debajo. Dicen que a los cinco días afloja. Ok. Me duermo. Pero no puedo. Vamos con la tele. Poné la serie más dramática que encuentres. Eso, que sea todo un bajón. Reír con el otro. (Qué suerte que hay un otro). Y que te banca. Desde muy joven me sentí cómodo en los hospitales. Me formé en el Alvarez. Ahí comprobé el valor de una compañía. Quiero decir, de la compañía que presta un cuerpo. La compañía de series de cuerpos. Presencia. Habitar en los otros. Cuando estás enfermo, estás encerrado en un cuerpo. La memoria de la salud. Te das cuenta que nunca estás solo en tu cuerpo. Pero cuando te atacó un bicho de estos, algo se desconecta. Necesitás reestablecer eso tuyo que vive en el Otro. ¡Ay! La cintura. Me tiene harto. El dolor. El peso de las coyunturas. ¿Quién puede dudar que el Otro es el cuerpo? Los ojos, los ojos. Ese dolor allí atrás. Y el peso de los hombros. Agua. Agua. Nunca tomé tanta agua. Me logro dormir y al rato la boca seca como un desierto. ¿Cuándo se acaba? Quisiera tener apetito. Disfrutar la comida. Soñar con algo rico. Entonces me levanto. Cocino. Le pongo garra. Con el plato allí servido. Pero no. No me da. Esta náusea desagradable. Uff.
Otra vez la sala de espera en la guardia. Estamos en silencio. Hay más o menos veinte personas. Algunos rostros muy serios. Gente con el celu. Entran los camilleros. Algo me atrapa allí. Gente accidentada. Médicas y médicos corriendo. Toda la garra. Son muy jovencitos. ¿Por qué hay tantos pibes dispuestos a trabajar por el Otro y la guita en manos de unos pocos canallas? Son las seis de la mañana. Seguimos en silencio. Cada tanto suena el número de la pantalla. Es raro ver que el rostro que está enfrente no es el mismo tras dos horas de espera. Creo que nos vamos pareciendo. Una nena que se pasea de esquina a esquina nos saca del encierro. La mamá está embarazada. Un cuerpo en otro cuerpo. Se me va el mal humor. Puedo esperar. La memoria de la salud.
Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.